En fin, flipo con los comentarios de algunos, como siempre poniendo a los animales encima de las personas. ¿Qué es la vida de un oso comparado con la ilusión de una niña enferma? ¿Acaso podéis dormir bien por las noches y sentiros bien con vosotros mismos intentando robarle a una pobre criatura su último sueño?
La niña solo quiere cumplir su deseo, un deseo bañado en sangre, satisfacer su ansia de dar muerte, el mundo ha sido cruel con ella, ahora es su oportunidad de ser cruel con el mundo. Quiere sentir la adrenalina de la persecución, probar el aroma del miedo que desprende una víctima en los instantes previos a su destino inexorable.
El momento ha llegado, escopeta en mano, la niña se encuentra cara a cara con su presa. El gran oso se yergue sobre sus patas traseras, abre sus fauces y muestra amenazante su temible dentadura. Desafiante, lanza un rugido estremecedor que golpea los tímpanos de la niña como si fuesen miles de soldados intentando derribar una fortaleza con arietes. Los muros resisten, la intimidación no surge efecto, y sin titubear, sin perder un ápice de decisión, replica al rugido de la bestia con un atronador disparo.
Todo sucede muy rápido, pero a los ojos de la pequeña Kaitlynn, es como si ocurriese a cámara lenta, el tiempo parece haberse detenido. El disparo es certero, la garganta del monstruo es desgarrada en miles de pequeños trozos de carne que salen disparados quedando pegados en los árboles cercanos. La nube de sangre es inmensa. El dulce angelito lo percibe todo, como si sus sentidos hubiesen sido aumentados para disfrutar de este momento. Cada pequeño trozo de carne, su origen, su trayectoria, los ve todos y cada uno de ellos. Y la gran marea roja, puede verla crecer, comenzando como unas pequeñas burbujitas de color rojizo que pronto se convierten en furiosos torrentes impetuosos de color carmesí.
El temible monstruo cae, sigue rugiendo, pero ya no es de furia, grita de agonía, de dolor y sufrimiento. Como si hubiese un lenguaje universal que bestias y humanos parecen entender, la pequeña Kaitlynn puede descifrar claramente el significado de tales lamentos. Ella pronto los tendrá también, sabe que su tiempo se acaba, pero todavía no, este no es su momento de recibir a la muerte, si no de adjudicarla. Ahora mismo ella es el ángel vengador, lo sabe, es consciente de ello, y lo está saboreando.
La sangre del oso tiñe de rojo el suelo del bosque. Suplica por el fin de su sufrimiento, pero Kaitlynn no le tiene lástima. El destino no lo tuvo con ella, una inocente y alegre niña, condenada a morir prematuramente por una terrible enfermedad. Se toma su tiempo, siente la presión de su pequeño dedo contra el gatillo. La sangre ha inundado la boca del oso, y ahora solo se escuchan gárgaras producidas por sus fútiles intentos de continuar respirando, de agarrarse a la vida. Es inútil.
Un segundo estallido es escuchado en la profundidad del bosque. Esta vez, el plomo impacta en el pecho del animal. Piel, hueso y músculo son atravesados como si fuesen simples láminas de papel punzadas con un estilete afilado. El destino es el corazón, el órgano de la vida que hasta una terrible bestia aloja en su interior, pero no esta bestia, el suyo ha sido completamente obliterado por el disparo, y el aliento de la atroz alimaña se esfuma con él.
Hay un fuerte olor a sangre, Kaitlynn lo percibe, lo degusta. Es más que sangre, es muerte, muerte salida de sus propias manos, la misma muerte que le acecha cada día, pero cuando por fin salga de su escondrijo, cuando se lance a ejecutar la sentencia que hace tiempo le fue impuesta, no tendrá miedo. Nadie sabe que nos espera con la muerte, la tememos por ser misteriosa, desconocida, pero no para Kaitlynn, ella conoce a la muerte, ella ha sido la muerte. Cuando por fin note su frío aliento soplando sobre su frágil y delicado cuerpo, esperará completamente tranquila, en paz con sigo misma, dejará que la sombra trepe sobre ella, y se la lleve de la mano como una amiga de la infancia que la conduce a un lugar bonito, a un lugar mejor.
Y vosotros la insultáis y condenáis solo por haber cumplido su último sueño, el sueño de una pequeña, una pequeña inocente, inocente y enferma, malditos desalmados sin sentimientos.