Anduvía un servidor entremetido en problemas con la Hacienda pública, pues habiendo errado en la declaración de la renta le reclaman un dinero que no puede pagar. Y hete aquí un servidor, que antaño peleóse con su familia por no pagar nada "en negro" (como dicen los blancos), un siervo de su patria que trabaja con contrato y pide facturas a los artisanos. Ecce homo, que no homo, pagando a los prohombres.
Pero viose el servidor en otras lides, donde la función pública crea trabajos a expensas del contribuyente; asalariados fijos que no dan cuenta de sus réditos y viven en un océano de calma. De estos vio el servidor de multitud de castas: de los que administran y de los que son administrados (para las próximas elecciones), de los que reciben subvención y de los que "desgravan" (por mamandurrias), de los que están "en formación" y de aquellos cuyo puesto no tiene forma, de esos inventados necesarios como de los que "van a fichar y se van", e incluso de los ricos que no pagan. Y vio también lo que sus paisanos llaman "mordidas", cargos "a dedo", robar "bolis" y coleccionar hasta los "tickets" del AquaPark (de tanto hacer negocios) para no pagar más luego, y un servidor piensa: ¿qué razón tengo para aspirar a la honra en un país de hijos de puta?
Piensa un servidor esto mientras se limpia el ano con la última factura de una cena que una conocida del Ayuntamiento le enseñó la víspera. Setecientos doblones, veinte personas; invita España.