Viene de #316
Día 2: 23 de diciembre de 2012. 10 de la mañana. Colonia Unidad Proletaria, Chihuahua (México).
Mi calle siempre fue tranquila, y ya estaba acostumbrado al agradable silencio de los domingos por la mañana, cuando está la gente de "cruda" (como aquí llaman a la resaca). Sin embargo, el silencio de este domingo es mucho más profundo y tenebroso. No se oyen pájaros, ningún vehículo pasando camino a los panteones, o alguna radio en casas cercanas. Tal vez sea porque en este momento no hay ninguna emitiendo. Llevo media hora tratando de localizar alguna cadena sin suerte.
Está claro que tendré que salir. En el Left4Dead era todo más sencillo. Ibas armado hasta los dientes y da igual que te atacaran los no-muertos, no te contagiabas. Siempre podían revivirte tus compañeros de equipo y con unas vendas ya estabas al 80% de vida. Pero ahora no es así: esta es la realidad, y es exactamente igual en todo al juego, salvo que no hay equipo de supervivientes, ni armas de fuego, ni "respawn" y si te muerden... mejor te suicidas o ya dejas que te coman vivo para no convertirte en uno de ellos.
Pero he de salir. A unas pocas manzanas hay un supermercado y alrededor puestos de comida. No he salido en días, mientras he tenido comida en el frigo; pero eso se ha terminado. Si la gente se ha marchado tan pronto, quizá no dieran tiempo a saquearlo todo. De cualquier forma he de intentarlo. Agarro el bate de beisbol comprado una semana antes de encerrarme y salgo. No cierro con llave, no temo a los ladrones y sí a tener que perder unos segundos preciosos abriendo la puerta si me persiguen. Me asomo a la calle y nada.
Silencio.
La pequeña tienda de ultramarinos al lado de mi casa fue saqueada hace tiempo. Vi como lo hacían, pero como tenía provisiones, miedo y vergüenza de desvalijar las pertenencias de mi vecina, no me uní. Ahora veo que no dejaron nada, ni siquiera los "submarinos".
Camino pegado a las paredes como si fuera un marine en Iraq. Que ridículo me siento. Pero supongo que ayuda a ser menos visible. Ahora un error puede ser la diferencia entre estar vivo, muerto o peor aún, no-muerto. Continúo mi trayecto y veo que el minisuper de la esquina tampoco ha sobrevivido al vandalismo. No tengo que adentrarme en el local para probar suerte de que hayan dejado algo. Sencillamente está vacío, sin siquiera las estanterías o mesas de despachar clientes. México...
Mirando a todas partes y asomando la cabeza en cada esquina antes de exponerme, veo que todo sigue tranquilo. Nadie en absoluto. Pocos coches estacionados. Casas cerradas con tablas en ventanas y puertas, pero vacías por dentro. O eso parecen. Algún vehículo
estrellado y abandonado. Cristales rotos por doquier. Da igual lo silencioso que quiera
ser, por todas partes a mis pasos hago >CRISH CRISH<. Pero me voy relajando. Está claro
que soy el último superviviente de la zona. Si no hay vivos, tampoco no-muertos. Allá donde huyan los vivos, los seguirán los zombies.
Tal vez tomé la decisión correcta hace una semana. Mientras todos se afanaban en salir a
zonas menos pobladas y de difícil acceso (la sierra), yo decidí quedarme. Compré todo lo
que a mi frigorífico le cupo y esperé. Tras el caos de la tormenta, llegó la calma. Los
zombies se han comido los que pudieron, y cuando se vieron solos, siquieron caminando
buscando a supervivientes. Pero a mi no me vieron y ahora parece que estoy solo. He
tenido suerte, dentro de lo malo de la situación.
Llego al super. Puertas reventadas, cajas abiertas y volcadas en el suelo (¿para qué
si el dinero ya no vale?), estantes vacíos. Objetos inservibles para esta crisis tirados
por el suelo. Sigo buscando. No veo nada de comida. Ni fruta, ni bolsas de patatas, ni
cereales, ni latas. Rebusco por todo. Nada para mi boca.
Me desespero. Abatido. Indefenso. Hambriento. Dejo caer el bate. Me tumbo en el suelo.
Al hacerlo oigo un >PLANCK< Me he sentado sobre una lata de comida para gato. Es pollo
en salsa agridulce, esa que tanto le gusta a Sixpack y Tiznadita, dos de mis gatos.
Huele francamente bien, me recuerdo al pollo que preparan en restaurantes chinos. Pruebo
un cachito. Sabe fuerte, pero no está mal. "¡Jajajaja! ¡Estoy comiendo comida de gato y
me gusta!", grito como un loco hablando consigo mismo. Me termino la lata, recojo un
carrito y lo lleno de comida para gatos. De esa al menos dejaron en abundancia.
Ya sin tantas precauciones regreso a casa tras dejar el carrito en la cochera. La
cuestión es: ¿qué coño hago ahora? No debe quedar comida en la ciudad, aunque puedo
mirar en algunos supermercados y tiendas más. Si me voy de la ciudad, espero que sea
para encontrar a gente viva y no maleantes, porque deben ahora haber proliferado muchas
pandas de asaltantes.
Recapacito y pienso en como debe estar la situación. El norte es impensable porque es
donde más infectados encontraría. Hay un desierto de 350 km entre Chihuahua y Ciudad
Juárez. Tal vez los no-muertos no logren atravesarlo, pero no sé porque los veo bien
capaces. Así han estado haciendo hasta ahora: Los Ángeles cayó de las primeras, y el
ejército "del imperio" no pudo contener a casi 10 millones de zombies que se espacieron como una marabunta en todas direcciones.
San Diego y Tijuana cayeron poco después y, finalmente, ha debido caer también La Paz. En el último boletín habían dicho que ordenaron evacuar la bella ciudad al verse acorralada y que huirían los supervivientes en ferrys hacia Mazatlan, fuera de la península de California. No debía faltar mucho entonces para que llegaran las primeras oleadas masivas de zombies desde Ciudad Juárez, pues de Tijuana a La Paz hay el doble de distancia que de Chihuahua a la frontera. Algo los estaba retrasando, me imagino que el desierto y el ejército. Pero era un hecho que decenas de miles, tal vez cerca de un millón de no-muertos, estaban próximos a pasar por Chihuahua.
Y yo no podía esconderme tanto tiempo en mi casa a esperar a que se marchasen, comiendo únicamente comida de gatos...
Está claro, tengo que marcharme. Y tengo que hacerlo ¡YA! Pero mi coche, un viejo aunque en buen estado Nissan Tsuru, no arranca porque la batería no funciona. Una semana sin moverse, unido al frío intenso que ha hecho, ha terminado por descargarla. No hay tiempo para tonterías. Rompo con el bate el cristal de otro coche parecido, abro el capó, saco su batería y la reemplazo. Arranco el mío a la primera. Empiezo a hacer las maletas, o mejor dicho, mis mochilas de senderismo. Ropa, agua, brújula; el GPS no funciona. Cargo las latas de gato en el maletero y las dos mochilas junto a un par de mantas y el zarape, una prenda que usan los indios tarahumaras para abrigarse.
No quiero reconocerlo, pero es el momento de soltar a mis gatos. No puedo llevarlos conmigo. Sufrirían más estando tanto tiempo en el coche y sometidos a tantos cambios. Aún recuerdo como se estresaron en mis dos anteriores mudanzas y ahora no sé que me depararía: seguramente en la sierra haya infectados y tenga que estar viajando de lado a lado hasta encontrar un pueblo seguro, alguno de estos de caminos inaccesibles donde la epidemia no haya llegado.
Abro la caja grande llena de pienso y la dejo en el patio. Los llamo para comer fuera y me siguen extrañados porque no les reniego por salirse de la puerta. Maúllan sorprendidos por ese mundo nuevo fuera de las cuatro paredes y exploran cada rincón del patio. Cuando quieran salirse podrán hacerlo subiendo a través de un viejo refrigerador que tengo apoyado en una pared. Tendrán que aprender a vivir por sí mismos, sin que yo les cuide. Confío en que sus desarrollados instintos los protejan de ahora en adelante. Ojalá yo los tuviera tan agudos como ellos. Con lágrimas en los ojos, los acaricio por última vez y les deseo suerte en su nueva vida. Dejo de todos modos la puerta un poco abierta por si quieren entrar en la casa a protegerse del frío en las noches. Poco me importa ya que me roben los muebles o mis queridas bicis. Ahora solo me preocupan ellos.
- Sed buenos chicos. Tal vez pueda regresar en unos días si las cosas se arreglan. Y entonces os daré una buena ración de jamón de york todos los días para comer. Pero mientras tanto, tenéis que sobrevivir, ¿eh pequeñines? ¡Adiós!
Salgo corriendo. No puedo seguir viéndolos tan ajenos a todo, solo pendientes de explorar el patio y comer de la caja de pienso. Para ellos es un día lleno de sensaciones nuevas, de diversión. Pronto, cuando se acaben en unos días la comida, tendrán que salir a explorar más y más lejos de la casa. Y si no cazan, no sobrevivirán. Van a sufrir sin ninguna duda. Pero no puedo llevarlos conmigo durante días y días en el coche, en este mundo lleno de peligros. La realidad se impone. Lleva haciéndolo desde hace casi mes y medio.
Eran las cuatro y media cuando salí de la ciudad, rumbo a Cuauhtemoc. El sol se pondría en media hora. Me había entretenido demasiado y ahora me veía conduciendo solo y abatido por abandonar a mis mascotas, por una carretera que apenas conocía y llena de peligros seguramente. Coches por las cunetas, algún no muerto caminando por el asfalto. ¿Era factible parar a dormir en medio de ese trayecto? ¿Cómo estaría la ciudad dedicada el emperador Azteca? Por la noche es cuando más activos se muestran los no-muertos, o eso se cree...
Han sido demasiadas emociones para este día tan triste, de éxodo y abandono. No me encuentro con ganas de buscar un sitio seguro en la ciudad aunque esté a menos de dos horas. Veo un camino de tierra y me desvío por él un par de kilómetros, en medio de la nada. Creo que será el sitio más seguro donde pueda dormir hasta que amanezca.
Mañana Dios dirá...
PD: prometo más acción en el siguiente y más adelante algo de sexo! 8D