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En el plano militar, según datos de Salas Larrazábal, los sublevados habían conseguido sumar a su causa a más de la mitad de los jefes y oficiales que formaban el ejército (lo que suponía unos ocho mil hombres con capacidad profesional para hacer la guerra). También lograron controlar la mayor parte de efectivos de tropa de recluta obligatoria y buena parte de las fuerzas de seguridad, un conjunto de unos 140.000 hombres que incluían la totalidad de las curtidas tropas de Marruecos, con su estructura, equipo y cadena de mando operativa. Por el contrario, sus enemigos tuvieron el control nominal de otros 116.000 soldados de tropa y de algo más de 7.500 jefes y oficiales. Pero la realidad es que la decisión de licenciar las tropas destruyó el aparato de recluta militar y que solo 3.500 mandos prestaron sus servicios lealmente a la causa republicana (mientras que 1.500 perderían la vida, otros tantos serían encarcelados y en torno a mil se pasaron al enemigo en cuanto tuvieron oportunidad).
La distribución de fuerzas en la marina y en la aviación también benefició al gobierno en principio y sobre el papel. En el caso de la primera, la poderosa base naval mediterránea de Cartagena y casi el 70% de los buques quedaron en sus manos, aunque perdiera a casi todos sus jefes y oficiales por su compromiso golpista (“la escuadra la mandan los cabos”, fue la noticia reveladora). Por su parte, los sublevados tenían que conformarse con la crucial base naval atlántica de Ferrol y el control de apenas un acorazado, un crucero, un destructor y otras pequeñas unidades variadas. En el arma aeronáutica, que disponía de poco más de trescientos aparatos de diferentes tipos y no muy modernos, se produjo una escisión parecida: el gobierno retuvo el dominio de 207 en tanto que los rebeldes lograron apoderarse de 96.
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Pero pronto se descubrió que la guerra no podía librarse con tan pocos hombres en armas y hubo que recurrir a la movilización forzosa de varones (entre 18 y 45 años) para mantener las operaciones y nutrir la mano de obra bélica. De hecho, los sublevados comenzaron a movilizar reclutas ya en julio de 1936 y acabarían la guerra habiendo llamado a quince reemplazos que suponían 1,2 millones de hombres. Por su parte, la República tardó meses en secundar a sus enemigos en virtud de la prevención antimilitarista de sus partidarios. Pero se rendiría a la necesidad a partir de octubre y desde entonces hasta su derrota movilizó veintiocho reemplazos que totalizaban 1,7 millones de soldados.
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Esa fractura de las fuerzas armadas, que Franco había temido desde el principio (“No contamos con todo el Ejército”, había advertido en mayo a Mola), resultó clave para el destino de la sublevación porque impidió un desenlace rápido en un sentido u otro de los posibles: o bien la victoria completa de los alzados en armas con más o menos resistencias sofocadas, siguiendo el modelo del pronunciamiento militar de Primo de Rivera de 1923, que había sido empresa unánime de toda la corporación militar; o bien el aplastamiento de los sublevados mediante el empleo masivo de la fuerza militar de un ejército unido, disciplinado y sometido a las autoridades civiles decididas y enérgicas, como había sucedido durante la tentativa golpista de Sanjurjo en agosto de 1932.
En las circunstancias de quiebra de la unidad y la disciplina de las fuerzas armadas de finales de julio de 1936, fue posible un resultado distinto: una sublevación que triunfó en casi media España, pero que fracasó en la otra mitad del país.
Enrique Moradiellos, "Historia mínima de la Guerra Civil española".
Como ves, los franquistas no contaron con la mayoría del Ejército (90% decías), sino que quedaron más o menos igualados, con un territorio incluso favorable para la República, que había retenido industria y riqueza. El papel de la oficialidad es el que más destaca (porque la República pierde 1500 leales al inicio, que son asesinados por los golpistas), pero como señala Moradiellos, y es el motivo de nuestra discusión y no los números, es esta división la que propicia que el Ejército falle, tal y como temía Franco, no la movilización de una población no entrenada y sin armas.
Y yo con esto lo dejo, porque mi intención no era hablar de la Guerra Civil, sino señalar que contra el Ejército no se puede hacer una revolución.