Los medios, desde los tabloides sensacionalistas hasta la seria BBC en su principal informativo, se han ocupado del extraño fenómeno, haciendo cábalas sobre cuál era el origen de la pestilencia, que invadía todo el sureste de Inglaterra, incluida la capital, Londres.
Direntes opiniones en torno al tufo
Algunos ciudadanos hablaban de un olor a pocilga, otros creían percibir un olor a estiércol, a aguas fétidas o a algas podridas y había quienes lo atribuían a la acción industrial.
Muchos, en este país que parece no haber olvidado a Hitler, sospechaban que algo tan desagradable sólo podía venir del viejo país enemigo, Alemania, y en concreto de sus granjas de cerdos. Los británicos, tan poco dados al aprendizaje de idiomas extranjeros, de repente aprendían por su prensa una palabra nueva: Gestank, como llaman los alemanes al mal olor.
Londres no ha apestado tanto desde 1858
Una ONG llamada Water Aid, dedicada a velar por el agua, aseguró que Londres no había apestado tanto desde 1858, cuando se extendió por toda la ciudad un olor espantoso procedente de las aguas de albañal.
El hedor no parece haber respetado tampoco a la monarquía, y así un portavoz de la oficina turística de Windsor, tras declarar que el olor resultaba insoportable, expresó su esperanza de que Isabel II, vecina de esa localidad, hubiese ordenado cerrar todas las ventanas de su castillo.
Estiercol en Holanda
El sindicato británico de agricultores aventuró mientras tanto que el olor se debía seguramente a que sus colegas holandeses habían esparcido estiércol masivamente tras la prohibición de hacerlo en el período invernal.
"Es lo que ocurre cuando se obliga a los agricultores a utilizar de una vez todo su estiércol en lugar de hacerlo de manera dosificada durante todo el invierno", dijo el portavoz del sindicato, Anthony Gibson.
Y éste aprovechó la ocasión para advertir al Gobierno de Londres de que no debía caer en la
tentación de imponer una medida semejante para el agro inglés, vistas las desagradables consecuencias para el olfato.
La solución científica
La Oficina Meteorológica británica tomó finalmente cartas en el asunto para dar una explicación científica: el olor, tan misterioso como desagradable, era pura y simple contaminación, algo que soportan todos los días millones de ciudadanos de la Europa industrial del Norte.
Fábricas de chocolate belgas, granjas de cerdos de Bélgica, Holanda y el norte de Alemania, factorías de automóviles y de motores diesel, en fin todo lo que contribuye a ensuciar la atmósfera en la Europa industrial.
A los británicos sólo les queda ahora esperar que en los próximos días se produzca un cambio de dirección de los vientos para que vuelvan a soplar los mucho más limpios del Atlántico, a los que están acostumbrados.