Todavía recuerdo cómo, con unos 15 ó 16 años de edad, aquella persona nos presentó por primera vez a nuestro futuro asesino. Recuerdo su cara, recuerdo sus ropas, recuerdo el gesto de felicidad que se le tornaba en la cara al ver que cada vez nos sentíamos más atraídos a probar aquello que él nos ofrecía, aquella substancia que nos mostraba, y que al parecer, tenía unos efectos maravillosos. Por un momento intenté evitarlo, me negué a probar aquello, recordando todo lo que había aprendido años antes, a decir que no. Pero no pude, la tentación era demasiado fuerte, y pensé que por probarlo no perdía nada. Creo que todo lo demás sobra, así fue como ingresé en ese club, en ese club del que es difícil de salir, el club de la droga. Aún recuerdo perfectamente el estado de paz interior que sentía después de fumarme una china de hachís o meterme una raya, y esas ganas de al día siguiente seguir haciéndolo. Pero aquello se me quedó pequeño. Lentamente, notaba que esas substancias no producían el efecto que producían en mí meses atrás. Y fue entonces cuando empecé a pincharme.
Y poco a poco fui perdiendo lo que tenía: perdí a mis amigos, perdí a mi novia, y no tardé mucho en perder a mi familia. Lo perdí todo, todo menos aquella substancia que me daba la sensación de flotar. Esa droga. Ese amigo que nunca me falló, esa novia que nunca me dejó, esa familia que nunca me abandonó.
Poco a poco me fui dando cuenta de que la droga no era en realidad mi mejor amiga, sino mi peor enemiga... Y que en realidad yo no podían dejar de meterme esa mierda, esa mierda que tanto me gustaba.
Y entonces fue cuando me di cuenta de que era demasiado tarde, demasiado tarde para dejarlo, demasiado tarde para olvidar a aquel amigo que tantas alegrías me había dado, y que tanto me estaba haciendo sufrir ahora.
Era una sensación rara, tu cerebro, o lo poco que quedaba de él, detestaba la droga, pero todo tu cuerpo te la pedía, y sentías como si te diese las gracias cada vez que te la metías.
Intenté en una ocasión rehabilitarme, en esos centros especiales en los que ingresan gente como yo. Pero no pude aguantar. No pude aguantar y me fui. Me fui, pero no del centro, me fui poco a poco consumiendo. Me fui lentamente muriendo. Pero eso no era lo peor, lo peor era que me moría solo. Solo, sin mis padres, sin mis amigos, sin aquella gente que años atrás tanto apreciaba, y con la que comentaba que nunca me metería en este mundo, este mundo que, ahora me daba cuenta, tan poco me había dado, y tanto mal me había hecho.
(Fuente: Un trabajo mío para clase de Lengua que ya tiene sus años.)
Lo acabo de encontrar de casualidad. Nunca pensé que se podían agrupar tantos tópicos juntos en un solo escrito: el camello que incita al joven a drogarse en una fiesta; el puritano que acaba sucumbiendo a la tentación; el deseo del traficante de enriquecerse a toda costa; la incursión en el mundo o club de la droga; la indistinción en los efectos de las diversas drogas, ya sea hachís o cocaína; la adicción subyacente; el salto del porro al pico, o teoría de la escalada; la pérdida de todo tipo de relaciones fuera del ambiente droguil; la "Droga" como objeto en torno al que gira tu vida; la lucha contra ti mismo por intentar dejarla; el centro de rehabilitación como destino seguro; la degradación total de la persona; y, finalmente, el arrepentimiento.
En fin, de todos es errar; sólo del necio perseverar en el error (Cicerón). (Y con esto me refiero a mí, no al personaje del relato.)