El teórico político Yoram Hazony tiene unas páginas muy interesantes sobre el efecto de Auschwitz. Fue Auschwitz y no el sionismo el que determinó a los judíos a tener un Estado independiente. Del Holocausto, de su propia indefensión, sacaron una lección: «El significado de Auschwitz es que los judíos fracasaron en sus esfuerzos por encontrar una forma de defender a sus hijos […]. Hoy en día, la mayoría de los judíos siguen creyendo que lo único que realmente ha cambiado desde el exterminio de esos millones de personas, lo único que se alza como baluarte contra la repetición de este capítulo en la historia del mundo es Israel». Es decir, el Estado nación de Israel. Algunos irían incluso más allá: el Estado etnonacional de Israel.
Pero según Hazony, Auschwitz no sólo fue una lección para los judíos. Los europeos (diríamos que el internacionalismo liberal) extrajeron de ese terrible episodio, hecho central de la Segunda Guerra Mundial, otra enseñanza importante, aunque en un sentido opuesto. Siguiendo a Kant, ven a Auschwitz como la máxima expresión de esa barbarie, de esa brutal degradación de la humanidad que es el particularismo nacional…
Según esta visión, no es Israel la respuesta a Auschwitz, sino la Unión Europea. Desde este punto de vista, los campos de concentración serían la prueba definitiva del mal que supone permitir que las naciones decidan por sí mismas cómo disponer de su poder militar. «La conclusión obvia es que fue un error darle a la nación alemana este poder de vida y muerte y si queremos evitar que ese mal vuelva a producirse, la respuesta debe ser el desmantelamiento de Alemania y de los demás estados nacionales de Europa y la unión de todos los pueblos europeos bajo un mismo yugo único, un gobierno internacional. Eliminad el Estado nacional de una vez por todas y se cerrará ese oscuro camino hacia Auschwitz».
Para Hazony, pues, en la interpretación del Holocausto conviven ahora mismo dos paradigmas en disputa. Para uno de ellos, «Israel es lo opuesto a Auschwitz», pues «representa a mujeres y hombres judíos con su rifle en mano, velando por sus propios hijos y por todos los demás niños judíos y protegiéndolos». Para el otro paradigma, «Israel es Auschwitz», porque representaría «el horror indescriptible de los soldados judíos que usan la fuerza contra otros, respaldados únicamente por las opiniones de su propio gobierno en cuanto a sus derechos e intereses nacionales».
La existencia de estas dos visiones es un hecho que acredita el israelí Hazony, y lo interesante es que en España muchos de quienes responden al narcisista título de liberales, una mezcolanza amplia que iría del centroizquierda racionalista a la derechona matritense pasando por todo el pantone centrista, defienden un paradigma muy concreto hasta que aparece Israel, el caso de Israel, y entonces, sin mediar palabra ni mucha razón, se permiten olvidar los melindres instalados tras la posguerra mundial, el ámbito decisional supranacional, el estricto legalismo nada existencial del patriotismo constitucional o el temor a incurrir en pecados como la islamofobia. Es precisamente Israel, y no es casualidad, pues en Israel se erige (por razones obvias) el paradigma opuesto, donde se revela una contradicción que en el caso español no sólo aparece inexplicada sino además adornada de imposturas y numeritos ‘morales’ de los que habría que ocuparse. Y no es descartable que nos ocupemos.
El conflicto entre Hamás e Israel ha revelado algunas incoherencias en la izquierda y derecha españolas. Las de la derecha fueron glosadas brevemente en el artículo anterior; las de la izquierda en el del 10 de octubre. Son, por lo demás, flagrantes. Se trata de una diferencia entre lo que venden y lo que de repente han defendido. Pongamos, por ejemplo, la preocupación de la izquierda por lo que ellos llaman «nazismo» y su justificación y contextualización de la matanza de Hamás.
Pero hay otra incoherencia de segundo grado. La que deriva de observar cómo a derecha e izquierda se desgañitan defendiendo a Estados extranjeros (el soñado de Palestina o el de Israel) con un ardor y una falta de límites que aquí no se les conoce en defensa de lo propio.
Que un país que ha sufrido sumisamente más de 800 asesinatos de ETA, la matanza de 200 personas en Atocha, que ve cuestionada su unidad e integridad, que ha sufrido un golpe de Estado separatista y una campaña internacional contraria, que ve amenazada las ciudades de Ceuta y Melilla, que tiene una colonia inglesa que crece a costa de sus aguas o que padece inquietantes tensiones migratorias en Canarias; que un país así, que además ha de sufrir todo esto aceptando la orden del enemigo, siendo incluso mandado por su enemigo, en las formas más humillantes y serviles, tenga que presenciar cómo su derecha y su izquierda, que lo han acostumbrado a la servidumbre, piden las más enérgicas acciones (el terrorismo, masivos bombardeos) para la salvaguarda de estados extranjeros resulta asombroso. Ver la cantidad de tiempo y energía que medios, políticos y analistas dedican, por ejemplo, a justificar las posiciones históricas de imperios ajenos o de gobiernos que difunden la más negra leyenda española resulta pasmoso.
En el caso de Israel y Palestina esto se hace aun más desesperante porque en esta división, en este desgañitarse con una pasión nunca demostrada para lo nacional, se incorpora la lógica irreconciliable de Oriente Medio. Como si no tuviéramos bastante con la polaridad guerracivilista, importamos la dialéctica de un conflicto quizás irresoluble.
Esto evidencia lo que se sospechaba: la inexistencia de una opinión pública española. No sólo
La acción política y el debate mismo están dominado por intereses extranjeros
la acción política, el mismo debate está dominado por intereses extranjeros, por unos discursos prefabricados en el exterior que personas a sueldo o simplemente incautos distribuyen en España.
No sólo observamos un debate a menudo antinacional, sino un debate en abierta defensa de Estados ajenos. Normalmente, estas voces ocultan su filiación, aunque podamos sospechar de ellos por su transversalidad, por su estar en varios sitios. En ocasiones dan la cara y entonces llegamos al punto de ver asociaciones al servicio de intereses extranjeros, por legítimos que sean, tratando de imponer en España unos límites opinativos que ni siquiera existen en su país. Lobbies al servicio de Estados o aspiraciones extranjeras amedrentan a españoles y difunden, con estilo mamporreril y una especie de colonialismo moral, una propaganda que hasta en su lugar de origen admitiría matiz. Somos, así, papagayos de lo foráneo. Y estas personas al servicio de intereses forasteros cuentan para ello con el apoyo de fautores españoles que suelen disfrazar su tráfico mercenario con alguna forma de justificación ideológica o dogmática. A unos y a otros habría que dedicarles unas últimas palabrillas.
Las últimas palabrillas (y III)
Perdone el lector que contra mi costumbre refiera un caso personal. El día 13 de octubre, la cuenta de Twitter o X de la ACOM publicó un tuit dirigido a mi persona en el que, con ortografía y puntuación algo vacilantes, se me acusaba de libelo añadiendo parte de un artículo mío del día 10.
No aparecía enlace alguno al mismo, ni el título ("Reacciones al pogromo"), ni dónde se había publicado, ni forma alguna de leerlo. Solo una parte del texto, escogida y subrayada con evidente mala fe, y cuatro palabras destacadas escritas en el tuit: «Vil metal» y «alma judía», que ACOM, en puzzle insidioso, ponía juntas cuando no aparecían así en el artículo. Con ello hacía posible dar a entender que yo relacionaba una cosa y la otra, un viejo tic del antisemitismo. Era un tuit de una falsedad, de una malicia y de una falta de categoría personal y humana abrumadoras.
No conozco mucho de la ACOM, Acción y Comunicación sobre Oriente Medio, se llama, quizás más acción que comunicación… Aunque se adornan con la bandera de España, parecen un grupo de presión proisraelí. Es decir, propaganda de otro Estado.
Por terceros sí conozco las formas y maneras de esta asociación. Tendencia a la intimidación, al amedrentamiento.
—Hola, buenos días
—¡Cómo se le ocurre que pueda ser bueno después del Holocausto!
Sugerir tan solo la sombra de antisemitismo sobre alguien es mandarlo a la muerte civil y profesional. Hacerlo falseando o trastocando los elementos de juicio debería ser delito.
Habiendo sufrido sus formas «comunicativas» (la alevosa desfiguración, el recorte descontextualizador y difamatorio) podría llegar a pensar que el efecto de la ACOM sobre la conversación pública española será como el de Israel sobre la franja de Gaza. Deslizar algo tan serio, tan inconmensurablemente serio y trágico para realizar ajustillos de cuenta con un periodista es una malversación de aquello que dicen representar y defender. Por respeto a la causa judía deberían tener más cuidado para administrar su insidia y, ya que presumen de precisión, digamos, balística, elegir un poco mejor el objetivo.
Del vil cabe esperar el vilipendio, y no sería tanto este tuit alevoso sin la segunda parte, la acción propagadora de unos individuos dedicados a ello de un modo casi se diría que profesional. El tuit fue amplificado por personas que de esta forma lo completaban. ¿Qué se podía predicar de un tuit así realizado por una asociación judía en la misma semana del ataque de Hamas? Se dejaba la pelota botando y sólo faltaba que alguien usara la palabra: «antisemitismo». Y hubo quien lo hizo.
La insignificancia profesional, personal y la evidente bajeza moral de los implicados invitarían a dejar pasar la cuestión, pero dos motivos me obligan a lo contrario. El primero personal, el honor y la verdad. El segundo, lo que intuía dibujarse de fondo, que ya no me afectaba solo a mí.
Algo más había, algo que iba más allá y se delataba, por un lado, en el exceso de atención a mi persona, plumilla insignificante; por otro, en los rasgos reconocibles de un estilo. En mí se estaba atacando otra cosa quizás, un espacio, una alternativa, quizás una simple posibilidad, el vislumbre de algo que pudiera ser, y se hacía con unas maneras realmente familiares.
Había otra cosa: un esquema cancelador que ya se ha utilizado antes en España. Un golpe en dos tiempos: un propagandista, unos propagadores. Alguien acusa de algo gravísimo (antisemitismo), lo deja caer, otros rematan en nombre del autodenominado liberalismo —jaja—. Los cobardes callan y no hay tribunal. Así se va preparando una mortaja civil.
Los difusores del venenoso tuit, que ya tenían experiencia en la cuestión, seguían unas formas conocidas y un sulfuroso perfume quedaba en el ambiente: el losantismo, las maneras de Losantos, empleador de uno de los autores de la bellaquería. No digo que siguiera órdenes, pero sí una pauta.
El estilo de Losantos, sin su alegre facundia, va haciendo escuela. Es el liberalismo baturro del que habla González Cuevas replicado por esbirros e imitadores. Esa mezcla de ideología y estilo ha formado y también malformado la derecha española en las últimas décadas y presenta unos rasgos reconocibles. Sobre una absoluta falta de respeto a la Verdad, propia del excomunista que lo sigue siendo neuronalmente, se entra en el debate con formas intolerantes, carentes de liberalidad alguna, difamatorias e intimidantes. El insulto por estilo, y por bandera una parodia ideológica resumida en Occidente y Libertad, algo que hacen llamar «liberalismo» (le pongo dos comillas porque no puedo ponerle cuatro). Son sedicentes liberales y sedicentes patriotas que corren siempre, como palanganeros de tuerta hispanidad, donde brotan los flujos de think tanks.
Los neocons de EE. UU. eran trotskistas metidos a conservadores. Y losantismo es un comunista metido a no se sabe qué pastiche llamado liberal. Algo en común: cierta superioridad intelectual del izquierdista reinsertado en la derecha más ágrafa; también que unos y otros han sido liricos entusiastas de la guerra.
Porque conviene que lleguemos a este punto. Igual que sus papás americanos fueron y son halconazos imperiales, estas voces fueron
Los palmeros entusiastas del apoyo a la invasión de Irak. La podríamos llamar así: la derecha iraquí, bombardera y falaz. Hay una generación entera de políticos y periodistas en España que chapotearon felices e inconsecuentes sobre esa guerra, sus consecuencias y secuelas. El losantismo es correlato del aznarismo y todo el aznarismo y sus satélites, sus deudos y tiralevitas, sus joselitos radiofónicos, sus analistas y sus ministras y, por supuesto, su mundo de escribas y mamporerros fue en su momento un gran cuadro flamenco para el sí a Irak.
Que semejante monstruosa frivolidad, sin una sola retractación, vaya aun por la vida salvando Occidente y dando lecciones de humanidad y moral es delirante. Pero ¿esas ínfulas, de dónde? No nos extraña que deban impostar ser más judíos que los propios judíos, y que se crean Hannah Arendt dilucidando los contornos del Mal. De algún sitio tienen que sacar un pretexto, un adorno de dignidad, un abalorio mínimo de moralidad o sabiduría.
Siento que en ese artículo mío daba en el clavo de cierto intercambio: crédito moral a cambio de matonismo. Un contrabando con algo sagrado. ¡Estos jetillas, eunucos morales, abusando de las palabras Holocausto y Libertad!
También se ha revelado solo, por sí solo, el esquema ensayado de una muerte civil o profesional, el mecanismo esbozado (el argumento, el estilo, los autores) para ir acogotando cualquier forma de expresión que quiera situarse ante las dialécticas eternizadas y encarnizadas (Guerra Fría, Oriente Medio…) con una mínima, libre conciencia española.