Diciembre de 2016, match con una koreana que trabaja en EEUU. Alrededor de 30 años. Técnicamente fuera de mi rango de edad pero sus genes asiáticos la metieron de lleno y sin pasar por la casilla de salida. Guapa, delgada, algo como la siguiente foto pero rollo geek en lugar de modelo:
Hablamos y me dice de quedar esa misma semana porque se iba a la siguiente. Le digo que si se va la semana siguiente prefiero no quedar, me contesta decepcionada que me estoy equivocando. Le digo que probablemente y me pongo a otra cosa.
Sin embargo cuando ya ni me acordaba veo que me sigue en Instagram. A partir de ahí durante 2017 fuimos compartiendo likes, algún direct y lo acabamos llevando a Whatsapp. Nos contábamos cosas por audio y nos enviábamos fotos hasta que al final llegó a interesarme. Una pena que viviese tan lejos.
Ella nada en dinero y viaja constantemente por negocios así que me escribía de vez en cuando con una fecha y una ciudad. Mi respuesta era siempre la misma: págame el billete y me tienes allí. La posibilidad de que nos acabáramos conociendo en persona era nula.
Justo cuando iba a ser el aniversario de nuestro match me escribe unos números y un lugar, un mensaje casi telegráfico pero que se entendía perfectamente.
Era una noche de Navidad en Madrid, en el centro había más personas que luces. Ella apareció en un Tesla Uber, entre la muchedumbre me vislumbró, la sonreí e hizo lo propio sin bajar la mirada. Hablar con ella era como hablar con alguien que conoces desde hace mucho tiempo.
Tomamos un vino que pagó con una VISA metálica que no sabía exactamente qué era pero que me gustaría tener algún para sentirme el puto Dan Bilzerian. Vió de refilón mi reloj y frunció el ceño mientras se lo acercaba a sus achinados ojos para comprobar si era un Rólex. Lo era y tras un halago desinteresado miró su móvil: su compañero de trabajo con el que había venido a Madrid y compartía piso se había quedado atrapado en el portal de su casa. Teníamos que rescatarle.
Llamó a otro UBER. Apareció un Mercedes precioso. A mitad de trayecto en la calle que une Cibeles y la Puerta de Alcalá se inclina hacia adelante para mirar las luces navideñas. Grita demasiado exaltada:
— Wow, ¡es precioso!
Le contesto que está bien pero que no es para tanto.
— Lo siento, he tomado LSD — me contesta, mientras saca LSD del bolso.
El conductor para el UBER, enfrente del portal y en los barrotes del portal había un negro de unos 40 años con cara de desesperación. Resultó ser su compañero, y efectivamente estaba atrapado. Subimos a su casa y nos sentamos en el sofá. El negro saca de la nevera una botella de Vodka, refresco, hielos, un vaso y se lo lleva todo a su cuarto.
— ¿También ha quedado con una chica de Tinder?
— No, pero es su cumpleaños.
Ella puesta de LSD y un tío de 40 años emborrachándose sólo el día de su cumpleaños. Sugestionado por ser el único normal ahí miré el LSD, me miró, y la miré. Nunca me he drogado pero acepté su invitación.
En el tiempo que tardó en hacer efecto charlamos, nos besamos y bromeamos en el sofá. Conforme pasaba el tiempo me sentía mejor, seguro de que quería estar ahí antes que en ningún otro lado. En un momento dado y sin razón aparente la subí a caballito y salí de su apartamento descalzo, empecé a bajar las escaleras que crujían.
— ¿No es por aquí?
— ¡No! - se rió
Volví sobre mis pasos. Me guió a su cuarto, la tiré en la cama, puso música y empezó.
Después de follar empecé a sentir más cosas, fluía, estaba muy relajado, conectado con ella, las luces de los flexos ondulaban en la pared. Yo sudaba mucho. Su cara parecía que respiraba. Me deshidrataba. Hablaba de cosas que no recuerdo pero que creo eran interesantes.
Decidí ir al baño. Me encerré y estuve mirándome en el espejo desnudo . Mi cuerpo cambiaba de forma. Pude estar media hora mirándome y riéndome incrédulo, mi cara se hacía grande y pequeña, me miraba los pies para ver cómo se alejaban, el cuerpo que veía en el espejo estaba inflado y congestionado, no era mi cuerpo, era el de otra persona.
Sudaba muchísimo, cuando volví a la cama estaba empapado. Al montarla recuerdo cómo goteaba sobre ella, pero le daba igual. Me trajo varias botellas de agua que me bebí para seguir sudando. Me trajo una toalla pero preferí salir empapado al balcón. Diciembre, 4:30 de la madrugada, desnudo y bañado en sudor. Pero no tenía frío.
Una mano rompió el bautizo y me atrapó en la cama hasta que amaneció.
No quería que acabara, pero estaba acabando. Tenía que trabajar. Me despedí, caminé en silencio por la casa. Cerré la puerta y me mezclé con los madrugadores de Madrid como un espectro que viene de otro tiempo dejando atrás dos cosas: un viaje y un reloj.