De Cuenca a Madrid existe un pueblo a mitad de camino, perteneciente a la provincia de Cuenca, llamado Tarancón. Todos sus alrededores son obras, peores incluso que las de Gallardón.
Según te acercas ya empieza a ser siniestro. Desaparecen los carteles de Madrid, o señalan caminos incorrectos. No es pequeño el susto cuando comienzan a aparecer unos seres de otro planeta detrás de los árboles, hasta que comprendes su verdadera naturaleza. En este pueblo tienen la costumbre de, en lugar de señalizar las obras con una señal (como en el resto del mundo), lo hacen con una especie de maniquíes con bizarros trajes reflectantes que agitan el brazo de forma más extraña todavía, cuya primera impresión causada es "ostia, ¡extraterrestres!". Así es, ponen figuras pseudohumanoides de extraños movimientos y vestimentas tras árboles para evitar accidentes por obras. Doblemente siniestro.
Volvía de Cuenca, y tras tomar todas las direcciones posibles (o visibles) buscando la carretera con dirección Ocaña, incluída la A-3 sentido Valencia, desistí y me decidí a entrar en Tarancón, ya que en la ida lo había atravesado sin mayor problema.
Detuve mi coche frente a una pastelería, por donde pasaba una señora de mediana edad.
-Disculpe, ¿para salir a Ocaña/Madrid?
-Pues lo has hecho mal, tenías que haber tomado el desvío blablabla.
-No señora, lo tomé y acabé dirigiéndome a Albacete.
-Ah, pues no sé...
-Gracias de todos modos.
Algo más adelante pregunté a un hombre sentado en un banco de un parque.
-¿A Ocaña/Madrid? Sí, mira, sigue esa calle recto, llegas a una rotonda y la salida de la derecha va para allá.
-Muchas gracias, buen hombre.
Seguí la calle, pero la calle se acabó en otra perpendicular y de doble sentido. Giré a la izquierda, por instinto más que por saber el camino.
Después, tras callejear un buen rato, vi un cartel que llamó mi atención: ponía "Madrid". No me llamó la atención porque pusiera "Madrid", sino por ser de un metal lastimosamente oxidado y lucir una tipografía de hace varias generaciones. Cualquiera diría que las pequeñas abolladuras eran producto de disparos de la guerra civil.
Obedecí al cartel con poca confianza en él, hasta encontrar a un cartero. ¡Qué suerte! Si alguien sabe dónde están las cosas, ése es un cartero, un taxista o el callejero de cualquier portal de internet.
-Perdone, ¿para ir a Ocaña?
-Pues mire, ni puta idea. Aprobé las oposiciones y me destinaron aquí, esta mierda de pueblo que no tiene ni carteles para las calles, hay calles con números repetidos y hasta calles repetidas. Llevo una semana para repartir la correspondencia de un día.
-Vaya, lo siento mucho. Gracias de todos modos.
Mis ánimos no iban precisamente en aumento. El cartel apuntando a Madrid había quedado atrás hacía rato y no apareció otro signo que me diera una sola pista, no ya de la dirección que debía tomar, sino de mi simple posición. La gente me daba informaciones que me hacían pensar que estaban todavía más perdidos que yo. Veía a otros conductores recibiendo encogidas de hombros a sus preguntas, índices apuntando a direcciones opuestas. No me pareció extraño ver matrículas de 5 países distintos, ni la inusual cantidad de hostales y hoteles para un pueblo tan pequeño.
Llegué a una bifurcación. La izquierda llevaba a una rotonda, posiblemente la que me había indicado el hombre del parque, o quizá no. Por la otra vía había un paso a nivel como no los he visto desde que me saqué el carnet. "Cuando veas dos caminos, elige el difícil" dijo cierto maestro budista cuyo nombre no recordaba, ni recuerdo. Y sí. Tras esperar el paso de un tren, poco más allá había una rotonda que me dirigiría nuevamente a mi hogar. Por alguna razón recordé la historia de Astérix y las 12 pruebas.
Varios días después, comentando a mi suegra que pasé por Tarancón, me dijo:
-Oye, pues podías haber comprado rosquillas de Tarancón, que están muy ricas. Aquí sólo las traen a la panadería de Mauricio y muy de vez en cuando.
Yo sabía por qué no llegaban las rosquillas. Pero me callé como una puta.
-Pues no sé, no creo que les cueste tanto traerlas. La próxima vez que vaya, compro.
No habrá ninguna próxima vez.