En el mismo local donde el agente del FBI se quedó sin reloj, el verano pasado entraron a robar de madrugada. Los ladrones pasaron casi tres horas percutiendo un cristal de la fachada sin que nadie diese la voz de alarma, agazapados detrás de unos cubos de basura. A las 6:20 de la madrugada accedieron por el butrón y se llevaron todo lo que pudieron cargar. El encargado del local, de origen extranjero como casi todos los que trabajan en la Rambla del Raval, dice que la degradación les ha hecho perder un 35 % de los ingresos en el último año y culpa a las autoridades que permiten que haya enjambres de chavales magrebíes merodeando por el boulevard desde mediodía hasta que amanece.
Los chicos no disimulan. A la vista de cualquiera, se inflan a benzodiacepinas y drogas baratas que inhalan en bolsas y botellas, se apoyan en los escaparates cuando no se tienen en pie, orinan en las esquinas… Roban varias veces al día, incluso a los camareros de los bares de copas cuando salen de trabajar de madrugada. "A veces se ponen muy violentos. Te sacan un cuchillo sin problemas. Casi todas las noches montan alguna. Ayer arrastraron por toda la calle a un japonés que no soltaba la mochila. Los turistas me enseñan artículos y puntos rojos en los mapas que les advierten que no deberían venir aquí". El reparto del botín suele acabar a voces y casi a diario acaban teniendo peleas entre ellos. "Esta zona ha sido siempre movida, pero lo de ahora no lo habíamos visto nunca. Se está yendo a la mierda muy deprisa"[/
La moraleja es más o menos la siguiente: si en un edificio aparece un cristal quebrado y no se arregla, el resto de ventanas acaban siendo destrozadas en breve. Y Barcelona, como el Nueva York que quería redimir Giuliani, tiene ya varias ventanas rotas: la falta de respuesta ante los pequeños hurtos, la proliferación de carteristas, la impunidad de los vendedores ambulantes, los 'yonkis' durmiendo en los bancos, el trapicheo de droga… La suma de todo ello genera la sensación de que la ciudad no tiene límites, de que no hay líneas rojas, sobre todo en algunas zonas.
Playa desmadre
En los bares de barrio de la Barceloneta, junto a la playa por la que pasean diariamente miles de turistas, tienden a alinearse también con las tesis de Stanford. Frente a un botellín y una bomba (tapa de patata y carne), un grupo de hombres confiesan que van armados para defenderse: porras extensibles, sprays, pistolas taser… "Cada vez sale más gente así de casa. Vecinos normales. Yo por la mañana me voy a las cinco y llevo una botella de salfumán", dice Juan, un histórico sindicalista del barrio, casado con una mujer marroquí.
"Nosotros no nos asustamos fácilmente, somos gente dura, pero esto se ha ido de madre. Vienen a dar el palo a los turistas y a nosotros tampoco nos respetan", continúa David, albañil. La conversación se anima y el corrillo desenfunda los teléfonos. Empiezan a aparecer escenas de robos, atracos, peleas… material que circula en grupos de WhatsApp. Aparecen algunas imágenes de cosas que ni siquiera ocurrieron en Barcelona, ni en España, pero que se integran en el relato coral. "Roban a los viejos en los parques, a los currantes cuando madrugan para ir a trabajar. Están vendiendo droga a todas horas y en todos sitios. Lo último que me dicen los amigos marroquíes es que están llegando argelinos de Saint-Denis porque en Francia no les dejan hacer lo que les dejan aquí".
Los comerciantes de los chiringuitos dicen estar desesperados. Algunos han pagado más de 300.000 euros por la licencia anual y tienen competidores vendiendo los mismos productos, a su lado, ofreciendo mercancía libre de impuestos. Hace algunos años, reconocen, compensaban la inacción policial amedrentando a algunos ambulantes. "Se intentaba razonar con ellos, incluso se les tiraba la mercancía al agua si no hacían caso, pero ahora esas cosas ya no se pueden hacer porque se te echan encima. Son muchos y además están armados".
Eliana es una de las fundadoras de Salvalona, el movimiento ciudadano que más atención ha recibido en los últimos días y que, según sus organizadores, aglutina ya a cerca de 50.000 personas (sumando los representados de las asociaciones y colectivos que han suscrito el manifiesto). Los otros dos promotores son el controvertido líder sindical de Élite Taxi, Tito Álvarez; y el propietario de una empresa de seguridad privada, Marc Anton, que tiene a sus trabajadores repartidos por media Barcelona, en los barrios más difíciles. Se les están uniendo asociaciones de vecinos de los barrios más castigados, como la de Sant Adrià de Besòs (la Mina), un grupo que lleva varios días organizando caceroladas y marchas nocturnas. "Estábamos preocupados por el tema, sacamos un comunicado y metió un pedo mediático que nos quedamos flipados", recuerda Tito. "Hicimos reuniones con un montón de asociaciones y algunas, como los pakistaníes o los filipinos, se unieron de inmediato".
Marc Antón dice que su empresa da servicios a gente que nunca hubiese imaginado. "Siempre he tenido chicos en discotecas, hoteles, comercios, pero ahora me llaman hasta de portales, para ponerles a alguien todo el día y que no se meta gente a drogarse o dormir en el portal, para que no roben, etcétera", dice. Entre otras cosas, preparan una app con un botón del pánico y una manifestación masiva para el otoño. Marc Antón insiste: "Yo estoy acostumbrado a ver muchas cosas. He estado en situaciones muy feas, de todo tipo... Y te digo que hay barrios donde la gente está al límite. Si la cosa no para, la gente se va a organizar y va a haber una desgracia".