La mano infantil que se extendía hasta tocar el luminoso dedo de ET era la de su hija Farah, a la que hizo posar un docena de veces hasta dar con la imagen deseada. Aquel fue solo uno –grandioso, pero solo uno– de los muchos carteles de cine que hizo para la gran industria norteamericana desde primeros de los setenta hasta que un ataque al corazón se lo llevó en 2008 sin haber cumplido los sesenta años. John Alvin siempre fue –todos lo decían allí dentro, y él bromeaba sobre el asunto con Andrea, su esposa– «el secreto mejor guardado de Hollywood». Excesivamente bien guardado, cabría matizar, ya que no salía en los créditos, su firma no aparecía por ningún lado, y sin embargo pocos artistas hay a quienes los amantes del cine deban tanto como a este ilustrador. Solo ahora, su viuda, en un libro publicado en España por Planeta Cómic bajo el título de El arte de John Alvin, ha logrado hacer justicia por fin al autor, su obra y su anónima influencia.
«Cuando la gente habla de John Alvin, el hombre, ciertas palabras se repiten con bastante frecuencia –explica Andrea en el libro–: amable, cálido, gracioso, listo y con talento. Creo que no puedes separar al hombre de su arte, porque siempre trabajó desde una postura tremendamente emocional y eso se nota. Era mucho más que un ilustrador. Se le podía ocurrir una idea para un póster, diseñar el logotipo y escribir lo que sería la frase promocional. La encantaba encontrar esa imagen única que evocara el elemento de la película que lograría atraer al espectador y le haría querer verla. Crear la promesa de una gran experiencia, así describía el proceso».
En efecto sus obras eran promesas pintadas; sus pósteres eran una invitación que tocaba las fibras más sutiles de los adictos al cine. No importa que en su día rechazara hacer el cartel de La guerra de las galaxias por exceso de trabajo –ocasión tendría de reparar ese error más adelante–, ya que esa huella suya, esa magia si se le pudiera llamar así, está por doquier a lo largo de más de treinta años: El jovencito Frankenstein (1974), El retorno del jedi (1982), Blade Runner (1982), ET (1982), Cocoon (1985), Los goonies (1985), Legend (1986), El imperio del sol (1989), Batman (1989), El cabo del miedo (1991), La bella y la bestia (1991), Aladdin (1992), Parque Jurásico (1993), El rey león (1994)... y se podría seguir con otros cuantos títulos de primera.
El suyo fue un caso paradigmático que hace honor a la frase celebérrima que asegura que quien la sigue, la consigue. Desde niño amó el cine y dibujar. Como su padre era militar y estaban en continuo movimiento por cambio de destino, mostrar sus habilidades dibujando deportivos y chicas desnudas no era mala tarjeta de presentación para romper el hielo en los nuevos colegios. Volvía del cine y se ponía a dibujar las escenas «a partir de su imaginación», como señala Andrea Alvin: 20.000 leguas de viaje submarino, Los vikingos, Espartaco...
Desde Disney, Jeffrey Katzenberg cuenta cómo Alvin logró resolver el gran desafío de la casa para sus nuevas películas. «Nosotros sabíamos que serían un gran entretenimiento para los adultos», afirma, «pero los adultos no lo sabían. Aquí entra John y su extraordinaria obra artística. Empezando por La bella y la bestia, John creó pósteres que apelaban directamente a sensibilidades adultas. De alguna forma, John era capaz de capturar la emoción de toda una película en una única imagen».
Un símbolo de la cultura popular reciente: eso son los carteles de Alvin. Ya no son tan importantes; desde los noventa, y cada vez más, las películas se promocionan de otras formas diversas que nada tienen que ver con la ilustración. «John aguantó más que muchos en este negocio», explica su viuda. «Lo que le distinguía del resto era la sensación de pasión, magia y misterio que él podía conjurar en un dibujo». «Era generoso con su tiempo y le encantaba aconsejar y guiar a jóvenes artistas. No se podía tener una conversación corta con John». Evidentemente, eso sería un enorme contratiempo en el mundo de hoy. «Le encantaba hablar, especialmente sobre crear arte».
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