Desde el momento en que se dio a conocer el jurado de esta versión ya me olía lo que nos íbamos a encontrar: populismo, paletadas, en definitiva, un programa hecho por la tele pública para el español medio. ¿Y por qué lo pensé así? Un nombre: Samantha.
Samantha es la mujer que siempre tiene que estar. Eso de tres jueces varones, como en otras muchas versiones, es inconcebible. No importa que no aporte nada, que sea un pegote, que parezca que sólo sabe hablar de la presentación. Ella tiene que estar por no tener pene. Es la Marca España, y también se nota en las finales: tiene que haber un hombre y una mujer, lo otro sería desigualdad, sería descontento (entre los retrasados mentales).
Empezamos con lo esperable tras los últimos programas: la patada a Emil. Un tío que lleva destacando desde el principio pero que de la noche a la mañana pasa a hacer el peor plato del programa. ¿Qué representa Emil? Lo que no gusta entre la mediocridad: un tío seguro, exitoso, racional. Pero España no quiere ver esto, esto asusta al españolito medio, por eso los jueces se encargan de cambiarlo. Ya no es seguro, es prepotente; ya no es exitoso, empieza a cagarla drásticamente; ya no es racional, es antipático. Finalmente, la fastidia en una prueba de eliminación y aprovechan para quitárselo de encima. Encargándose, obviamente, de olvidarse de su trayectoria, de que ha sido objetivamente superior desde el principio, de que este programa busca al mejor, no al más oportuno. Aquí no echan mano del típico recurso del historial, no conviene. Aquí hay que darle la patada al mejor. ¿Qué nos queda? El jovencito adorable, el tipo majete que fue repescado y la cateta de origen sencillo. Bien, podía llegar a aceptar que echasen a Emil, había sido el peor con diferencia en esa prueba. Pero lo que pensaba que iba a ser lo peor de la noche se convierte en lo más suave.
Lo de Vicky ha sido insultante. Una palurda del tres al cuarto que insulta a los jueces con su ignorancia respecto a la alta cocina. Si esto se hubiese dado en otras versiones, la estadounidense mismamente, Vicky habría quedado reducida a polvo tras una bronca de Ramsay. Pero no, esto es España, nuestros jueces son españoles, y la concursante es la humilde que ha salido adelante, la sufridora, la que consuela al españolito medio. Éste se ve reflejado y piensa: "vivan los sueños, puedo conseguirlo, ella era humilde en la vida y ha llegado muy alto". ¿Qué importa que estemos en un concurso de alta cocina, qué importa que los tres mejores reciban becas para estudiar alta cocina, qué importa que Vicky sea una cateta prepotente e insolente que echa pestes contra la alta cocina y piensa que "pa' qué cambiar un pan con tomate si está bueno"? Pero eh, ni una crítica a esto la primera vez. Podemos volver una y otra vez con la "prepotencia" de un tío listo, ducho y seguro de sí mismo, pero la insolencia e ignorancia de Vicky no la tocamos, y mucho menos es un motivo de expulsión. Siempre se puede usar el plato en sí como excusa para salvarla, total, "lo que importa es lo que pongas en la mesa", y si la fastidia pues ya echamos mano de recursos típicos como la trayectoria, la evolución o la act- ¡ay, no, que su actitud es una puta basura!
Pero, sin embargo, Vicky la caga con dos cosas básicas: quema el pescado y lo salpimenta mal. Dos errores tan simples que, a esas alturas, habrían sido expulsión inminente. Pero, inexplicablemente, ella pasa a la final. Aunque Cristóbal haya demostrado todo su desarrollo. Aunque haya controlado algunos errores que llevaba cometiendo a lo largo de la competición. ¿Qué importa eso? Vicky tiene que ganar. Es la cateta humilde que representa a España, y además mujer, tiene que estar mínimo en la final. ¿Qué importa que haya cometido dos errores básicos, qué importa que su plato sea peor que el de Cristóbal, qué importa que su actitud sea la más despreciable hacia la alta cocina que he visto en temporadas y temporadas de MasterChef de diferentes países? Vicky no es Emil, y ya ni se esfuerzan por maquillarlo.
En una palabra: patético.