Su sonrisa provocó la creación del Barcelona más reciente. La resurrección de un club sumido en la pesadumbre, incapaz de incorporarse a los nuevos tiempos. Anticuado, adocenado y oxidado. Hasta que apareció como caído del cielo Ronaldo de Assís Moreira. Ronaldinho. El Génesis del nuevo Barça, momento del que tal día como hoy se cumplen diez años de la presentación del jugador que cambió el destino del equipo azulgrana. La locura llegó al club.
El final de la etapa de Josep Lluís Nuñez, la incapacidad de Joan Gaspart de aunar su legado con una actualización del legado y la llegada de Joan Laporta condujeron al Barcelona a estar entre tinieblas. Necesitado de una buena capa de chapa y pintura, la contratación de la estrella brasileña del Paris Saint-Germain por 27 millones de euros dotó de un nuevo estilo al grupo.
El ahora presidente azulgrana, Sandro Rosell, fue clave en su llegada. Sus contactos brasileños del entonces vicepresidente deportivo, y la renuncia de David Beckham tras ser empleado como reclamo electoral en la campaña de Laporta, provocaron que Ronaldinho firmara por cinco temporadas, hasta 2008, aunque poco tardó en ser renovado ese contrato a tenor de sus cualidades:_150 millones de cláusula y un contrato acorde a su talento, pero no exento del interés del clubes como el Milan o el Chelsea.
Por aquellos días, él tenía la espalda de un tamaño considerable, ya que era quien llevaba el peso ofensivo del equipo barcelonista. Días convulsos, de transición, fueron los que vivió el Barça en aquella temporada 2003-04. Nueva directiva, cambio de rumbo en todos los apartados, y una planificación de un equipo bajo la supervisión de Frank Rijkaard, cuyo currículo no decía mucho. Aunque sí que lo hacía Johan Cruyff, su valedor, cuando convenció a Laporta de su incorporación. Aunque a punto estuviera de irse por los malos resultados, en aquellos días en los que Luiz Felipe Scolari sobrevolaba el Camp Nou.
No fue así, aunque al parecer a Rijkaard no le hacía mucha gracia la contratación de Ronnie. Sin embargo, su presencia aquel curso alivió un sufrimiento cruento. En la primera vuelta, el Barça acabó decimosegundo, a 18 puntos del líder, el Real Madrid. La reacción del bloque, con golazos del Gaúcho como el que le endosó al Sevilla desde la frontal en el partido disputado ya de madrugada al poco de recalar en el equipo, provocó que finalizara la temporada segundo, a cinco puntos del campeón, el Valencia. Fue la única satisfacción en una campaña en blanco, sin Liga, Copa del Rey ni Copa de la UEFA.
El engranaje azulgrana comenzó a funcionar meses después, cuando con Ronaldinho como líder, con Xavi encontrando su hueco en la medular, Deco organizando y Eto'o marcando goles, se consiguió la Liga, que se revalidaría un año después. Justo, cuando el Barcelona ganó la Copa de Europa, la segunda, en París ante el Arsenal. Bien es cierto que no fue ése brasileño el protagonista de la final, sino Belletti, aunque apareció en las fotos al poco de alzar Puyol el trofeo.
Fueron días en los que la gloria se respiraba en el Camp Nou. En los que Ronaldinho hacía lo que quería, como aquel gol al Chelsea, parando, engañando al rival con su movimiento para acabar marcando. O el día que el Santiago Bernabéu no tuvo más remedio que aplaudirle tras una exhibición en esa campaña para el recuerdo. Era el mejor jugador del mundo. No había discusión posible. Y no sólo por el Balón de Oro que logró.
Aquel fue el inicio del fin. Durante los dos siguientes cursos, la imagen del Ronaldinho cariacontecido tras perder la Supercopa de Europa ante el Sevilla por goleada o el Mundial de Clubes frente al Internacional de Porto Alegre fue una constante. Su deterioro, salvo honrosas y asombrosas reapariciones como un gol de chilena al Villarreal o la ayuda a un jovencísimo Leo Messi, era patente. Al Gaúcho se le acusó de festivalero, de noctámbulo, de llegar deteriorado a los entrenamientos, de no salir del gimnasio. Su sonrisa se tornó mueca.
«Tras el trabajo me gusta divertirme. Y las discotecas están para eso, al diablo con los moralistas», reconoció en 'La Stampa', catalogando esas informaciones como «fantasía de ciertos periodistas». «Los últimos meses en Barcelona han sido un infierno por otro motivo. Me había hecho daño en un aductor», sentenció. La llegada de Pep Guardiola tras dos años en blanco y un juego en el equipo caduco en su forma, que no en su fondo, arrancó con su despedida: «Si sintiera que él quiere y siente que es el que fue, no hay entrenador que no lo quiera. Hay un deterioro en la situación en la que la única manera es que se sientan todos importantes. Entiendo que si Ronaldinho sintiera esto, estaría con nosotros», admitió el técnico. Vamos, que le abrió la puerta de par en par.
Se marchó al Milan, convencido por Silvio Berlusconi, encantado de su juego desde hacía años hasta el extremo, quién sabe si en verdad o en broma, de ofrecer un trueque con Kaká como confesó Laporta. «Ronaldinho devolvió la alegría al barcelonismo cuando llegó y la verdad es que se va con todos los honores, se va como lo que es, como una gran persona y un grandísimo jugador. Sabe que el Barça lo llevará siempre en el corazón», dijo a modo de epitafio el entonces presidente. No se equivocó.