La imagen de Abidal –el humilde Abi en palabras de Guardiola- siendo manteado por sus compañeros al final del encuentro fue el perfecto corolario para una de las más bochornosas eliminatorias de la Copa de Europa que he tenido la oportunidad de presenciar. Una imagen que aglutina por sí sola todo lo que representa un club que es – como ellos mismos se vanaglorian- algo más que una institución deportiva.
Todos teníamos muy clara la dificultad de la empresa a la que hacía frente el Madrid en esta eliminatoria: La lucha de un noble y recientemente resucitado club deportivo -que hasta hace poco menos de dos años estaba sumido en una honda crisis social, deportiva e identitaria- contra una hidra poderosísima que dispone de todos y cada uno de los resortes necesarios para triunfar; un entramado de intereses político-sociales que bien podría definirse como Régimen. Un orden perfectamente diseñado que abarca arbitrajes, calendarios, comités éticos y disciplinarios y prensa. En suma, un engranaje perverso que actúa, coerciona y reescribe los hechos a su conveniencia, amoldándolos a una “filosofía” de vida diseñada ad hoc, que convierte sus triunfos en una victoria del bien enmarcada en una visión maniquea, victimista y política del deporte.
Actualmente un partido de fútbol se disputa en un 60% en los despachos, lúgubres habitáculos de poder donde las prebendas, influencias e intereses tienen un peso determinante a la hora de decidir en qué portería debe entrar la pelota y en cuál no. Desgraciadamente esto no es novedad, ya en los años 60 el Madrid tuvo el dudoso honor de ser el primer club expoliado en competición continental a causa de espúreos intereses; curiosamente contra el mismo rival de ayer. En aquella oportunidad, se privó al equipo de Di Stéfano de disputar su sexta final consecutiva de Copa Europa mediante los arbitrajes teledirigidos y bastardos de Mr. Ellis y Mr. Leaf. Transcurridos la friolera de 51 años, el club de Chamartín vuelve a quedar apeado de la regia competición de clubes injusta y arteramente por el conglomerado UEFA-UNICEF-FC Barcelona. Habrá que sopesar seriamente ser esponsorizados en un futuro por la ONU, ya que así tal vez volvamos a ser respetados por los mafiosos –no cabe otra manera de calificarlos- regentes del fútbol europeo. Eso, o empezar una decidida labor de zapa en las instituciones nacionales y europeas.
Ya entrados en el partido disputado ayer, es imposible desligarlo de la vergonzosa expulsión de Pepe en la ida jugada hace una semana. La tarjeta roja vista por el portugués condicionó enteramente la eliminatoria, además de privarnos del concurso del central luso, baja dramática para nuestro mediocampo, ya que se había revelado como la anomalía en la Matrix pergeñada por el nunca suficientemente mal ponderado Guardiola. José Mourinho –enclaustrado durante el partido en una habitación de hotel, única manera de sortear el marcaje de un asalariado de la UEFA- decidió salir al ataque, poniendo sobre el tapete un equipo veloz y ofensivo. Para ello prescindió de un medio de contención, situando una media formada por sólo dos hombres, tres hombres en la zona de tres cuartos y un delantero móvil y batallador en la punta de lanza. Fue así como volvimos a presenciar un 4-2-3-1 en el Camp Nou, el lugar que curiosamente semienterró la ya bautizada como “Meseta mecánica” tras el duro varapalo sufrido en Noviembre. Los hombres elegidos para la hercúlea tarea fueron los habituales que han vendo jugando a lo largo de la temporada, salvo por la obligada inclusión de Albiol en la defensa, Kakà por Özil y la sorprendente aparición del Pipa Higuaín como referente goleador. Lucha, continuidad ofensiva y peso anímico.
La alienación de Guardiola –no, no es un lapsus lingue- fue la habitual. Libre de miedos gracias a la generosa renta hurtada en la ida, el técnico catalán –por quién doblan las campanas- apostó por Iniesta en detrimento del bregador Keita. El partido dio comienzo sobre un pasto inundado por la acción de la lluvia y del sistema de riego del Barça. Pronto el Madrid reveló que su estrategia consistiría en una presión tremendamente adelantada, buscando recuperar en la génesis de la jugada rival. Los primeros minutos el Real habitó en la zona de peligro del Barça, rondando cómodamente pero sin tino las inmediaciones de Valdés. La excesiva individualidad de Di María o los arabescos “gustadores” de Cristiano no ayudaron precisamente a inquietar al meta local. Con este tipo de planteamientos es obligado jugar a un toque, buscando siempre la simplicidad y rapidez de los apoyos para descolocar al rival.
El Barça por el contrario se vio acogotado por el inicio arrollador de los blancos. Les costaba una enormidad superar la primera línea de presión, y en caso de sortearla se encontraban con un rápido repliegue visitante que conformaba una línea de cinco jugadores por detrás del balón. Así transcurrieron los primeros minutos, hasta que los primeros desajustes en la presión madridista empezaron a revelar el riesgo de desnutrir la media en favor del ataque. A partir del minuto 20 el Barcelona llegó con asiduidad la zona ancha madridista, mientras Xabi y Lass se afanaban en achicar las vías de agua existentes. Cristiano dejó de seguir a Alves, ocasionando los consabidos 2 para 1 contra Marcelo. Villa y Pedrito se abrieron a la línea de cal, consiguiendo amplitud en el ataque, dispersión en nuestra defensa y zona franca para que Messi e Iniesta deambularan por el carril central. El árbitro –actor principal del choque- ya había penalizado injustamente a Carvalho, lo cual sumado a la falta de anticipación al corte ocasionada por las bajas de Pepe y Ramos lastró en demasía nuestra agresividad defensiva.
A partir del minuto 30 el Barça comenzó a amenazar seriamente nuestra meta. Hasta tres ocasiones engarzaron en poco más de cinco minutos, con disparos de Messi, Villa y Pedrito; unos con mayor peligrosidad que otros, pero todos desbaratados por un inspirado Casillas. El Madrid necesitaba como el comer una ocasión de gol, primero para asustar al Barcelona y segundo para autoconvencerse de sus posibilidades. En el minuto 40 llegó el primer acercamiento en media hora, obra de un genial desplazamiento en largo del quaterback Alonso para la carrera de Cristiano. Éste advirtió la llegada al punto de penalti de Di María, por lo que rápidamente raseó el balón para la incorporación del argentino. Lastimosamente Valdés, atento a la jugada, pudo anticiparse apropiándose del esférico.
Sin tiempo para el desánimo, el Madrid dispuso tan sólo dos minutos después de una ocasión clarísima abortada injusta y deliberadamente por De Bleecker: Mala recepción de Puyol a un pase de su centro del campo, Di María listo como pocos le robó el balón, el incombustible defensa cayó sin razón al césped y cuando el afilado extremo argentino enfilaba el marco de Valdés en un claro dos para dos, el árbitro se inventó una falta que frustró una clara tentativa de gol. De esta manera, sabedores de que tenían enfrente un muro/castellet formado por 100.012 fieles a la causa azulgrana, los jugadores madridistas embocaron el túnel de vestuarios.
En los prolegómenos de la 2º mitad, un infame aficionado catalán, habitual payaso subvencionado que gusta de reventar espectáculos de toda índole, saltó al campo para intentar colocar un gorro de Papá Pitufo –o barretina, según a quién se le pregunte- a Cristiano. Muy comedido, el luso esquivó al energúmeno mientras el inefable Sauca nos deleitaba con varias perlas verbales sobre el astro portugués. El Madrid inició muy enchufado la 2º mitad, recuperando el espíritu del primer cuarto de hora del partido. Nada más iniciarse la reanudación, la polémica y el hurto volvieron a hacer acto de presencia: Cristiano –no tan influyente como en Copa pero aún así siempre relevante- inició una galopada pasada la media cancha y Piquè salió a su paso, pudiendo pararlo únicamente en falta y haciéndolo caer sobre un histriónico Mascherano. El balón fue a parar a Higuaín, quien batió de un seco disparo a Valdés. ¿Gol ¿ No, ya que no interesaba que el Real pusiera en riesgo la clasificación del equipo ungido tan tempraneramente.
La escuadra forjada por Mourinho no se vino abajo ante la injusticia y siguió con el plan trazado en el túnel de vestuarios. Si bien no lograba crear ocasiones claras de gol, si consiguió encerrar al Barça en sus dominios. Ironías del destino, en el minuto 53 el Barcelona interceptó una combinación madridista, y en una ofensiva relampagueante Iniesta logró mandar el balón a Pedrito entre los escalonados centrales madridistas. Mano a mano con Casillas y gol definitorio de la eliminatoria. Contraataque de manual culé, desconozco si con la aprobación moral del totalitarista Xavi.
El Madrid debía reaccionar, apelar a la épica y cuando menos dejar intacto su honor. Mourinho, vía telefónica, dispuso la entrada de Özil y Adebayor por el gris Kakà y el extenuado Higuaín. Es muy triste que Karim, en mi opinión el mejor atacante blanco, no haya disputado ni un minuto en una eliminatoria tan significativa de ésta, su competición fetiche. El Real notó positivamente los cambios, no tanto por la buena actuación individual de los dos recién ingresados en el campo sino por el rearme físico y anímico que supusieron. Tácticamente el equipo no varió mucho, salvo por la permuta de bandas entre Cristiano y Di María en busca de juego exterior y la amplitud. No trascurrieron más de 10 minutos desde el gol local cuando el Madrid puso las tablas en el marcador: El Real robó el balón e inició una rápida transición ofensiva que desembocó en Di María, quien chutó con fuerza al palo. El balón fue vomitado de vuelta para el argentino, quien adviertió la llegada de Marcelo al carril del 9; pase de la muerte y gol del emocionante lateral brasileño.
Con las tablas en el luminoso, el Madrid buscó con afán un tanto para alimentar la esperanza. Desgraciadamente, sus bien construidas aproximaciones carecieron de peligrosidad en los últimos metros, y el juego degeneró progresivamente. Las piernas de los madridistas se tornaron en anclas de gran tonelaje, acusando el ímprobo esfuerzo realizado en un campo completamente anegado. El Barça por su parte apostó por dejar correr los minutos, ejecutando su anestésica letanía sin ningún rubor. Los robos de balón visitantes se espaciaron cada vez más en el tiempo, siendo replicados por continuos fingimientos de agresión por parte de los vergonzantes bufones de Pep. Faltando un par de minutos, el cambio previsible, sensiblero y demagógico de Abidal tuvo lugar. Sólo faltaba Isabel Coixet, cámara en mano, para darle forma a una revisitación en clave catalana de El triunfo de la voluntad.
Y fue así como llegamos al final de esta eliminatoria. Un nuevo triunfo de la desvergüenza, el politiqueo y el caciquismo que permanecerá indeleble en la memoria negra del fútbol.
Reflexiones finales
• Constatar la sinvergonzonería de la UEFA. Como nos señala Elantikaki, según su sonrojante crónica oficial “el Barça pasó con justicia”, mostrando diáfanamente que sin peso específico en los despachos eres un pelele sin margen de acción.
• El Madrid sale con la cabeza muy alta de este maratón de partidos. No somos inferiores a ellos, siendo un equipo bisoño, más joven y con muchísimo margen de mejora.
• Podría decirse que somos ganadores morales –dedicado a Xavi- de estos choques. Incluso hemos ganado un título entre medias. Mala noticia para los desestabilizadores que vieron la oportunidad de descabalgar a Mourinho y por ende al Madrid.
• El Club, Florentino, Casillas, Xabi… todos ellos han dado un paso al frente. Se han alineado con Mourinho, se han alineado con la razón pese a las presiones. Sólo nos queda mantener este blindaje y seguir trabajando para el futuro, un porvenir ilusionante cuando menos.
Ahora más que nunca, ¡Hala Madrid!