Auténticas depredadoras sexuales hambrientas de carne fresca con la que volver a sus eternos veintidós. Las tres tenían algo en común: gargantas kilométricas imantadas a un falo y una mentalidad fría y devoradora en el mundo exterior; todo lo contrario en sus retiros, ardientes caníbales genitales dispuestas a perder el pulso.
Fue un día agitado, la noche anterior me acosté con solo una idea en la polla: marcarme un triple. Sabía que las tres últimas semanas de conversaciones subidas de tono y complicidad por teléfono iban a dar su fruto, un fruto prohibido, cautivo en lencería de seda y pintalabios de rojo putón. Y gratuitas. A partir de los 34 sus cerebros dan un vuelco repentino; ellas te invitan al café de cortesía, el resto es producto de tu labia natural y tu don de gentes. Y de tu polla. Tienen la polla entre ceja y ceja, que no os engañe su saber estar en público; piensan en zampársela hasta lo que sus gargantas den de sí.
Anita, así la llamo a la primera, podría entrar en el cliché de mujer despechada una y mil veces, traicionada, rebajada a la altura de la mierda, sin prejuicios y sin un duro. Pero me importa tres cojones si no tienes un duro, puta, dame tu coño y haremos malabares. Y vaya si los hicimos. Anita cumple 41 en pocos meses, vive con su madre, su hermana y dos primos en una casa de dos habitaciones de barrio periférico; desayuna con whisky y es fan de Radiohead. Eternos 17, pensé. Anita tiene coche, un zarrio sin airbags ni GPS, pero todo coche tiene un asiento amplio en la parte de atrás, me basta y me sobra. Nos citamos en su portal a eso de las ocho de la mañana, soplaba un airecillo agradable de finales de mayo. A ojos de cualquiera que nos viese, podríamos pasar por madre e hijo iniciando la jornada de un miércoles laborable normal y corriente, y ese era mi escudo. Pero ella y yo sabíamos que mi escudo eran su falda y su camisa azul celeste. Y la hamburguesa rellena de salsa César entre sus piernas. Me llevó a un bosque a pocos kilómetros de la ciudad, un bosque tranquilo y oculto a los ojos de la civilización, y algo me dice que Anita ya lo conocía, y me parece estupendo. Nunca antes me había petado a una milf, este era mi momento: un miércoles laborable de finales de mayo, en un pequeño bosque alejado de la mano de Dios, sin más preámbulos que entrar en el Reino de la Jodienda. Apagó el motor y empuñó la palanca de cambios dedicándome una mirada ardiente. Coser y cantar en su armónica hasta mediodía.
Ya os iré contando.