Buenas noches amigos de MediaVida.
Hoy os escribo para contaros algo que me ha dejado patidifuso por completo.
Como cada mañana de sábado me he levantado de la cama para hacer algo salubre por mi cuerpo, así que he salido a dar una buena carrera por los caminos asilvestrados de Las Pedroñeras. La verdad es que no he quedado satisfecho con la marca de hoy. Últimamente me siento pesado al salir a correr. No voy a negar que he ganado un par de kilogramos desde que me tocó el cuarto premio de la lotería; me he dejado un poco. Pero en fin, a todos nos podría ocurrir. La buena vida acaba dejando huella en forma de barriguita jeje.
Pero a lo que iba. He estado fuera (entre el footing matutino y la visita improvisada al hipermercado para comprar los huevos de codorniz que pensaba comer hoy) un par de horas, y a la vuelta me he quedado atónito.
Al atravesar el jardín de mi casita he advertido que algo no iba bien. Mi compañero de piso siempre salía a regar los geranios y las azaleas que crecen por la linde del terreno, y hoy no he visto ni rastro en absoluto de su afán por la jardinería. Eso me ha extrañado en parte, pero al ser una persona con cierta inestabilidad emocional he supuesto que estaría en casa llevando a cabo alguna de sus manías de bricolaje.
En ningún momento he imaginado lo que iba a encontrarme... Al entrar en la edificación he escuchado la televisión y he pensado: "Ja... el bueno de Felipe está viendo alguna serie...". Y sí, en parte era cierto. Estaba.
He ido al salón a darle los buenos días, porque otra cosa no, pero nuestra convivencia era de lo más educada y cordial, y cuando he entrado allí... En fin, amigos, no sé cómo contarlo.
Felipe yacía tirado en el sofá, con su manta de cuadros cubriéndole hasta la barbilla, con una expresión de benevolencia absoluta, viendo Los ladrones van a la oficina.
En mi ignorancia he preferido no despertarle, pensando por supuesto que estaba dormido, pero media hora después ha sonado el teléfono, que está a medio metro del sofá y, creedme, tiene un timbre muy fuerte, y él ni se ha inmutado.
He dejado que suene mirándole estupefacto. Un ring, otro ring, otro ring... Al final se ha callado. Me he acercado al cuerpo inerte de Pipe y le he sacudido el hombro, pensando: vaya, ayer no salió, no sé qué le habrá dejado tan traspuesto...
Tras varias sacudidas me he dado cuenta de que su tez lucía pálida y, al tocarle la frente, he notado algo raro. Estaba muy fría y, sí, he entendido lo que ocurría. Estaba muerto.
He llamado al hospital, han venido un par de paramédicos, me han confirmado mis sospechas y... lo sieguiente ha sido un sinfín de funcionarios certificando la muerte, levantando el cadáver y demás quehaceres postmortem. Al final he llamado a mi vecina, con la que teníamos una gran relación amistosa, y hemos estado hablando durante horas sobre él, apenados y en parte aún incrédulos ante el suceso.
Me ha dejado tocado, amigos. Hoy no estoy para bromas, la verdad. Ha sido una gran pérdida para el pueblo de Las Pedroñeras. Todo el mundo le quería aquí...
Siento molestaros con mis problemas, pero necesitaba contarlo.
Saludos.