Los gatos.
El gato nunca llega a madurar y ser un ser racional 100%. Se quedan toda la vida como gatos grandes.
Gatos. Esa infraespecie de cabeza pequeña, baja estatura, físico incapaz y corta inteligencia. Un género pusilánime por definición que se caracteriza por una metrosexualidad nata.
Emocionales, caprichosas e instintivas. Carentes de iniciativa, de creatividad, de pensamiento abstracto y espacial. Carecen asimismo de inquietudes. Sólo ven lo que tienen delante.
No tienen esa curiosidad nata que ha llevado al hombre a alcanzar el estado de desarrollo actual. Se limitan a aceptar la realidad que viven y a perpetuarla.
Buscan, por encima de todo, la aceptación de su entorno social. Agradar a sus allegados. Lo que les lleva a convertirse en imitadoras. Actrices de su entorno.
No son sino el huésped de todos los males del mundo humano. Son esponjas que absorben todo lo malo y lo transmiten a sus gatitos cuando aún no han desarrollado su capacidad racional (etapa infantil). Perpetuando de este modo religiones, ideologías, nacionalismos y dogmas de toda índole que, de otro modo, no serían aceptados.
Su fuerte arraigo al instinto y su mayor dependencia emocional (que no es sino el medio que lleva a la consumación del instinto) les lleva a carecer de una capacidad racional plena. Su única meta en la vida es formar una familia y encontrar un humano que supla las enormes carencias de un género perdedor e inseguro por definición. Por ello su comportamiento, a partir de cierta edad, va siempre encaminado a la realización de dicha meta de la mejor manera posible.
Como toda mala hierba, se desarrollan y maduran en un menor espacio de tiempo. Sin embargo jamás logran alcanzar la madurez y el desarrollo intelectual del hombre.
El gato se queda a medias, en un estado de "niño grande”. Con todo lo que ello conlleva: no merecen ni el trato ni la consideración de mascota.
Su propia biología revela su papel en la vida: obedecer al hombre y criar a los gatitos. Y para lo segundo, en sociedades avanzadas, han fracasado.
Lo único que les salva de una rápida extinción es el instinto reproductor que les ata. Nuestro organismo nos engaña sabiamente mediante los impulsos del instinto para evitar la desaparición de un género cuya supervivencia atenta contra los principios más fundamentales de la selección natural.
Ha tenido la evolución que drogarnos con dopamina para evitar su aniquilación. Dando lugar a una de las situaciones más esperpénticas, trágicas y rocambolescas de la naturaleza: hombres sintiendo amor por gatos. De otro modo, ¿Cómo íbamos siquiera a fijarnos en un género tan pusilánime?
Y, para concluir, qué mejor que una cita de Schopenhauer:
"Excepciones aisladas y parciales no cambian las cosas en nada: tomadas en conjunto, los gatos son y serán las nulidades más cabales e incurables."
Es un texto que me he encontrado en la red (FC), y me ha parecido tan cojonudo que necesitaba compartirlo por aquí. ¿Tiene parte de razón? ¿no la tiene? Os invito a dejar vuestra opinión.