Llovieron tuits de punta contra Maluma, aquel chaval de Medellín que pasó por machista cuando le dio por cantar sobre sus Cuatro babys. Y con razón porque, ¿qué clase de hombre heteronormativo nos hace creer que existe tamaño número de mozas deseosas de poseerlo, al unísono? Yo también pensé lo mismo: «o son de alquiler, o le tienen miedo, o ligar con discapacitadas debería ser delito a partir de tres».
Decidí olvidar prejuicios y escuché la canción —pues mejor que sea él quien nos lo explique—. El corazón me dio un vuelco: «todas saben en la cama maltratarme». Las dos casadas, la soltera y la «medio psycho». Y entonces consideré, con asombro, la posibilidad de que este cantante de reguetón no sea más que un mártir de la sodomía; el perfecto aliado feminista, tan capaz de aceptar su sexualidad como de ceder ante la voluntad de sus compañeras por dominarlo. Quizá sea que hemos confundido lo sexual con lo sexista, y las notas que revisten la canción guarden un sincrético mensaje sobre la importancia de la igualdad en las relaciones de pareja. Tal vez sea fantasía, pero no me cuesta imaginar a cualquiera de ellas vistiendo un arnés con dildo mientras otra unta litros de lubricante entre las nalgas del artista.
Fue menester detenerme; intento que fue fútil ante las sugerencias de YouTube: «¿Por qué no escuchas esta otra, la de Felices los cuatro?».
La verdad por delante: no tengo el tiempo tan ocupado como para resistirme a semejante proposición, y menos a las once de la noche, solo en casa y con una caja de pañuelos al lado. ¡Play!
«Si conmigo tú te quedas, o con otro tú te vas, no me importa un carajo porque sé que volverás». Clara emoción la que destila aquí el poeta. Si bien renuncia a la posesión, se confirma en su autoestima. Cada cual es libre de hacer y él se valora, porque sabe que el amor no es exigible.
Pero Maluma se queda solo en la terraza de la cafetería, un momento de silencio existencial, mira las dos tazas de café vacías y vuelve la vista hacia el horizonte, para contemplar la silueta decreciente de su ex en retirada. Y entonces grita: «¡Y si con otro pasas el rato, vamos a ser felices los cuatro!».
¿Cuatro? La trama se complica. Ella tiene a otro y, junto a él, se sugiere una cuarta persona, un ello indefinido —figura literaria tan andrógina como bisexual—. ¿Qué está pasando aquí? Como mínimo, ya hay dos hombres en esta ecuación afectiva en clave de reguetón, pero podrían ser tres si el ello no es femenino.
Aunque lo más relevante es que a Maluma no le importa una cama redonda, donde poder verla disfrutar los orgasmos que le provee otro macho mientras, intuyo, él puede seguir disfrutando las ventajas de la sodomía —provista, de acuerdo a los cánones presentes, por un hombre con pene o una mujer con arnés o una mujer con pene o un hombre con vagina con arnés—.
Y puntualiza: «Tranquila, que no creo en contratos». Una más para la lista de puntos a favor de la igualdad de este señor. Nada queda fuera de la voluntad.
Y añade: «No importa el qué dirán, nos gusta así». Otro punto.
Y entonces, dispuesto a apostar por ella, henchido de orgullo por dar cuanto puede, escribe su voluntad en piedra: «Te agrandamos el cuarto». Que si es porque no caben, no hay problema. Que si el otro se viene, tampoco hay problema. Han llegado los de las reformas: pican las paredes, tabican, reponen las regatas, chapan, corrigen el suelo laminado, pintan y al final paga él la cuenta —aunque no sería extraño si, en su orgía igualitaria, decidiese dividir el monto de la factura—.
Visto así, Maluma no parece tan machista. Claro que aquí cada cual arrima el ascua a su sardina, barre para casa, ve lo que quiere ver y a quien tiene un martillo todo le parece un clavo. ¿Verdad, Irantzu Varela?