Buenas noches,
Antes de relatar esta historia, tengo que introducir un dato fundamental para el desarrollo de toda esta magnífica experiencia que hoy he vivido.
En época primaveral sufro de una acusada alergia a gran cantidad de sustancias que me impiden llevar una vida sosegada, sin picores de ojos, quemazón en la piel, y sobre todo, sin una mucosidad continua y molesta. Esta mucosidad se hace muy patente en las noches, donde prácticamente mis conductos nasales quedan completamente atorados.
Al no poder respirar por la nariz, en esta época, mientras duermo, sólo puedo inhalar por la boca. ¿Cual es el resultado? Cada vez que me levanto tengo unas acumulaciones verdosas y duras como piedras en la nariz, dignas de excavación arqueológica.
Una vez concluida esta introducción, prosigo con la chicha de la historia:
No soy de Madrid, pero circunstancialmente he pasado unos días en esta bonita ciudad. Una de las cosas que más me han gustado es el transporte público, sobre todo el metro. Muy eficaz y la verdad que con un precio bastante acertado.
Esta mañana me dispuse a usarlo cuando me di cuenta de que había olvidado mi ración de literatura para pasar el tiempo en el trayecto desde Legazpi hasta Plaza de España. Me sonaba por algún compañero que hay un servicio con el cual tienes accesos a libros gratuitamente para uso dentro del Metro, pero no sabía si esto era cierto o cómo podía tener acceso a él, así que decidí pasar mi tiempo con mi actividad preferida después de la masturbación: cotillear la vida de la gente.
Al entrar en el vagón de cola, vislumbré una de esas chicas que tanto morbo me producen: una 18-20 poco añera con aspecto alternativo, y un detalle muy importante; con gafas de pasta. Tenía en sus manos un iPad con una funda de alegres colores, y estaba sentada cerca de uno de las barras de agarre que dan a la puerta de acceso, así que me acerqué a ella y empecé, disimuladamente, a cotillear su pantalla.
Aquí es donde vino la genial sorpresa: era una Mediavidera (o al menos, una lurker). Concretamente, estaba leyendo este post. Estaba deseando que hiciera scroll hacia arriba para ver el nick con el que había hecho login y poder entablar conversación con ella, pero durante un rato su lectura se detuvo a mitad de una página donde hablaban de Expomanga.
Durante este espionaje, ocurrió que involuntariamente hurgué en mi nariz, tocando con mi dedo pulgar una de esos fósiles verdes que anteriormente mencioné. El placer fue tan exquisito que no pude evitar pensar en sacarlo y sentir ese tacto rugoso y pinchudo entre mis dedos... pero fue en ese momento cuando noté como al tirar del monolito, una cuerda sujeta a él tiraba desde el interior de mi cerebro. Noté como todos mis órganos internos se deslizaban por mi senos nasales.
Al conseguir extraer todo el material adherido a mi creación, contemplé con horror cómo a mi querida verde piedra se encontraba unida una cola nauseabunda y babeante de color amarillento con vetas rojas. Un caracol en toda regla.
Sentí náuseas y excitación al mismo tiempo. Era el moco más repulsivo que mi cuerpo ha expulsado en toda mi vida. Quería contemplarlo, incluso me planteé el comérmelo. Pero tenía que deshacerme de él si no quería que mi dignidad se viera mermada por las miradas de extraños con los que compartía el vagón. La chica ya no me importaba, ni lo que leía en MV. Sólo me importaba mi criatura.
Y fue entonces cuando llegó la inspiración: lo escondí colocando mi mano a la altura de la cintura, que quedaba prácticamente a la altura de la preciosa cabellera de la criatura del iPad. Estaba apunto de convertirme en un monstruo.
Con la mano apunto de entrar en temblor, acerqué levemente mi dedo pulgar e índice a las puntas del cabello de la que sería la nueva anfitriona de mi pequeño secreto. El tacto pegajoso de la cola del caracol hizo que éste se adhiriera de inmediato a la queratina de la muchacha. El trabajo estaba casi completo.
Estabamos apunto de llegar a la parada de Callao cuando vi que empezó a recoger el tablet. Se disponía a bajar. Me puse nervioso, y afortunadamente, la frenada del metro me ayudó a disimular el final de mi obra maestra: apreté un poco los dedos y los retiré, mirando rápidamente hacia mi mano: el caracol había abandonado a su maestro.
La chica se puso en pie, y me retiré para que pudiera apearse en su estación. Ella me dirigió una fugaz mirada con una pequeña sonrisa de complicidad, la cual por supuesto, le devolví.
Hoy, me he enamorado, Mediavidera.