Os puede resultar surrealista, me podréis llamar mil cosas.. en fin, el caso es que he pasado este fin de semana fuera para estar el día de Navidad con la familia. El viernes, después de cerrar la copistería, me fui dirección Barcelona vía AVE. El recibimiento encantador, todo muy bonito, bla bla bla... y como ya era algo tarde pues me fui a casa de un primo, con su esposa y sus hijos. Allí tenía en una habitación bastante tétrica montada la cama-mueble, así que me acosté.
Como imagino que los detalles a nadie le importa, iré al grano. Soy una persona a la que le gusta hurgarse la nariz, el hecho de estar demasiado tiempo sin hacerlo me la colapsa y me cuesta respirar. En mi casa o en la "copis" pues lo tengo fácil, hago munición, y si es demasiado rebelde pues la pego debajo de la mesa. Pero claro, el viaje, la gente... nunca era el momento apropiado para echarme mano (o dedo) a la napia. El sábado, aprovechando un momento de paz, me apresuré en desahogarme los conductos nasales, y por supuesto, lo acontecido no defraudó. Conseguí amasar un moco del tamaño de un guisante, y tonto de mi, que actué como suelo hacer en casa (solamente en casa): lo lancé hacia el techo y allí se quedó pegado. Ese maldito techo alto se convirtió en un inconveniente que no logré superar, y mis innumerables intentos de bajarlo fueron infructuosos. No solamente fueron inútiles, sino que aquello acabó expandiéndose a lo largo. De pronto, la tranquilidad de la casa llegó a su fin, y empezó mi verdadero infierno. A mi primo y familia se le fueron sumando más elementos: mis tios, mis padres (ellos se alojaron en casa de mi hermano), vamos, que allí el espacio disminuía a la vez que mi miedo y vergüenza se acrecentaban. Mientras unos se agolpaban en la cocina haciendo la cena, los demás lo hacíamos en el salón departiendo sobre cualquier tema... y con una silueta siniestra sobre nuestras cabezas. Ya con la tarde agonizante, llegó la hora de encender las luces, y esto no hizo sino agravar la situación. La sombra se abría camino por el techo dejando a la vista un espacio de unos 3/4 centímetros de largo y 1/2 centímetros de ancho.
A partir de ahí, el tiempo se ralentizó y mi único deseo era desaparecer... o aparecer directamente en mi casa, lejos de aquella dantesca situación. Fueron unos horas interminables, no sé si era paranoia o realmente es que miraban arriba, pero para mi interior suplicaba que nadie dijera nada.
Afortunadamente, la cena acabó, y todos se dispersaron (más de las dos de la mañana). Al día siguiente me aseguré de no cruzarme con nadie en el salón para evitar cualquier disgusto y, sabiendo que almorzaríamos en casa de mi hermano, todo pasó rápido en aquel piso. Después del café emprendí la vuelta, y aquel horroroso moco se quedó como muestra de mi paso. El día que lo descubran, mirarán a los enanos y nadie pensará en mi como creador de esa aterradora obra.
Pd.: me vuelvo al mostrador.