Mi mejor obra fue una vez en el curro despues de comer en un hindú. Fuí directo a plantar lo que parecia una cagada tímida e inocente, sin mucha preocupación, pero tras sentarme en la tapa empezaron los retortijones y aquello no era mas que mi cuerpo avisandome de lo que estaba por llegar.
Empezaron los sudores fríos y aquello parecía no querer salir, pero tras unos segundos de relajación fué como esos rayos de luz que penetran en tu habitación cuando subes la persiana al levantarte, empezó a salir una lluvia de meteoros y líquido que ni en Pompeya.
Tras unos minutos de desesperación y sudores noté hasta como tenía el estómago vacío. Me levanté como pude con las piernas casi temblando y, si amigos, clavé la vista donde no debía haberlo hecho. Casi vomito al ver tan terrible acto cometido, pero recuperé la compostura y me dispuse a limpiarme el ojal con el papel. En esos momentos hubiese dado la mitad de mi sueldo por un bidé, pero el papel era lo que tenía a mano. Tras dejarme el asterisco lo mejor que pude, cometí el peor de los errores. Tiré de la cadena pensando que todo había acabado, pero el retrete no tuvo la suficiente fuerza para llevarse todo aquel sufrimiento y empezó a llenarse cada vez más de agua sin vaciarse.
Empecé a ponerme nervioso y escobilla en mano me dije, esto lo vamos a resolver aunque sea por las malas. Agité la escobilla dentro de aquella vorágine de mierda, papel y agua como quien bate unos huevos para una tortilla, creo que incluso salpicó un poco sobre las paredes del cubículo. Pero no conseguí nada, ese retrete estaba condenado.
Recé todo lo que pude, puse la mayor cara de póker que he puesto y pondré en la vida, salí de aquel infierno de 2x2, me lavé bien las manos con jabón y me fuí a mi puesto de trabajo.
No sé lo que pasó despues pero al día siguiente el retrete estaba limpio como si estuviese nuevo. Si la persona que lo limpió, santiguó y purificó me lee y se encuentra entre nosotros, eres un hombre de dios.