Vengo a contaros algo que me ocurrió la pasada noche. Es algo duro de relatar puesto que se trata de una experiencia traumática para mi persona...
Me despierto a las tres de la madrugada, abro costosamente mis adormilados ojillos y empiezo a ser consciente de que algo no marcha bien. Tal vez por capricho del destino, o bien por los dos litros de agua que había ingerido durante la cena, una imperiosa necesidad de visitar la cueva de los acantilados iba creciendo en mi interior. Y mi cama, cuyas sábanas me habían convertido en un precioso ovillito, no parecía dispuesta a dejarme marchar. Con impetuosa actitud saqué fuerza de donde no la había liberándome de sus brazos cautivadores y, ¡HORROR!... con el frío tacto del suelo descubrí que me había dejado las zapatillas en el balcón.