Arriba izquierda
En los meses de invierno, grandes placas de hielo descienden del norte, asfixiando los mares e impidiendo todo paso: castigo, se dice, por el secuestro de la joven hija del Rey del Hielo por un lujurioso señor del norte. A lo largo de las costas nororientales, un capitán prudente no encontrará puerto seguro, aunque se sienta tentado por el atractivo de las aguas tranquilas y las ensenadas profundas. Y, aunque hubo un tiempo en que se podía encontrar socorro en los puertos que salpican la costa esmeralda, ahora todo lo que se le ofrece son interminables colinas teñidas de negro por la Plaga/Azote Negro. Incluso los ríos se han agriado - aguas antaño claras como el rocío, ahora sucias de muerte - y desde el interior se oyen los aullidos de las fieras enloquecidas por la falta de presas.
Abajo izquierda
Ironholm o Larann en la lengua local. Aquí, los cruzados ortodoxos calientan sus manos con los últimos susurros del draco dormido, tras haber perdido el sur de su reino sagrado a manos de los negros.
Desde la cumbre, la sangre del monte Leodlah fluye lentamente hacia el mar para alimentar un infierno hirviente donde nada, salvo los demonios, puede prosperar. Aquellos que han elegido construir sus hogares en las laderas cubiertas de ceniza de Ironholm - cuyos corazones son fríos como la obsidiana y de temperamentos calientes como el corazón de la montaña - dan la bienvenida a unos pocos en sus costas. En las raras ocasiones en las que se les concede un puerto, las víboras no se unen a los cantos de sus hermanos marinos, sino que escupen herejías venenosas hasta que Mitia se desvanece con la luz de la mañana.
Centro
Naldia ofrece oportunidades y peligros en abundancia. Sus cálidas aguas están repletas de peces y no se ven perturbadas por vendavales ni tormentas. Y, aunque las corrientes dominantes llevarán a una galera hacia el norte con una rapidez antinatural, aventurarse demasiado lejos es arriesgarse a la que la fortuna de uno se desvanezca.
Los bajíos ocultos a lo largo de los imponentes acantilados de la Costa Sombría destrozarán los cascos cargados de mercancías, mientras que la vorágine (remolino) de Dzemekys - cuyas hambrientas fauces nunca han estado tan abiertas - se abalanza sobre todo aquel que la perturba. Y si uno logra adentrase en el Estrecho de Autha, encontrará las aguas enzarzadas en una amarga lucha entre la Sierpe y la Espada.
Abajo derecha
Los puertos están vacíos, y los cadáveres desecados de sus antiguos ocupantes cuelgan de las puertas como ominosas advertencias a quienes se aventuren a desembarcar. La tierra está sumida en un silencio grotesco que se filtra lentamente en la mente de los hombres, conduciéndolos, cada vez más, a una locura ineludible.
El alcance del Azote Negro/la Plaga se extiende más allá de las arenas y se adentra en el propio mar. Bajo las olas, los barcos de arrastre no encontrarán ni peces ni ballenas, únicamente aberraciones deformes con una carne tan repugnante como la de un cadáver hinchado. El cielo es siempre gris, pues ni siquiera el sol se atreve a tocar esta tierra desamparada, no sea que su corrupción oscurezca sus rayos.
Innumerables son los rumores que circulan por las laderas de Ash (?), pero de estos cuentos, es imposible saber qué es realidad y qué es fantasía, porque ningún hombre digno de confianza ha regresado de estos parajes.
Arriba derecha
Los habitantes de Valisthea no dudan en afirmar en que el suyo es un reino bendecido por la luz de los cristales, que esta bendición es eterna y, por tanto, su derecho sobre ella es justo. Sin embargo, verdaderamente se aferran como cachorros a los tobillos de sus madres, chupando ávidamente de sus ubres marchitas.
Huyendo de las tinieblas de la tierra, pero nunca de las tinieblas que consumen sus corazones, los hombres de las grandes naciones abrazan la envidia como única virtud verdadera. Así son, pues, esclavos de la batalla, ofreciendo sus espaldas al flagelo de la guerra, ya que solo su aguijón les proporciona gozo.