El primer Fire Emblem para Nintendo Swicth convence a los medios y muchos de ellos lo catalogan de una de las mejores entregas de la saga hasta la fecha (posiblemente la mejor desde Awakening).
Medios nacionales
Fire Emblem: Three Houses es el videojuego más grande de la saga. Tres campañas y más de 100 horas de juego son los grandes titulares de una entrega que manifiesta una evolución en términos de producción, siendo el juego más ambicioso de Intelligent Systems en términos de escala. Un título con una narrativa sorprendente, decisiones que importan, un esquema táctico sobresaliente, que está adaptado a muchos tipos de usuarios y que además saca provecho en el terreno audiovisual de una máquina como Nintendo Switch. Uno de esos juegos que valen más de lo que cuestan y que te dará para semanas -puede que meses- de diversión por turnos.
Fire Emblem: Three Houses marca un antes y un después en una saga que parecía reacia al cambio y a las grandes innovaciones, pero con la que Intelligent Systems no ha tenido reparos en experimentar y en ofrecer un sinfín de novedades con tal de llevarla al siguiente nivel.
Se trata de una obra que destila ambición por todas partes y en la que el estudio se ha dejado el alma, demostrando la experiencia que han acumulado con la serie en los últimos 30 años. Tiene todo lo que se le podría pedir y más: contenidos para meses, unos valores narrativos sobresalientes, mapas variados, una jugabilidad simplemente perfecta, un diseño de misiones espectacular, una de las mejores bandas sonoras de los últimos años, rejugable hasta la médula, una cantidad de posibilidades a la hora de desarrollar a nuestros héroes inaudita y multitud de opciones a la hora de configurar la experiencia de juego a nuestros gustos y preferencias.
No lo dudéis, estamos ante el que es posiblemente el mejor Fire Emblem jamás realizado y, probablemente, ante el mejor juego del género. Una joya imprescindible para cualquier poseedor de una Nintendo Switch que no deberíais dejar escapar.
Fire Emblem Three Houses es excelente, pero lo que realmente deja huella es que siempre, siempre, siempre reserva un lugar para los sentimientos.
Para el cariño, para la nostalgia, y para un sentido de la épica que sabe como manejar los tiempos y las escalas, reservándose cuando toca y golpeando decenas de capítulos después con la contundencia de su extensísimo elenco. Con batallas masivas que de pronto involucran a decenas de secundarios, con reencuentros de personajes que creías perdidos, o con tragedias jugables que reproducen con toda la mala idea del mundo capítulos anteriores, y hasta aquí puedo leer. Con antiguos compañeros que caen a cámara lenta bajo tu propia espada sin que haya nadie para rebobinar los acontecimientos hasta épocas más felices, y con una colección de momentos que pegan bien duro y, perdonadme, me hacen casi imposible hablar aquí de armas que se desgastan o ataques especiales coordinados.
Fire Emblem también es todas esas cosas, y en ese juego frío y orgullosamente mecánico se encierra sin duda gran parte de la adicción de un título al que recomiendo acercarse con cautela si es que uno valora su círculo de amistades o su relación de pareja, pero nada de eso es verdaderamente importante. No al menos al lado de algo que es casi un milagro: que incluso en sus momentos más bajos, en esos que a punto han estado de convertirlo en una experiencia monótona y maquinal, sigue existiendo un alma que se resiste a morir. Y eso, por más que haya quien se empeñe en intentar inflarlos, tampoco tiene nada que ver con los números.
Un título referente en su género, que destaca por encima de sus competidores y que disfrutarás de principio a fin, seguramente varias veces. Un juego destinado a convertirse en clásico con el paso de los años.
La temática académica le sienta muy bien a Fire Emblem. Desarrollando el potencial de nuestros carismáticos alumnos nos sentimos como auténticos profesores, y luchar con todos estos personajes en batallas tan épicas y profundas, tras moldearlos en el aula, es una auténtica gozada.
Medios internacionales
Fire Emblem: Three Houses fully realizes a new, meaningful direction for the franchise that makes it the best it has ever been.
Fire Emblem: Three Houses is ambitious, and takes more chances than previous entries in the series. The way it lets your role as professor play into both the narrative and gameplay is nothing short of fantastic. This is the most I’ve ever cared about my Fire Emblem characters, and that’s incredibly high praise.
I cannot stress enough how much Fire Emblem: Three Houses exemplifies the "RPG" part of the acronym "SRPG." While strategy is indubitably a large part of Fire Emblem's DNA, the vast majority of my enjoyment was found having lunch with classmates and getting to know them better, or doing errands while running around the lovely academy grounds. This is a world you can absolutely lose yourself to for months on end, but if you find menus tedious, you might be reticent to the modern relationship-heavy Fire Emblem formula that's cemented in Three Houses.
Fire Emblem: Three Houses succeeds in its ambitious telling of a land at war helmed by captivating leaders, in which no side has all the answers. Its tense battles are made all the more harrowing thanks to new strategy elements, and the colorful cast of troops you send into the fray are incredibly charming. With a new take on training and bonding with your units, and the many activities and options available to sample, it’s absolutely begging to be played multiple times.