Me desperté con la boca seca y mareado. No recuerdo quién era la chiquilla que dormía en el sofá, envuelta en mi chaqueta de cuero. Sí el calor de su coñito. Me miré en el espejo y me pregunté cuándo acabaría esta mierda... Desperté a la chiquilla, la eché del piso y me duché. El hospital quedaba a dos o tres calles del hotel, no tenía pérdida.
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Estaba realmente amargado. La que yo creía la mujer de mi vida me había dejado años atrás, muchísimos ya, pero yo seguí alimentando mi locura toda mi vida. Ella había rehecho la suya y yo me consumí. Ahora soy consciente de ello, claro. Pero nunca tuve los cojones suficientes, ¿sabes? Nunca me dije la verdad. Y ahora podía considerar que volvía a mí, después de tanto tiempo.
Volvía después de que le hubiese suplicado, de que hubiese dado por ella todo lo que tenía. Llegué a creer que lo merecía, que todo era legítimo. Yo me arrastraría hasta el inframundo y ella vería lo que estaba perdiendo dejándome atrás, era el plan perfecto. Pero nunca pasó.
Me alejé de mi familia. De mis amigos. De todo. Terminé los estudios más básicos y me fui de mi ciudad natal, buscando su estela. Conseguí un trabajo de mierda en Madrid y consumí mujeres, todas las que podía sin arruinarme. Incluso hice alguna amiga a la que no tenía que pagar.
En resumen, nunca me interesé por nada y dediqué mi juventud a soñarla mientras me acostaba con otras. Pero no sólo la soñaba. A veces ella volvía a España y yo me presentaba para verla. Otras veces me llamaba e incluso parecía que fuésemos buenos amigos. Algunas veces incluso llegué a engatusarla hasta que nos acostábamos. Para mí eran momentos de felicidad absoluta. Ella siempre se arrepentía. Otras veces... fueron mal, muy mal.
Era tan joven como tú y no sabía lo que hacía, fui muy estúpido. Ella se forjó un buen futuro: Su carrera, experiencia en otros países, idiomas, conoció y bebió del mundo. Yo la perseguía como los perros persiguen a los coches, sin saber muy bien por qué. Un día me di cuenta de lo que estaba haciendo y decidí parar. Desaparecí por completo de su vida.
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Llegué al hotel y la recepcionista me miró y sonrió. Iba bien vestido y olía bien, y aunque estaba bastante viejo - ya pasaba los 60 -, seguía siendo bastante guapo. Incluso estaba fuerte.
Me acompañó una enfermera muy joven hasta la habitación y me pidió que guardara silencio. Me abrió la puerta y se fue cuando entré. Allí estaba.
En recepción me habían dicho que estaba inconsciente, pero al verme empezó a llorar. Estuve a punto de salir corriendo de allí, pero al parecer el tiempo le había hecho olvidar la parte oscura que había tenido para ella mi presencia en su vida. Yo no quise recordársela.
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Pasaron varias décadas en los que yo casi rehice mi vida.
Tuve varias parejas, algunas bastante duraderas. Siempre las terminaba, eso sí. Sólo veía en ellas grandes amigas con las que poder compartir cosas. Cuando le dije a tu madre que quería irme, comprendió y no tuve problemas, le debo mucho por ello.
Durante ese tiempo la recordé todos los días.
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Me acerqué más a la cama y me arrodillé a su lado. Tenía fiebre y algunas magulladuras, pero no parecía que se fuese a morir.
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Hace varios días me llegó un e-mail de un viejo amigo que también la conoce. El hijo de puta de su marido la ha estado maltratando y está ingresada en un hospital de Sevilla. Ella es tan vieja ya como yo y no sé lo que puede ocurrir. Por eso quería que entendieses.
Tengo que irme, hijo.
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Se oyeron gritos fuera y la puerta se abrió de golpe. Era él. No tuve tiempo a reaccionar... Me dió en la cabeza con la culata de una beretta y me tumbó. Dos disparos.
Cuando me levanté ya estaba muerta y el hijo de puta lloraba en una esquina de la habitación. Cogí la beretta que había tirado al suelo y le golpeé la cabeza con la culata, una y otra vez. Ni siquiera se defendió.
Me tumbé bajo la ventana que daba a la calle con la pistola aún en la mano y empecé a llorar. Antes de que los agentes de seguridad llegasen a la habitación, sonó el tercer disparo.
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No entendí qué pasaba, pero tampoco quise comprender.
Estábamos en la playa donde nos habíamos conocido, siendo apenas unos quinceañeros. Allí lo hicimos por primera vez. Yo le había hecho jurar que cuando muriésemos, nos encontraríamos allí. Ella se reía de ese tipo de cosas, pero acabó accediendo.
- ¿Por qué te has acordado después de tanto tiempo? Estuvimos media vida separados...
- Lo siento, lo siento tanto...
No hubo más palabras. La tumbé en el suelo y la desnudé. Seguía teniendo el aspecto que tenía en el hospital, pero estaba limpia, reluciente. Seguía siendo preciosa, como cuando tenía quince años. Sabíamos que esto no podía estar pasando, pero tampoco quisimos comprender. Lo hicimos muy despacio, pegándonos mucho el uno al otro. Nunca más quisimos despertar, si es que se trataba de un sueño.
Y nunca más lo hicimos.