Hoy me ha pasado algo muy bestia

Arawna

Hola Jeycobo: la historia la vive y la va escribiendo a modo de diario. De hecho, 3/4 partes de la historia fueron escritas en tiempo real, en esas mismas fechas que aparecen reflejadas en las entradas del blog y ahora de la novela.

17 días después
Arawna

Pido perdón por el retraso una vez más y espero que vuestro 2011 haya empezado tan bien como el mío :)

Miércoles 2 de mayo de 2007, 11:46h
Impresiones de un oficinista

Llevo en el despacho desde primera hora, con las pilas bien cargadas. La cura de sueño de diecisiete horas me ha sentado estupendamente.
Me he levantado y me he venido directamente. Hay muchos cabos por atar antes de que Juan Blanco, mi maestro, vuelva a llamarme para continuar el entrenamiento.

Luego, cuando termine de ponerme al día iré a cenar con Sara; la he echado de menos estos días. Además, ayer me dejó algo intranquilo la conversación que tuvimos por teléfono. No sé, la noté muy fría, distante. No sé si será capaz de aceptar todo esto que me pasa tan fácilmente como creía. O puede que quizás sea otra cosa, algo que no tenga nada que ver conmigo y que ya me esté haciendo pajas mentales.

Bueno, será mejor que me centre en lo que tengo ahora por hacer. Hay clientes esperando.

Jueves 3 de mayo de 2007, 14:10h
Silencios

La cena de ayer con Sara no fue el reencuentro esperado. La cosa estuvo tensa y pude adivinar el reproche en su mirada.
Durante los postres, cuando al fin se decidió a preguntarme por esos días de ausencia, solo logré agravar la situación al decirle que por el momento no podía hablarle de aquello.

Regresamos a su piso sin apenas cruzar palabra e hicimos el amor desapasionadamente.
Esta mañana al despertar ella ya no estaba.


Jueves 3 de mayo de 2007, 17:03h
Hacia la segunda fase

Carmen acaba de contactar conmigo; esta noche empiezo la segunda fase de mi entrenamiento para superhéroe. ¡Bien!
Le he preguntado si iba a ser tan larga como la primera y me ha dicho que no tenía ni idea. Un par de segundos después he vuelto a la carga con otra duda:
“¿Cuánto tiempo te llevó a ti?”
“Yo no fui entrenada, Daniel. Mi caso es distinto... Ya te contaré.”
En fin, no sé porque me molesto en preguntar. Ahora sé como se sintió Sara ayer.

Ahora más vale que espabile si no quiero perder clientes; me quedaré trabajando hasta última hora y luego me iré directamente a ver a Juan Blanco.
Ah, y de camino tengo que acordarme de llamar a Sara y a Rafa. No me perdonarán que vuelva a desaparecer sin decir nada.

Arawna

Jueves 10 de mayo de 2007, 1:43h
El Regreso

El aprendizaje ha terminado. La última fase ha sido completada con éxito. Ha sido un largo viaje, pero al fin he vuelto.

En mi ausencia he visto a través de los muros de la realidad. He vivido cientos de pasados distintos y he vislumbrado miles de futuros posibles. He observado como se formaban y desvanecían mundos en el interior de un grano de arena. He buceado en una gota de lluvia mientras ésta se deslizaba por un cristal irisado. He avistado las barreras que nos oprimen, que nos encierran y mantienen cautivos, y he descubierto que pueden ser cruzadas con la llave adecuada.
Y creo haber encontrado esa llave. Ahora veo las posibilidades que aparecen ante mí. Al fin soy dueño de mi propio destino. Me siento distinto, más fuerte, más seguro; capaz de cambiar el mundo.
Estoy henchido de poder.
Y un poco flipado también, lo reconozco.

Sinceramente, creo que ha llegado el momento de dar un paso al frente y tomar las riendas. Este mundo de mierda va a cambiar. Por mis cojones que va a cambiar.

Arawna

Jueves 10 de mayo de 2007, 15:42h
Una nueva vida

La gente puede pensar que me he vuelto loco, pero no podría importarme menos. Me siento más lúcido que nunca.
Hoy he dejado caer la primera ficha del dominó gigante de la probabilidad que forma parte de mi futuro.
Para empezar, he decidido reducir mi jornada laboral. Reducirla drásticamente. Si quiero cambiar las cosas necesito tiempo.
Esta mañana he estado haciendo gestiones y atando cabos con los clientes. Dejo el despacho y trabajaré desde casa a partir de ahora. Trabajar menos implica reducir gastos. No me haré nunca rico, pero hay cosas más importantes en la vida. Si algo he aprendido estos días atrás es lo superfluo de casi todo cuanto nos rodea y nos parece imprescindible. Nuestra sociedad nos ha convertido a todos en yonkis ciegos.

Aún no sé como iniciar los cambios, ni cual es la dirección que debo seguir para lograr que la gente abra los ojos a lo que realmente importa y merece la pena. Quizás deba dar ejemplo durante un tiempo, ayudarles. Hacer que me vayan conociendo. Quizás deba convertirme en un icono, como el Capitán América pero sin bandera, alguien a quién respeten y en quién confíen. Y cuando llegue el momento hacerles ver que entre todos podemos convertir este vertedero que llamamos Tierra en un jardín. Que podemos detener las guerras, el terrorismo, la violencia. Compartir la riqueza, la cultura, el conocimiento. Suena a utopía, y probablemente lo sea, pero hay que hacer algo o pronto será demasiado tarde.

Dentro de una hora vendrá mi gente. Rafa y Xavier están excitadísimos y ansiosos por verme y saber qué he hecho estos días. Qué he aprendido. Hemos quedado aquí en el despacho, así de paso me ayudarán a prepararlo todo para el traslado. Lo sé, tengo un morro que me lo piso pero, ¿para qué están los amigos?
Evidentemente, también vendrá Sara. Está algo mosca creo, por las continuas desapariciones.
Luego iremos a cenar todos juntos, y esta noche me quedaré en el piso de Sara si no me manda a paseo. Necesito recargar pilas.

Mañana será el primer día del resto de mi vida. Una nueva vida.

Arawna

Viernes 11 de mayo de 2007, 11:36h
Movimiento

Muévete.
Me he despertado con esa palabra en la cabeza y con un sentimiento de urgencia impresionante. Como si estuviera a punto de suceder algo.

Lo primero que he hecho ha sido bajar a Barcelona para contactar con Carmen. Al parecer el radio de acción de sus poderes no es muy amplio y no llega hasta donde vivo. No es algo que no hubiera supuesto ya, pero hoy me lo ha confirmado.
Al llegar a la ciudad, todavía en el interior del vagón que avanzaba por los largos túneles que parecen no tener fin, ya la he “sentido”, y un segundo después se ha puesto en contacto conmigo para darme la bienvenida. Parece mentira que se pueda echar de menos a una voz que solo suena en el interior de tu cabeza, joder. Si me paro a pensar en estos dos últimos meses no me lo creo. Parece todo tan surrealista, tan de ciencia ficción barata...
El caso es que la latente sensación de que algo malo iba a ocurrir no me ha abandonado en todo el trayecto, y Carmen lo ha notado rápidamente.
“¿Qué pasa, Daniel?”, ha preguntado.
“No lo sé, pero a medida que avanzamos hacia el centro de la ciudad noto con más fuerza que algo terrible está a punto de suceder. Mierda, nunca había sentido algo así. Es abrumador.”
Durante el entrenamiento, Juan Blanco me había hablado de la habilidad que algunos de nosotros podíamos desarrollar para presentir el peligro, una especie de sexto sentido, o de sentido arácnido como el de Spiderman, aunque me dijo que para ello se necesitaban años y haber vivido muchas situaciones de riesgo.

He notado como Carmen se alejaba de mí cuando el tren ha empezado a frenar al llegar a la estación del Clot, y he supuesto que estaría escaneando la ciudad en busca de algo que pudiera darnos alguna pista de qué era aquello que me intranquilizaba. Lo que sí tenía claro, cada vez más a medida que corrían los segundos, era que fuera lo que fuera lo que iba a suceder no se demoraría mucho más.
Las puertas se han abierto. Unos han bajado y otros han subido. Yo he permanecido en mi asiento, cada vez más nervioso. Ha sonado el aviso y las puertas se han cerrado a cámara lenta. “Vuelve, Carmen. Vuelve, Carmen.” Me he repetido varias veces. Estaba empezando a sudar a pesar del aire acondicionado.

Carmen ha vuelto de repente, en el momento en que el tren empezaba a internarse de nuevo en la oscuridad del túnel. Su grito mental casi me revienta el cerebro: “¡Una bomba! ¡Han puesto una bomba en la estación de Sants!¡Y va a estallar en 25 minutos!”
En milésimas de segundo todos los tacos conocidos han cruzado por mi cerebro, y aún me ha sobrado tiempo de inventar algunos nuevos. Luego he recordado el e-mail que recibí ayer y me tomé a cachondeo. Uno de esos que se van reenviando a todo el mundo y que yo, para variar, mandé a la papelera automáticamente sin prestarle demasiada atención. Hablaba de un posible atentado de Al Qaeda en el metro de Barcelona hoy. Me cago en la puta, tras leer eso tendría que haber bajado a la ciudad y cerciorarme de que era una falsa alarma... ¿Cuándo aprenderé?
“¿Sabes donde está?”, he preguntado a la vez que una idea empezaba a tomar forma en mi cabeza.
“Hay dos, pero sé donde están.”
“¿Cuánto tardaremos en llegar a la estación de Sants?”
“Unos once minutos si no surge ningún imprevisto.”
“De acuerdo. Creo que tenemos tiempo. Espero que esta vez no te hayas equivocado con tus cálculos de tiempo, como la última vez. Si la cagamos, hoy no serán solo un par de agujeros en mi estómago lo que tendremos que lamentar.”
Estática. Carmen no ha dicho nada, pero he podido sentir cierto arrepentimiento.
“Perdona. No era mi intención culparte de nada”, he pensado sinceramente. A veces soy un bocazas.
“Hemos” llegado a la estación de Sants a los once minutos exactos. He salido disparado del tren y he subido las escaleras mecánicas de tres en tres, sorteando a la gente. No había un segundo que perder.
Al llegar arriba he seguido las indicaciones de Carmen. Alguien había dejado dos minutos antes una mochila frente a un quiosco, detrás de un expositor de postales, y aún nadie se había dado cuenta de ello. Ha sido un juego de niños cogerla y colocármela a la espalda.
He oído —o leído— varias el comentario de que la muerte pesa, y en ese momento esas palabras eran abrumadoramente ciertas; la mochila pesaba un cojón.

“¿Cuánto nos queda?”, he preguntado mientras bajaba los escalones hacia el metro. Ya no corría tanto, por miedo a que la mochila estallara con el movimiento.
“Diez minutos justos. ¿Se puede saber qué harás con las mochilas?”
“Sigue guiándome. ¡No hay tiempo ahora para explicártelo!”

La segunda mochila estaba abandonada en el andén de la línea azul en dirección a Cornellá Centro. Un par de chavales estaban a su lado, supongo que decidiendo si la abrían o no. Me he adelantado a ellos y la he cogido sin detenerme. Se me han quedado mirando, sorprendidos, hasta que he desaparecido por el mismo pasillo por el que había llegado.
“Seis minutos, Daniel.”
La voz de Carmen, aunque sin entonación, sonaba nerviosa.
“Confía en mí”, he pensado, intentando tranquilizarnos a los dos. Creo que no ha sonado muy convincente. No sé nada sobre bombas, y tampoco sabía, mientras subía las escaleras de vuelta a la estación, si lo que se me había ocurrido sería factible. Todavía no conozco los límites de mi poder, a pesar de mi adiestramiento. Podía ser que lo que tenía pensado no funcionara y acabara todo en una catástrofe como la del puto 11-M.

“Cuatro minutos”
He llegado arriba y tras un momento de duda he decidido correr hacia la parte de atrás, hasta el aparcamiento que hay fuera del recinto de la estación. He supuesto que si las cosas salían mal sería el lugar donde habría menos gente.
He cruzado las puertas automáticas como una exhalación y una vez fuera me he plantado entre los coches aparcados. Me he dado la vuelta y alzando la vista he observado el edificio, que lleva varios meses en obras. Cada mochila colgaba de uno de mis brazos.
“Dos minutos y cuarenta segundos. Se nos acaba el tiempo, Daniel.”

En lo alto del edificio, en el techo, la parte a mi derecha parecía vacía, pero en el extremo izquierdo había algunos obreros trabajando. Eso podían significar complicaciones para mi plan de acción; la idea de sacrificar a unos pocos para salvar a muchos no entraba dentro de mis planes. Pero no había tiempo para otra cosa.
“Dos minutos veinticinco segundos...”
“Carmen, lee mi mente, rápido”
Ha captado mi idea al instante. Era más rápido que buscara y seleccionara ella misma de entre todo aquel remolino de miedos e inquietudes que esperar a que yo ordenara y transmitiera coherentemente lo que necesitaba de ella.
“Puedo intentarlo, aunque no estoy acostumbrada a hablarle a más de una persona a la vez.”

Un minuto después, al mismo tiempo que yo lanzaba con todas mis fuerzas las mochilas al aire, hacia lo alto del edificio, he podido sentir el grito psíquico de Carmen, perforándome el cerebro.
He visto a los trabajadores de la obra tumbarse inmediatamente en el suelo, y también a la poca gente que había en el aparcamiento. Incluso he podido ver a través de los cristales del edificio como los usuarios del interior se dejaban caer y se parapetaban detrás y debajo de lo que tenían más cerca.
Carmen había cumplido con creces con su parte, solo quedaba por ver si mi plan daba resultado.
Desde detrás de un 4x4 he visto caer las mochilas sobre el tejado de la estación. Esperaba que el techo fuera lo suficientemente grueso y resistente, porque si no todo mi plan se iría a tomar por culo. Carmen, después del grito, se ha desconectado. Supongo que debido al sobreesfuerzo.
Los últimos segundos se me han hecho eternos. Aún había gente que se arrastraba por el suelo buscando cobertura. Algunos gritaban, otros lloraban.
Y entonces las mochilas han estallado violentamente causando un gran estruendo y lanzando trozos de metal por los aires. Por fortuna las bombas no parecían tener mucha potencia, y aparte del temblor que ha recorrido todo el edificio y la zona circundante pocos han sido los destrozos que al parecer han causado.

Cuando todo ha pasado y la gente ha empezado a salir del edificio cruzando una nube de polvo he decidido que era el momento de largarse de allí, y he pensado que lo más prudente sería alejarse del lugar dando un rodeo, no fuera a ser que alguien que me hubiera visto correr con las mochilas a la espalda por toda la estación me reconociera y me buscara problemas.
Para cuando el sonido de las sirenas ha llegado a mis oídos, yo ya estaba lejos.

En cuanto reaparezca Carmen iremos tras esos hijos de puta de Al Qaeda; seguro que puede encontrarlos.

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Arawna

Sábado 12 de mayo de 2007, 12:21h
Stand by

Aún no sé nada de Carmen. Creo que el esfuerzo que realizó ayer fue demasiado para ella. Espero que se recupere pronto, porque sin sus poderes me siento perdido.
A estas alturas los terroristas ya habrán abandonado el país, joder.

Ayer me quedé en Barcelona todo el día esperando a que Carmen diera señales de vida, pero fue en vano. Y por la noche con Sara cenamos en un argentino y luego nos fuimos a su piso a ver una película; antes de que le dijera nada ya sabía que era yo el que había evitado una masacre en la estación de Sants.
En las noticias llevan hablando del atentado desde ayer, confirmando que no hubo heridos, aunque no se explican qué sucedió exactamente. Las autoridades no saben cómo llegaron los explosivos al tejado del edificio, y además está lo del extraño aviso segundos antes de que hicieran explosión. Algunos testigos hablan de una voz, muchos de una sensación que les obligó a tirarse al suelo. La mayoría creen que fue un aviso a través de los aparatos de megafonía de la estación, aunque la administración de Sants lo ha desmentido; nadie sabía lo que iba a suceder hasta que sucedió.
Aún no se ha encontrado ninguna prueba que señale la autoría del atentado y ningún grupo terrorista lo ha reivindicado, pero el Ministro de Defensa ya se ha pronunciado, aunque con prudencia. Todo parece señalar hacia Al Qaeda, aunque no descartan otras posibilidades.

He bajado a casa a recoger unas cosas, entre ellas mi “uniforme”, pero después de comer volveré a la ciudad. Tengo que estar disponible cuando vuelva Carmen. Hay mucho por hacer.

PeandPe

Arawna, ¿sabes cuando avanzarás con el segundo libro?

Arawna

PeandPe espero tener terminado el segundo libro en verano, si no pasa nada. Así que supongo que, hasta septiembre o navidades, no saldrá publicado.

Lunes 14 de mayo de 2007, 15:03h
¿Dónde estás, Carmen?

Esta inactividad me está matando.
Carmen no aparece y tampoco sé nada de Juan Blanco. He pasado diez días con él y no sé como contactarlo. Es de locos.
Sólo espero que Carmen esté bien...

Me he pasado este fin de semana yendo y viniendo a Barcelona por si reaparecía, y aprovechando para terminar el traslado. Esta tarde haré el último viaje al despacho y recogeré la impresora y el fax, lo último que queda. Al menos estos días me han servido para pasar más tiempo con Sara, que ya tocaba. Entiende por lo que estoy pasando, pero eso no hace que le duela menos el no verme durante días, y más sin saber cuando vuelvo o donde estoy. Es comprensible que se preocupe. Además hace poco que nos conocemos. Aún alucino con lo bien que se lo está tomando todo.
Rafa vino ayer a cenar y nos contó que el sábado conoció a una chica. Parece que lo de Marta realmente lo tiene superado. Y qué coño, me alegro por él.

Volviendo al tema que me preocupa ahora mismo, me jodería que Carmen no reapareciera. Primero porque me sabría muy mal que le hubiera ocurrido algo malo, y segundo porque la idea que se había ido perfilando en mi mente estos días atrás se iría al garete. Sinceramente creo que podríamos formar un buen equipo; nuestros poderes combinados podrían conseguir muchísimo. De hecho, me he dado cuenta de que sin ella poco voy a poder hacer. Sigue existiendo el problema del donde y el cuándo.
Lo que sucedió el otro día en el tren, aquella sensación repentina de alarma que me inundó, fue algo realmente extraño. Nunca antes, ni siquiera la noche en que “Rostro borroso” atacó cerca de mí a aquella pobre mujer, había sentido nada igual. Quizás aquella especie de señal sólo saltara en los momentos en que iba a suceder algo grande. Tendría que preguntarle a Juan Blanco sobre esto cuando se digne a llamarme a su lado... Tócate los cojones.
A ver si al final Perro Negro va a tener razón...
En fin, espero que Carmen aparezca pronto. Cada hora que pasa estoy más rallado.

Arawna

Saludos, no sé si tendréis facebook o blog, pero os voy a pedir un favorcillo, y es que, si podéis (y queréis), os hagáis seguidores, ya sea del blog o del grupo de Facebook que se llama igual que la novela (actualmente cuenta con 151 seguidores).

Además de ayudarme, podréis estar al tanto de todas las novedades relacionadas con la novela, su continuación (la cual estoy actualmente escribiendo) y otras cosas que os pueden interesar si os gustan la historia y sus personajes.

Espero que no os moleste esta petición, pero los autores noveles que estamos empezando necesitamos todo el apoyo que nos puedan brindar. Muchas gracias de antemano :)

Y ahora seguimos con la historia, perdonad por la interrupción.

Viernes 18 de mayo de 2007, 16:06h
Promesas

Ayer conocí a Carmen, pero la “cita” no resultó como esperaba. En absoluto.

Juan Blanco se puso en contacto conmigo el miércoles, y me citó para ayer. Me dijo que no me preocupara por Carmen, que seguía débil pero que pronto estaría recuperada. El esfuerzo del viernes pasado había sido demasiado para ella, había llevado sus poderes más allá de lo que lo había hecho nunca. Luego dijo que me llevaría donde estaba, que ella se lo había pedido. “Al fin alguna novedad”, me dije, aliviado. Ya había empezado a creer que Carmen había desaparecido para siempre y que Juan Blanco me había abandonado a mi suerte. “Vete acostumbrando a estas cosas “, fue todo lo que dijo mi mentor como respuesta a mis dudas no formuladas.
La noche del miércoles la pasé patrullando las calles de Barcelona, como las anteriores. Los nervios me mantenían despierto y alerta. En cinco días debía haber dormido como mucho seis horas, pero no me sentía cansado. Detuve a un par de ladrones de bolsos —uno de ellos hizo caer al suelo a una anciana del tirón— y a un ladrón de coches al que pillé en plena faena por casualidad, y los dejé atados y amordazados con cinta aislante a la farola más próxima. Un post-it pegado a sus frentes aclarararía la situación a la policía. No sabía qué más podía hacer, pero lo que sí tenía claro era que no los podía llevar yo mismo a comisaría; no era ese mi trabajo. Además, Juan Blanco me había advertido de que me mantuviera alejado, tanto de la policía como de la Estación de Sants, aunque ya casi se hubiera descartado mi participación en el atentado. Las cámaras me habían grabado corriendo por ella con dos mochilas a la espalda, y algunos testigos declararon también haberme visto correr hacia el aparcamiento. Por fortuna las investigaciones han llevado a las autoridades en otra dirección, supongo que esa es la razón de que no hayan venido a por mí todavía —y supongo que también el hecho de no estar fichado—. Según fuentes policiales ha quedado demostrado que es materialmente imposible que alguien que se encontrara tres minutos antes de las explosiones en el interior de la estación hubiera subido hasta el techo y hubiera colocado las cargas para después salir huyendo, y que además ninguno de los obreros lo hubiera visto. La colocación de los explosivos tenía que haberse efectuado horas antes.
Por fortuna la policía no cree en superhéroes...

Mi vecina Magda —a la que tengo bastante abandonada últimamente, lo admito y entono un mea culpa— vino a verme el lunes por la tarde. Me había reconocido en la tele, en las noticias del mediodía, cuando pasaron el vídeo grabado en la Estación de Sants. En aquellos momentos aún se barajaba mi participación en el atentado. La invité a tomar una copa y la tranquilicé. No había creído por un momento que yo pudiera ser el responsable, pero estaba preocupada por mí, por lo que estaba pasando. Le dije que estaba bien, tranquilo, y que no había tenido noticias de la policía, que no se preocupara por mí. Que mi presencia allí solo era una casualidad, y que las mochilas que llevaba estaban llenas de cosas del traslado. Se fue mucho más tranquila y me obligó a prometerle que la semana próxima cenaría con ella una noche. Antes de salir hacia Barcelona pegué un post-it en el espejo del baño para acordarme.Y fue ese el que me dio la idea de pegar uno para la poli en cada delincuente que detuviera. Ahora el cuadernillo de post-it y un rotulador negro forman parte de mi arsenal de superhéroe. Tiene gracia.
Por cierto, ya he usado seis en lo que va de semana, y hoy han hablado por primera vez en Antena 3 del “Justiciero del Post-it”. Menuda mierda de nombre me han puesto. De Antena 3 tenían que ser. Ahora sólo falta que digan que es un desequilibrado jugador de rol... Rafa se descojonaba de risa cuando me lo ha dicho.

Bien, ahora que he resumido más o menos los sucesos de estos últimos días, volvamos al punto de partida: mi “cita” con Carmen.
Juan Blanco me recogió en Plaza Lesseps a las cinco de la tarde de ayer, haciendo otra de sus cansinas apariciones de ilusionista barato, y cruzando la Ronda General Mitre nos internamos en una de las zonas “pijas” de la parte alta de la ciudad. Mientras subíamos por una calle flanqueada por torres ajardinadas me empecé a imaginar a Carmen como una mujer mayor, una viuda acaudalada y excéntrica; la típica médium que aparece en las películas de exorcismos y espíritus malignos. De ojos enloquecidos y pelo blanquecino y desgreñado, que organizaba las tardes de los domingos sesiones de espiritismo con las amigas para “hablar” con sus difuntos maridos a los que echaban tanto de menos.
La verdad es que hasta ese momento no me había hecho ninguna imagen mental de ella. Ni siquiera me había parado a pensar sobre ello. Curioso, ¿no?

Mientras caminábamos, Juan Blanco me preguntó sobre aquellos primeros días tras el entrenamiento. Le contesté que habían ido bien, pero que aún no había podido poner todo lo aprendido en práctica. “Mejor que nunca tengas que hacerlo, eso querrá decir que las cosas no van a peor”, fue su críptica respuesta. No añadió nada más y yo tampoco quise preguntar. Había aprendido a no esperar respuestas ni aclaraciones de él; todo acababa por mostrarse tarde o temprano. No valía la pena comerse el coco, aunque a veces me daba rabia que dijera las cosas a medias.
—Aquí es —dijo al rato. Se había detenido frente a un terreno ajardinado, donde se distinguía al fondo un gran edificio de piedra gris, demasiado grande y funcional para tratarse de la torre de una viuda acaudalada. En el muro había un letrero de metal pulido con dos líneas grabadas que decían:

Institución Villar e Hijos.
Unidad de Cuidados Paliativos.

Miré a mi maestro. Se dio cuenta del horror que recorrió cada una de las terminaciones nerviosas de mi cerebro antes de asomar a mi rostro, pero no dijo nada. Se limitó a abrir la verja y enfilar el sendero que cruzaba los jardines hacia la entrada del edificio. Avancé torpemente tras él, respirando con dificultad. Los nervios por conocer a Carmen se habían multiplicado por mil. “Quizás sería mejor no conocerla”, recuerdo que pensé, cobardemente.
Las puertas automáticas se hicieron a un lado y pasamos dentro. El aire acondicionado o el olor a hospital —o quizás las dos cosas a la vez— hicieron que se me pusiera la piel de gallina. Juan Blanco se plantó delante de la chica que estaba en información y le dijo que veníamos a ver a Carmen Freyle; al parecer ya le conocían. La chica asintió con una sonrisa radiante en el rostro, como si estuviera deslumbrada por la presencia de mi mentor, y le dijo que seguía en su habitación de siempre.
Caminamos hacia el ascensor que había al fondo de la sala y noté como mi corazón se aceleraba. Pensé que los nervios podrían conmigo, que me impedirían seguir adelante. La mirada que Juan Blanco me lanzó en el momento en que se abrieron las puertas del ascensor me ayudó a serenarme; no me gusta que juegue con mi mente, pero en ese momento me sentí agradecido.
Y allí estaba Carmen: tumbada en la cama con los ojos cerrados, respirando a través de una máquina. Al acercarme noté su mente en la mía. Me dio la bienvenida y por primera vez sentí algo en su tono de voz. Me acerqué. Era preciosa. Una de las mujeres más hermosas que he visto jamás.
“Gracias por el piropo”, dijo mentalmente, y noté como se sonrojaba interiormente. Yo me sonrojé también, y los dos nos reímos sin mover los labios. Luego me pidió que le hablara, que riera de verdad. Que le gustaba oir voces y que las risas la hacían sentir bien.
La complací lo mejor que pude y estuvimos un buen rato hablando, cada uno a su manera. Durante nuestra conversación la noté débil aún, pero me dijo que en unos días estaría recuperada.
Finalmente, cuando Juan Blanco —que se había quedado esperando en la sala de espera— entró a decirme que la visita tenía que terminar, Carmen me prometió que el próximo día que fuera a visitarla respondería a la pregunta que me rondaba la cabeza y que no me había atrevido a formular.
Yo le prometí que no tendría que esperar muchos días.

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Arawna

Martes 29 de mayo de 2007, 14:43h
Nada basta

Desde que Carmen ha vuelto a la acción a principios de la semana pasada no hemos parado. Hay demasiado por hacer.
Empiezo a plantearme la imposibilidad de las ideas que me motivan. Utopías inalcanzables incluso en el más delirante de los sueños. Estoy agotado y no veo la hora de descansar. Y es en estos momentos cuando me viene a la cabeza una frase que leí en algún cómic hace años y que ha permanecido en mi memoria hasta hoy: “El mal nunca descansa”.

Y hablando del mal... ¿Qué es el mal? ¿Realmente es el mal lo que impulsa a la gente a robar, por ejemplo? No es lo mismo robar una barra de pan para comer que violar a alguien por placer. ¿Son distintos niveles de mal? ¿O no existen diferencias? Durante estos días he tenido que elegir más de una vez entre combatir el mal en un lugar o en otro, entre ayudar a unas personas o a otras. Y por culpa de una de esas elecciones ahora hay dos ancianos en la UCI, gravemente heridos. Pero claro, ¿quién puede decir que fue una mala elección? Quizás si hubiera elegido de forma distinta ahora serían otros los que estarían hoy en esa sala o peor, bajo tierra.

Me está costando encajar todo esto. Verlo desde una perspectiva que me afecte menos. Juan Blanco me advirtió de que esto pasaría, y gracias a sus consejos de entonces he sabido sobreponerme un poco, pero no es suficiente.
Leo en los periódicos sobre mí, sobre “El justiciero del Post-it”, o simplemente “Post-it”, como empiezan a llamarme para abreviar, y me ayuda, me hace sentir mejor, pero tampoco basta.
Carmen me anima y a la vez me presiona. Me transmite pensamientos positivos y me asegura una y otra vez que sin lo que estoy haciendo el mundo sería un lugar peor, que hay que aprender a andar antes de querer correr, que me dé tiempo. Que poco a poco, si no me rindo, lo que me ronda por la cabeza puede que se convierta en realidad, o al menos buena parte, y que ella estará ahí para ayudarme.
Sara también me apoya a su manera. Hay alguna cosa que se le escapa, que no logra comprender del todo, pero es normal. Me obliga a tomarme algún respiro cuando me ve muy apurado, y aunque de entrada me niego siempre, reconozco que necesito tantos respiros como pueda tomarme. Incluso Carmen me alienta a ello, quizás porque también necesita descansar.

Desde que me creo un superhéroe no tengo en consideración las necesidades de los demás. Soy un puto egoísta, ahora me doy cuenta. Pero es que no puedo detenerme, joder. Siento que se me necesita y cada vez que leo alguna mala noticia que podría haber evitado me cabreo conmigo mismo. Incluso si ha sucedido fuera de mi alcance. ¿Cómo puedo evitar algo que sucede a cientos de kilómetros de aquí?
Por todo esto es por lo que no quiero ni puedo detenerme. Mientras actúo no pienso en otra cosa, me concentro en lo que estoy haciendo y ya está.
Esto de jugar a los superhéroes va a matarme o a volverme loco; veremos qué sucede antes.

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Arawna

Viernes 1 de junio de 2007, 12:35h
Desconectado

Hoy estoy espeso. Llevo tres horas delante del ordenador. Tres horas inútilmente perdidas. Me siento incapaz de empezar con el diseño de un logotipo para una cadena de verdulerías. ¡Nada más facil, coño! ¡He creado mil logos más difíciles que éste! Pero tengo la cabeza en las calles, y en todo lo que he descubierto y aprendido estos dos últimos meses. Se me empieza a acumular el trabajo y como no me ponga las pilas los clientes van a empezar a mosquearse. Estoy agotando las excusas para los retrasos en las entregas. Para colmo, esta noche se me ha roto el móvil en una pelea, con lo que los clientes no podrán contactar conmigo hasta que me consiga otro, y empezarán a ponerse aún más nerviosos. A primera hora ya han llegado los primeros e-mails preguntando dónde me he metido.
Si algo he aprendido esta noche pasada es a no llevar el móvil encima cuando salga a hacer el superhéroe. La primera razón es obvia: los móviles se rompen fácilmente. Pero hay otra, en la que no había caído hasta que el maldito aparato empezó a sonar en mitad de la noche, mandando todo intento de discreción a tomar por culo. El factor sorpresa se esfumó y los cuatro tipos que estaban desvalijando la joyería se volvieron hacia mí como uno solo, pensando seguramente que sus bates y sus palancas de hierro me pondrían en mi lugar. Evidentemente no sabían quién era yo, y los que acabaron atados, amoratados y con un post-it pegado en la frente fueron ellos. Yo solo me quedé sin móvil. Y sin saber quién cojones me había llamado a esas horas, claro.

En definitiva, que mañana me toca acercarme a por un móvil nuevo. Más vale que me ponga con el logotipo o no tendré con qué pagarlo...

Arawna

Domingo 3 de junio de 2007, 18:10h
El rescate

La de ayer fue una noche realmente jodida. Casi acaban conmigo. Y para colmo hice cabrear, y mucho, a Sara. Me dijo que no la tengo en cuenta para nada, que paso de ella. Que voy a mi bola, vamos. Creía que entendía lo que estoy haciendo, que comprendía el porqué y que me apoyaba, pero parece que estaba equivocado. No me dio un ultimátum, pero se le parecía mucho: si no daba con la fórmula que me permitiera dedicarle más tiempo y a la vez ocuparme de lo mío, se iba a plantear si le convenía o no seguir conmigo.
Es una putada, pero me temo que lo de la conciliación laboral no es aplicable en mi caso.
Le saqué el tema a Carmen durante la ronda de anoche, pensando que ella como mujer podría aconsejarme, pero su respuesta me pilló desprevenido. Me dijo que nunca se había tenido que enfrentar a un problema similar, y al escuchar esa respuesta me vino a la mente la imagen de ella postrada en la cama, conectada a aquella máquina, y caí en que podía ser que nunca hubiera estado con nadie. Sé que a veces soy un auténtico idiota.
“Claro que he tenido novios, tonto. Simplemente no he tenido que dar nunca un ultimátum a ninguno de ellos”, dijo, y noté como sonreía, divertida. Hizo que me sintiera aún más idiota, y a modo de disculpa dije entre titubeos:
“Por un momento... he pensado que llevabas en esa cama demasiado tiempo, supongo. Lo siento”
“No hace tanto, pero tranquilo. No podías saberlo”, contestó, quitándole hierro al asunto. No sé como lo hace, pero sus palabras siempre transmiten una sensación que te hace sentir mejor contigo mismo y con el mundo, por difícil que sea la situación. Tal vez sea un efecto secundario de sus poderes.
“De todas formas, estar todo el día en una cama de hospital no ayuda demasiado en las relaciones sociales, así que llevo un tiempo sin salir con chicos.”
Ni un deje de amargura asomó a sus palabras al hablar tan abiertamente de algo tan íntimo. Al contrario, al terminar la frase me sentí inundado por una calidez reconfortante que flotó en mi cerebro durante los dos minutos siguientes.

Al rato, mientras caminaba sumido en mis propios pensamientos, Carmen vio algo y me avisó. A cuatro calles de donde estábamos, en pleno barrio de El Raval, en un pequeño solar donde hacía poco habían derribado un edificio, iba a tener lugar un ajuste de cuentas entre miembros de dos bandas latinas rivales; no es que me importe demasiado si se machacan entre ellos, pero estas movidas suelen acabar descontrolándose y siempre acaba herido algún inocente que pasaba por allí, por lo que más vale prevenir que curar, como se suele decir.
Llegué justo a tiempo; eran seis o siete en cada bando, y ya sostenían en las manos las armas con las que se iban a enfrentar: navajas, bates, trozos de tuberías, cadenas, un casco de moto... El lugar estaba bastante oscuro, y las vallas que daban a la calle y los palés apilados junto a estas hacían difícil que alguien viera lo que allí iba a suceder.
“Ve con cuidado, Daniel”, me susurró la voz de Carmen.
Se estaban gritando unos a otros, mentando a sus madres, a sus hermanos y a sus muertos mientras se medían las fuerzas. Yo aproveché para acercarme sin hacer ruido. Me puse el pasamontañas y los guantes y me situé bajo la luz de una farola cercana que daba a la calle, imaginándome mi propia silueta negra a contraluz. Sin la capa y las orejas no sabía si les infundiría el mismo miedo que Batman, pero tenía que intentarlo. Desgraciadamente el resultado no pudo ser más patético:
—Será mejor que dejéis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás —dije, y ellos siguieron a lo suyo. Con aquellos gritos era imposible que me oyeran a menos que pegara un berrido, así que berreé. No quedó muy elegante, pero fue efectivo; todos giraron sus cabezas hacia mí y sus gritos se apagaron. Me mantuve allí de pie sobre los cascotes, con los brazos en jarras en una pose que creía desafiante y entonces, cuando estuve seguro de que me dedicaban toda su atención, me aclaré la garganta y repetí la frase:
—Será mejor que dejéis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás.
Me miraron con incredulidad, incluso parecía que con cierta curiosidad. Pero no con miedo.
—¿Será mejor...? —dijo uno de ellos a mi izquierda.
—¿Qué coño te pasa, pendejo? —gritó otro, adelantándose. Bajo la débil luz pude ver los tatuajes que rodeaban sus musculosos brazos.
—Éste quiere que le chinguen bien —dijo otro, del otro bando.
—Esperad un momento —añadió un tercero, avanzando también hasta situarse a un par de metros de mí —. ¿Éste no será el cabrón que ha hecho que enjaulen a varios de nuestros brothers las pasadas semanas? ¿Ése que sale en los noticieros? ¿El héroe?
“Mierda”, pensé, y por sus miradas supe que se me iban a lanzar todos encima. Había logrado que firmaran una tregua y que no se mataran entre ellos, al menos por el momento, pero ahora estaba por ver como iba a salir yo de allí. Eran trece o catorce, fuertes, todos armados y acostumbrados a hacer daño. Nunca me había enfrentado a tantos. Poco a poco se fueron desplegando a mi alrededor, blandiendo las armas, pasándoselas de una mano a otra. Sus sonrisas me taladraban más profundamente que sus miradas cargadas con promesas de dolor.
Y entonces me puse en movimiento, antes de que me entrara el miedo. De un puñetazo le borré la sonrisa al más cercano, que cayó al suelo inconsciente, como tocado por un rayo. Los cuatro que más cerca estaban gritaron y se lanzaron sobre mí a la vez, y noté el mordisco del acero en la pantorrilla al tiempo que de una patada en los huevos tumbaba a otro de ellos. Recuerdo que en ese momento pensé que podía haberle dejado impotente de por vida, que quizás me había excedido.
En ese momento de duda un bate —o un palo— salido de no sé donde me dio en plena cara. El fuerte impacto me hizo retroceder un par de metros y un momento después sentí como la sangre empezaba a manar por la nariz y por una ceja. No caí al suelo, pero me sentí mareado unos segundos, que ellos aprovecharon para tratar de agarrarme por la espalda; esos bastardos eran muchos y estaban por todas partes. Reaccioné a tiempo y de un codazo hice tambalearse a uno de los que estaban detrás. Me volví pegando puñetazos a mi alrededor a gran velocidad, intentando alejarlos de mí, pero casi todos dieron en el aire. Con mi ojo izquierdo no veía absolutamente nada a causa de la sangre que brotaba de la ceja destrozada, y no podía calcular bien las distancias. De repente un golpe tremendo en la rodilla me hizo caer al suelo; nunca había sentido tanto dolor. Por unos segundos —o quizás unas milésimas de segundo— cerré los ojos, intentando alejarme del dolor mientras seguían lloviéndome golpes desde todos los ángulos. Creo que en ese momento, si no llega a ser por Carmen, me hubiera rendido, hubiera dejado de luchar. Pero su voz se abrió paso hasta mi mente:
“Aguanta Daniel, la ayuda está en camino. ¡Aguanta!”
En aquel momento era incapaz de responderle nada coherente, así que hice lo único que podía hacer: moviéndome entre la marea de brazos y piernas, agarré a dos de los pandilleros por los cojones, a uno con cada mano, y estrujé con fuerza. Sus gritos de dolor sorprendieron momentáneamente a sus compañeros, que retrocedieron un par de pasos mirándolos, momento que aproveché para levantarme y lanzarme con furia contra el que tenía enfrente mientras los otros dos caían retorciéndose al suelo.
—Deberíais haberme hecho caso —dije mientras lo dejaba incapacitado de un golpe en la garganta. Salté hacia un lado para alejarme y me volví hacia los que quedaban en pie. Me miraron indecisos, y luego se miraron entre ellos. Puede que nunca antes alguien se les hubiera resistido tanto.
Seis de ellos estaban en el suelo, entre los cascotes; dos inconscientes y cuatro retorciéndose de dolor. A mí me costaba respirar.
Y entonces el que parecía uno de los líderes sacó una pistola. Un pistolón enorme. No me lo esperaba, por eso me quedé ahí quieto, mirándolo con incredulidad. Me encañonó y dijo, cabreado:
—Déjate de joder.
Vi determinación en la expresión de sus ojos; no era la primera vez que el tipo mataba a alguien. Pensé que me regeneraría luego, como la vez anterior, pero ¿y si me disparaba a la cabeza? ¿Y si luego quemaban mi cuerpo? ¿También me regeneraría? No lo sabía y no podía arriesgarme a comprobarlo.
Repentinamente, antes de que el pandillero lograra apretar el gatillo, una sombra cayó sobre él y luego sobre los que quedaban en pie. Apenas pude ver más que un borrón moviéndose entre ellos, y en cuestión de uno o dos segundos todos empezaron a desmoronarse inconscientes, como muñecos desarticulados.
Antes de que pudiera preguntarme quién podía ser mi salvador, Perro Negro ya se encontraba a mi lado, contemplando el campo de batalla con su blanca sonrisa de maníaco cruzándole el rostro.
—En menuda te has metido, ¿eh?
Me volví hacia él, disimulando mi sorpresa, y sonriendo bajo el pasamontañas a pesar del dolor que recorría mi maltrecho cuerpo, acerté a decir:
—Un día de estos tienes que enseñarme a hacer eso.
Perro Negro se rió con ganas y respondió:
—Ya veremos... Por ahora ya tienes un maestro, aunque por lo visto aún te queda mucho por aprender. Tienes suerte de que andara por aquí cerca y de que Carmen me avisara.
—¿Carmen? —balbuceé. Aún estaba aturdido. Que mencionara su nombre me había dejado descolocado.
Sin perder la sonrisa, Perro Negro empezó a alejarse hacia la calle.
—No creerás que Carmen sólo está en contacto contigo y con tu maestro, ¿verdad? Serías muy ingenuo si creyeras eso.
Me quedé helado, sin saber qué decir. Perro Negro se agachó para salir a la calle por un agujero que había en una de las vallas, y sin volverse añadió:
—No te quedes ahí. Pégales tus post-it y lárgate. La policía está al caer.

Cuando regresé a la calle un minuto después las sirenas de los coches patrulla se escuchaban cada vez más cerca. Tenía que alejarme de allí, ¿pero adónde podía ir con mi aspecto? Llevaba la ropa hecha trizas y ensangrentada; no andaría más de cuatro calles antes de que me detuvieran.
Maldije a Juan Blanco por haber omitido tantas cosas. Él y sus técnicas de aprendizaje...
Me alejé calle arriba, dejando a mi espalda las sirenas que se aproximaban, y tiré el pasamontañas, los guantes y la parka al primer contenedor que encontré. La herida de la pierna no había sido grave y ya no sangraba, aunque me había dejado los pantalones hechos un asco.
“Carmen”, dije mentalmente “¿Alguna idea?”
“Ve a casa de Sara”, respondió. “Yo te guiaré y evitaré que te cruces con la policía o te metas en más problemas.”
“Ok...”, dije sin convencimiento. De repente me sentía agotado, por no mencionar el dolor que recorría todo mi cuerpo. Apenas podía poner un pie delante del otro, mucho menos llegar al piso de mi novia.
“Carmen...”
“Dime.”
“No sé qué haría sin ti...”
“Venga Daniel, déjate de historias y camina.”
Y caminé. Ya hablaríamos de su relación con Perro Negro en otro momento; sólo quería darme una ducha y dormir 72 horas seguidas.
Andé hasta el piso de Sara como un zombi, tan concentrado en mantenerme en pie que en el momento en que estuve frente a la puerta fue Carmen la que tuvo que avisarme de que había llegado. Llamé al timbre y nadie me contestó; supuse que habría salido de fiesta con sus amigas. Saqué mi copia de las llaves y subí. No había nadie, en efecto. Entré a oscuras y me dejé caer en el sofá. “Un par de minutos y me voy a la ducha”, recuerdo que pensé.

Los gritos de las amigas de Sara me han despertado unas horas —que a mi me han parecido segundos— más tarde. La bronca que me ha echado luego Sara una vez ha tranquilizado a sus compañeras de piso ha sido monumental. Pero yo no estaba para aguantar gritos, así que me he dado una ducha rápida, me he vestido con ropa limpia que había dejado allí unos días antes y me he largado diciéndole que ya la llamaría luego.
Pero no me apetece. Así que ya la llamaré mañana. Necesito dormir más.

Arawna

Lunes 4 de junio de 2007, 10:05h
Cuentas pendientes

Bohemian Rapsody, de Queen, suena en el winamp. He terminado el diseño del logotipo que tenía pendiente, y no queda ni rastro de las heridas de la madrugada del domingo. Para ser lunes no es un mal comienzo.
Terminaré un par de cosas que llevo atrasadas, iré a recoger el móvil —el sábado no tenían el modelo que quería y me dijeron que pasara hoy—, y esta tarde iré a ver a Sara para arreglar las cosas. No me porté muy bien con ella la otra noche.
De paso, cuando llegue a Barcelona le preguntaré a Carmen sobre Perro Negro. ¿De qué se conocen? ¿Desde cuándo? Las cosas cuanto antes se hablen, mejor. No sé si me ayudó sólo porque ella se lo pidió, pero es muy posible que me salvara la vida. La verdad es que no sé a qué atenerme con él, pero sí tengo claro que no me gusta la idea de deberle nada.

Ahora que lo pienso, tengo que comprar ropa más adecuada para mis rondas, ¿pero qué? Además, no puedo gastarme todo lo que gano en ropa nueva y móviles. O aprendo a “trabajar” de una forma más limpia o tendré que buscarme un patrocinador, porque a este paso no voy a tener ni para comer.
Tengo que acordarme de pedirle a Carmen que me ponga en contacto con Juan Blanco para que me aconseje un poco sobre éste y otros temas.

Arawna

Lunes 4 de junio de 2007, 20:35h
Preguntas y... ¿respuestas?

Han soltado a los tipos que casi me matan la madrugada del domingo. Al parecer, según los periódicos, no habían cometido ningún crimen y no podían ser retenidos más de unas horas. ¿Y las armas? Creía que en este país no se podía ir por ahí con pistolas, navajas, etc... Total, que les han interrogado, les han fichado —si no lo estaban ya—, y luego les han soltado por falta de pruebas. Y por falta de una denuncia. Al parecer se protegen entre ellos, aunque pertenezcan a bandas diferentes y quieran verse muertos unos a otros. Mierda de leyes, de justicia y de burócratas. ¿Se supone que tengo que dejar que me maten para que les encierren? En fin...

Este mediodía, cuando he llegado a la ciudad con la intención de pasarme por Norma Cómics antes de ir a recoger el móvil nuevo, Carmen se ha puesto en contacto conmigo.
“¿Quieres que hablemos?”
“Antes querría darte las gracias por sacarme ayer las castañas del fuego”, he contestado yo, agradecido, pero no he podido evitar mostrar el recelo que habitaba mis pensamientos.
“No tienes porque darme las gracias cada vez, Daniel. Tu haces tu parte y yo la mía.” El cosquilleo de su sonrisa en mi mente ha hecho que me relajara un poco.
“Ok.”

“Perro Negro me salvó la vida una vez”, ha comenzado a explicar Carmen antes de que yo formulara la pregunta que me rondaba por la cabeza desde hacía un par de días. He terminado de subir las escaleras desde la estación de tren y he salido a la calle. Hacía un sol de narices.
“Hubo un tiempo en que trabajamos juntos, algo parecido a lo que hacemos tú y yo ahora. Pero fue un período muy breve, contra una amenaza concreta que amenazaba la paz de esta ciudad, y puede que la de todo el país. Incluso Juan Blanco nos ayudó en algún momento. Y otros.”
“¿Juan Blanco..., y otros?” No podía imaginarme a Juan Blanco y a Perro Negro colaborando. Y, ¿quiénes debían ser aquellos otros? ¿Más gente con poderes?
“Era una amenaza real, Daniel, y muy poderosa. La única posibilidad de neutralizarla era uniendo nuestras fuerzas, por mucho que nuestra visión de como debían ser las cosas no fuera la misma. Pero el caso es que tuvimos éxito y que probablemente, de no ser por Perro Negro, tú y yo no estaríamos hablando hoy. Me salvó la vida, como te he dicho, y desde entonces estamos en contacto.”
“Y ahora me la ha salvado a mí”, he pensado con amargura. Nunca me ha gustado deberle nada a nadie, y mucho menos a alguien como Perro Negro.
“No es tan malo como crees”, ha dicho Carmen, intentando calmar la ira que parecía empezar a trepar por mi garganta.
—Según Juan Blanco, lo es —he contestado, sin darme cuenta de que lo hacía en voz alta. Un chaval que practicaba con un skate a mi lado se me ha quedado mirando un segundo, quizás pensando que le había dicho algo, y luego ha seguido a lo suyo.
“Juan Blanco tampoco es tan bueno como crees”
Y ahí hemos aparcado el tema. Estaba frente al escaparate de Norma Cómics y preferí no seguir indagando más en todo aquello; ya seguiríamos hablando en otro momento, probablemente en nuestra siguiente patrulla nocturna. En ese momento prefería centrarme en los cómics que me llamaban desde los estantes de la tienda.
“Luego hablamos”, he pensado cruzando la entrada. “Tengo que digerir todo esto.”
“Claro Daniel, cuando quieras. Yo no me voy a ir a ningún sitio”, se ha despedido Carmen, y de nuevo he sentido ese cosquilleo que algunas veces acompaña a sus palabras y al que empiezo a cogerle el gusto. Y a pesar de las circunstancias no he podido evitar que una sonrisa asomara a mi rostro y con cara de tonto me he dirigido a la sección de comic-books americanos que hay en el piso de abajo.

Me he pasado media tarde devorando cómics para mantener la mente ocupada y evitar pensar demasiado en lo extraña que se ha convertido mi vida. Ahora Sara está duchándose y arreglándose. Nos vamos a cenar a un paki que hay aquí cerca, y a hablar del rumbo que está tomando nuestra relación. Sigue cabreada, y no la culpo.

Lamento que me haya conocido en un momento tan extraño de mi vida.

Arawna

Martes 5 de junio de 2007, 14:06h
Marcha atrás

Me he levantado hace un rato. He dormido fatal.
Mi relación con Sara ha dado un paso de gigante hacia atrás. Después de hablarlo ayer noche hasta las tantas decidimos que nos tomaremos la relación con más calma, y que nos veremos cuando podamos. En realidad fue ella quién tomó la decisión, y a mí no me quedó otra que aceptarla. Quizás sea lo mejor, aunque no me lo parezca ahora mismo.
Al salir del piso de Sara, de camino al centro para coger el Nit Bus, llamé a Rafa; había decidido volverme a casa, no estaba de humor para pasarme el resto de la noche merodeando por Barcelona. Lo primero que hizo después de coger el móvil fue cagarse en mis muertos por despertarle a aquellas horas. Tenía que levantarse tres horas más tarde para ir al trabajo.
—Creo que Sara me ha dejado —dije con un hilo de voz cuando se hubo calmado un poco.
—¡¿Qué dices?!
—Lo que oyes, tío. Me temo que vuelvo a pertenecer al selecto club de solteros de más de treinta años —contesté con acritud.
—¿Estás seguro? Cuéntame qué ha pasado.
Y se lo conté. No podía decir que no supiera lo que me estaba jugando, y que no me hubiera advertido sobre lo de dejar plantada a la chica con la que llevas poco tiempo saliendo, por comprensiva que ésta sea. Me había aconsejado varias veces que me lo tomara todo con más calma, sobre todo lo de ir por ahí haciendo de justiciero. Que me tenía que tomar días libres, que no podía salvar a todo el mundo. Lo peor es que cuando hablábamos le daba la razón, lo comprendía, pero la realidad es que no puedo seguir con lo que sea que esté haciendo, sabiendo que alguien puede estar sufriendo por no prestarle mi ayuda.
—Creo que es lo mejor, sinceramente —dijo Rafa cuando terminé —. Por mucho que duela, ahora mismo es mejor que cada uno siga con lo suyo. Ella no sufrirá ni se sentirá abandonada cada vez que desapareces, y tú podrás seguir cazando a los malos, tu prioridad ahora mismo. De todas formas, no ha dicho que se haya acabado. Os veréis cuando a los dos os vaya bien, y quizás con el tiempo, cuando tengas todo un poco más por la mano, podais reemprender la relación allí donde la dejasteis.
Seguimos charlando durante todo el tiempo que duró el trayecto hasta mi piso; sus palabras me tranquilizaron un poco, y como hacía días que no nos veíamos aprovechamos para ponernos al día de todo. Al despedirnos se volvió a cagar en mis muertos. Tan solo le quedaba una hora de sueño.

Arawna

Miércoles 6 de junio de 2007, 11:25h
¿Estoy solo?

Ésta ha sido una noche tranquila. Lo más peligroso a lo que he tenido que enfrentarme ha sido a la aguja de un yonki pasado de vueltas. Cometió el error de pensar que podía robarme.
He aprovechado para repasar un poco los acontecimientos de estos últimos meses, ordenar ideas, y hacer mentalmente una lista de prioridades. Lo primero es aclarar ciertas cosas con Juan Blanco, y pedirle consejo sobre otras. Carmen me avisará cuando él pueda verme.
Tócate los cojones. Vete a saber qué es lo que lo mantiene tan ocupado, porque desde luego no parece que sea la lucha contra el crímen.
Desde que sé que hay otros como yo, me pregunto como es que no hacen nada. Y si lo hacen, como es que no aparece nada en los periódicos o en internet —aparte, claro, de esos freaks que se disfrazan de superhéroe y se abren cuentas en myspace para promocionar chorradas o hacerse famosos—. ¿Por qué soy el único del que se tiene conocimiento? He hablado con Rafa sobre esto, y su respuesta ha sido contundente: “Probablemente sean más discretos que tú.” Si él lo dice debe ser así. Es el único tipo con el poder de tener siempre la razón que conozco.

Arawna

Jueves 7 de junio de 2007, 14:38h
Objetivos subjetivos

Estoy esperando a que lleguen Rafa y Xavier con las pizzas. Hoy hemos quedado para comer aquí y lo último que me apetecía era cocinar.
Les he llamado esta mañana después de leer sobre los recientes asesinatos relacionados con la mafia armenia en El País Digital. No es que leer sobre pies amputados y guerras de bandas me abra el apetito, pero me ha hecho reflexionar. Desde que me pongo el pasamontañas y me dedico a rondar por las calles todas las noches solo he frustrado los planes de camellos, yonkis, ladrones de bolsos, atracadores, borrachos, pandilleros... Y la mayoría han vuelto a las calles al día siguiente. Quizás debería empezar a pensar a lo grande. Si quiero ser un ejemplo a seguir, si realmente quiero enviar un mensaje a la sociedad, tengo que marcarme metas más importantes. Necesito cazar a los peces gordos. Aparecer en las primeras páginas de los periódicos, no en una triste reseña que la gente solo lee por curiosidad.
Por eso les he llamado; necesito hablar con mis amigos. Sobre todo saber qué opina Rafa de esto. Y Xavier... Bueno, Xavier no es ningún lumbreras, pero si alguien sabe de superhéroes, aunque sean de cómic, es él, así que supongo que algo podrá aportar.
Bien, parece que ya están aquí. El olor a pizza les delata.

rockgamer666

Solo me he leido las primeras páginas pero me encanta. Creo que estoy en condiciones de decir MOAR

Arawna

rockgamer666 me encanta que te encante ;) Por cierto, ¿que es MOAR? O_o'

Jueves 7 de junio de 2007, 19:50h
Estableciendo prioridades

—Me parece que se te está subiendo a la cabeza, Daniel —ha sido lo primero que ha dicho Rafa.
—¿Por qué? —hemos preguntado Xavier y yo a la vez, entre incrédulos y cabreados. Xavier sigue tan entusiasmado como el primer día con la idea de que un colega suyo sea un superhéroe, y todas mis ideas le parecen geniales. Estoy convencido de que si se lo pidiera no le importaría ser mi Bucky Barnes. Rafa es todo lo contrario, como siempre. Supongo que debo dar gracias por ello; es el que nos mantiene cuerdos.
—Aún no controlas del todo tus poderes.
Primer punto para Rafa. Y el partido no había hecho más que comenzar.
—Estoy en ello.
—¡Está en ello, tío! —me ha apoyado Xavier.
—Vamos hombre, si la otra noche casi te matan...
—Me descuidé —he mentido —. No volverá a pasar.
Rafa se me ha quedado mirando fijamente sin decir nada, y Xavier ha aprovechado para darle otro bocado a su segunda pizza.
—Vale tío, no me descuidé —he confesado al final, incapaz de mantener su mirada; dos a cero —. Si no llega a ser por Perro Negro...
—¡Ei! —ha exclamado Xavier después de tragar apresuradamente, y antes de que empezara a hablar ya sabíamos que allá iba otra de sus geniales ideas:
“¿Por qué no hablas con él y formais una alianza? Podríais cazar juntos a los criminales; seríais algo así como Flecha Verde y Canario Negro. ¡Un dúo superhéroico sería la polla! Aunque ahora que lo pienso “Post-it y Perro Negro” no suena igual de bien, claro... Pero...”
—Tío, deja de decir paridas —le ha cortado Rafa —. Si no sabemos quién es ni si es de fiar. Además, hasta ahora no parece que le preocupe demasiado que la ciudad esté llena de criminales.
—Si me ayudó es porque se lo pidió Carmen —he añadido. Xavier nos ha mirado unos segundos y ha vuelto a su pizza cuatro quesos encogiéndose de hombros.
Rafa ha vuelto a tomar la palabra:
—Centrémonos —ha empezado, la seriedad que expresaba su rostro me ha hecho sentir como un niño pequeño ante la regañina de su padre, pero ha logrado que tanto Xavier como yo le prestáramos toda nuestra atención.
“Dani, lo primero es establecer una lista de prioridades según tus posibilidades. Y creo que no hay nada más prioritario que controlar tus poderes al cien por cien. No sabemos como te ha entrenado tu maestro, ya que según tú no nos lo puedes explicar. Ok, lo entendemos y lo aceptamos. Pero, al menos a mí, ese entrenamiento me parece insuficiente. No puedes cometer errores. No puede ser que unos simples matones representen una amenaza para ti. ¿Qué pasará cuándo te enfrentes a tíos armados con armas de verdad y no con palos y cuchillos? ¿Qué pasará cuándo la vida de alguien dependa de ti?”

Y así ha seguido la tarde. Me siento como si me hubieran dado una lección de humildad. Y lo mejor de todo es que sé que la necesitaba. Se me han bajado los humos, y al fin he comprendido que para correr antes hay que aprender a caminar. No era la primera vez que alguien me soltaba esa frase, ni sería la última probablemente.
Esta noche veré a Juan Blanco, y si todo va como espero, luego empezaré a caminar un poco más ligero.

1 2 respuestas
Cupi

#139 es como decir que quiere más pero en vocabulario friki

Me voy a poner este hilo en favoritos para algún día comenzarlo a leer. Me parece de puta madre tu iniciativa. Suerte y adelante

rockgamer666

#139 Moar es la traduccion fonológica de "more";. Se suele usar en foros para decir "quiero más" con un tonillo de ansiedad.
Vamos, que estoy a la espectativa de que saques más material

corono

Joer me he leido todo del tirón, lo acabo de descubrir y me he descargado el libro, pero prefiero leerlo poco a poco por aquí. Mañana le echo un ojo al blog, y si ahorro algo de pasta me compro el libro XD.

Enhorabuena por el curro, de momento me tiene enganchado el formato.
Un saludo

Arawna

Cupi, rockgamer666, corono, gracias :)

Viernes 8 de junio de 2007, 17:38h
Respuestas, preguntas

Cómo vestir durante las rondas para no tener que renovar el vestuario cada semana. Cómo compaginar el trabajo con mi nueva “afición” y no morir ni arruinarme en el intento. Qué sucedió hace un tiempo, cuando Perro Negro se unió a ellos y le salvó la vida a Carmen. Dónde están los “otros”. Qué hacen con sus poderes.
Con todo eso en mente fui ayer noche hasta donde Juan Blanco me esperaba. De camino, bajando por Las Ramblas, Carmen me aconsejó que hiciera preguntas concretas y sin dar rodeos, pero que si no obtenía respuesta a alguna de ellas no insistiera. No me había dicho nada que no supiera, pero le agradecí que me lo recordara. Juan Blanco era un hueso duro de roer, y nunca le sacabas más de lo que él estaba dispuesto a dar.

Un par de horas después restablecía el contacto con Carmen y empezábamos la ronda de aquella noche.
“¿Cómo ha ido?” preguntó. Supongo que mis pensamientos delataban mi descontento.
“Bueno, podría haber ido peor...”
Carmen guardó silencio. Para alguien como ella el tener paciencia se ha convertido en algo tan natural como el respirar, y eso es algo que se agradece, especialmente cuando uno está cabreado y además no tiene claro si lo está consigo mismo o con el resto del mundo.
“¿Cuánto hace que conoces a ese viejo bastardo?”, pregunté unos minutos después.
“Debe hacer unos cuatro años.”
“¿También te entrenó?”
“Oh, no”, respondió Carmen, y sentí como sonreía. “Ya te lo dije. No tuve esa suerte.”
“Quizás tuviste más suerte que yo”, se me escapó, y al momento me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Pensé en su situación y en que nadie pensaría en ella como en alguien afortunado. Ni de puta coña, vamos.
Avergonzado me disculpé y volví a sumergirme en el silencio de una noche especialmente tranquila; más tarde, cuando los universitarios empezaran a salir de los bares para ir a bailar, las calles se animarían y la tranquilidad se esfumaría tras las puertas cerradas.

Un rato después, Carmen volvió a tocar mi mente:
“¿Me vas a decir qué te ha dicho? ¿O voy a tener que suplicarte toda la noche? Empiezas a parecerte a tu maestro, Daniel. ¡Te ha enseñado bien, eh!”
Por mucho que lo intenté no pude evitar que una sonrisa asomara a mi rostro. Una sonrisa que ella sintió. “Es como si unos nubarrones desaparecieran para dejarle el cielo al Sol”, me había descrito una vez la sensación que la embargaba cuando a alguien se le pasaba un enfado o apartaba a un lado la tristeza.
Entonces le conté todo lo que le había sacado a mi maestro, que no era mucho.

Para empezar, en lo de la ropa me dijo que no me podía ayudar, que debía averiguar por mí mismo como resolverlo. Dijo que me lo tomara como una extensión de mi entrenamiento. Me sentí en ese momento como un becario en prácticas. Y sin cobrar un duro, por supuesto.
En cuanto al tema del trabajo, era algo más complicado. No me dijo qué debía hacer, pero me dejó claro que lo más probable era que tuviera que elegir tarde o temprano entre mi trabajo y mi voluntad de hacer el bien o terminaría por fracasar en ambos campos. Cojonudo. Muy alentador. Estuve tentado de preguntarle en ese momento sobre cómo lo hacían él u otros que conociera, pero pude contenerme. Quería llegar al tema, pero debía seguir un orden o lo estropearía.
Entonces le hablé de mi último encuentro con Perro Negro y de lo que me explicó Carmen. Detuvo sus pasos bajo una farola y noté como se tensaba bajo las ropas de aspecto victoriano que vestía esa noche. Sus ojos azul hielo me miraron fijamente durante unos segundos que se me hicieron eternos.
—Sí, Perro Negro nos ayudó —dijo al fin, rompiendo aquel incómodo silencio —. Y también es cierto que salvó la vida de Carmen, aunque no del modo que tú crees. Por eso hemos permitido que siga en la ciudad —hizo una pausa y volvió a mirarme, con una sonrisa de labios arrugados dibujada en su rostro. Al mismo tiempo hacía girar su bastón con la mano izquierda, muy lentamente. “¿Hemos?”, pensé. Más preguntas sin respuesta...
“También es cierto que hubo otros a nuestro lado aquellos días —continuó segundos después —, pero aparte de Carmen y nuestro común amigo, nada sé del resto desde hace mucho.” ¡Ja! Eso sí que no cuela, recuerdo que pensé. Pero decidí seguir el consejo de mi amiga telépata y no presionar al viejo. Cuando siguió hablando su sonrisa ya había desaparecido:
“Tras el incidente cada uno regresó a sus quehaceres. A la mayoría ni siquiera los conocía de antes... Y desgraciadamente también perdimos a algunos durante aquellos aciagos días —sus ojos miraron a través de la luz de las farolas, hacia el cielo. Parecía como si esperara ver algo que ya no estaba allí —. Fueron tiempos duros, Daniel. Espero que nunca tengas que pasar por algo como aquello.”
Y con esas palabras dio por zanjado el asunto. Luego hablamos durante un rato sobre como me iban las cosas y me dio algunos consejos menores, pero nada realmente importante.
—El resto, Daniel —dijo cuando nos despedíamos, posando sus arrugadas manos sobre mis hombros suavemente, de una forma insoportablemente paternal —, lo irás aprendiendo sobre la marcha. Eres un chico inteligente, quizás demasiado impulsivo, aunque afortunadamente a eso último el tiempo le pone remedio. Además, mientras tengas a Carmen a tu lado todo saldrá bien, estoy convencido —respiró profundamente unos segundos mientras me miraba fijamente, y poco a poco se fue desvaneciendo hasta desaparecer. Segundos después, un escalofrío me recorrió la columna vertebral en el momento en que llegaron hasta mí sus últimas palabras: “Piensa en ella como en tu ángel de la guarda”.

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Arawna

Viernes 8 de junio de 2007, 20:55h
Los otros

Magda acaba de estar aquí. Me ha traído unas croquetas caseras y a cambio me ha hecho prometerle que mañana comeré con ella. Un poco de vida social no me hará daño, supongo.
Luego me ha llamado Sara. Desde el lunes no habíamos vuelto a hablar y, siendo totalmente sincero, a pesar de todos los cacaos mentales que tengo he esperado esta llamada toda la semana. No negaré que en más de una ocasión no haya estado a punto de llamarla yo mismo, pero no me parecía lo correcto, por muchas ganas que tuviera.
Me echa de menos, y quiere que nos veamos mañana o el domingo, aunque sean un par de horas. Me he hecho un poco el duro y le he dicho que mañana lo tenía complicado, que el domingo igual tenía un rato libre, y que ya la llamaría. Hemos intercambiado las típicas preguntas frías y estúpidas que todos guardamos para ocasiones como ésta y nos hemos despedido. He colgado pensando en lo capullo que puedo llegar a ser a veces.
Volviendo a lo de ayer —por cierto, estas croquetas están cojonudas—, al terminar de contarle a Carmen todo lo que le había sacado a Juan Blanco, pensé que quizás ella estaría más dispuesta a aclararme algunas de las dudas que tenía. Además, alguien con su poder por fuerza tenía que saber muchas cosas que el resto ignorábamos. Si me había encontrado a mí, bien podía haber encontrado a otros.

“Claro que conozco a otros, Daniel”, contestó Carmen cuando le pregunté. Al fin alguien respondía sin evasivas. Quizás debería haber empezado por ahí... “Nunca preguntaste”, dijo ella, sonriendo en mi mente.
Me contó que conocía a varias personas en la ciudad con distintos tipos de poderes, y que había colaborado con alguna de ellas en más de una ocasión, como hacía ahora conmigo, pero de forma más puntual. Algunos habían sido entrenados por Juan Blanco, otros no. De hecho, la mayoría venían de otros países y llegaban ya dominando sus poderes. De todas formas, recalcó, éramos muy pocos, y la mayoría ya no usaban sus poderes.
Algunos habían tratado de aprovechar las ventajas que les otorgaban para ayudar a otros, pero poco a poco, después de dedicar muchos —o pocos— años habían dejado de hacerlo al comprobar que pese al empeño que ponían las cosas no mejoraban. Otros preferían ser discretos y ocultaban lo que podían hacer; venían de países donde las autoridades habían puesto precio a sus cabezas. “No sabes lo que es el horror hasta que lees la mente de alguien que ha pasado los últimos meses tendido en la fría mesa de un laboratorio”.
Luego me habló de los que siguen explotando sus poderes; al parecer los hay de varios tipos.
En primer lugar, el grupo más numeroso: los que utilizan sus extraordinarias habilidades en beneficio propio. Al parecer muchos habían empezado a usarlas con buenas intenciones, como yo, pero pronto se dieron cuenta de lo poco agradecido que era y de que al final tenía más inconvenientes que ventajas. Al principio, quizás con la idea de poder seguir ayudando y de que el fin justificaría los medios, algunos simplemente se quedaban con el dinero que llevaba el malo de turno, amparándose en el dicho ese de “el que roba al ladrón tiene cien años de perdón”. Siendo totalmente sincero, no me parece una mala idea, pero lo malo empezaba cuando en lugar de detener a los malos, acababan trabajando para ellos. Supongo que es más rentable y menos peligroso para la integridad física de uno.
En el segundo grupo están los que se creen un Robin Hood moderno. No suelen verse a muchos de estos, según Carmen. Y sí, lo habéis adivinado: roban a los ricos —léase bancos, cajas, grandes empresarios y gente a la que le sobra el dinero en general— para luego dar a los pobres, ONGs, etc... El último de ellos que conoció Carmen se está pudriendo en La Modelo actualmente. Ah, y tranquilos que el Dioni no es uno de ellos. Ése no tiene poderes, solo es muy listo.
Por último, están los que intentan cambiar las cosas para mejor: los hay como Perro Negro, que se limitan a ayudar a un tipo de gente concreta, como en su caso a los que él considera “sus hermanos”, aunque a veces, puntualmente, puedan prestar su ayuda a otros; luego están los tipos como Juan Blanco, que ya no luchan de forma directa por cambiar las cosas, pero que lo hacen a través de otros, sus alumnos, discípulos, o como querais llamarlo; y por último están los que luchan contra el mal activamente y sin hacer distinciones.
Al parecer los de este último grupo son más bien escasos. Carmen me dijo que ahora mismo solo hay uno en la ciudad —aparte de mí—, que ha logrado mantenerse ahí gracias a que su trabajo se lo permite. Es policía.

Un pijo borracho, montado en el Volvo de papá, nos obligó a aparcar la conversación y luego la noche siguió su curso sin darnos un minuto de respiro.

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corono

Un pelín flojo este último capitulo creo yo, pero va aclarando cosillas.

Arawna

Sábado 9 de junio de 2007, 13:15h
Moda veraniega

¡Por Dios, qué calor he pasado esta noche! Vale que ya hace unos días que hace más calor, pero esta noche ha sido algo infernal. Tengo que empezar a plantearme en serio el tema del vestuario. No quiero ni imaginarme las noches de julio y agosto embutido en una parka, con los guantes de esquiar y un pasamontañas cubriéndome la cara. Aparte de parecer idiota mandaría a tomar por saco todo intento de pasar desapercibido, por no hablar de que probablemente caería inconsciente antes de que dieran las doce.
Ayer no caí en preguntarle a Carmen como vestían los tipos que ha conocido, pero algo me dice que, como mínimo el poli, no necesita nada especial. Habrá que indagar un poco en el mundo de la moda, me temo. Solo espero que mi única opción no sea un mono de licra a lo ciclista ni nada parecido. Mi amor propio se puede ir a paseo si me tengo que poner algo así, por no mencionar el más que probable ataque de risa que le puede dar al delincuente al que me enfrente.
Ya sabía yo que nada de esto sería como en los cómics.

Quizás después de comer con Magda vea las cosas con más optimismo. Las cosas se ven de un color distinto con el estómago lleno, o eso decía mi abuelo.

Arawna

Lunes 11 de junio de 2007, 14:23h
Una tarde inolvidable

Ayer finalmente reuní el valor para llamar a Sara. Llevaba desde el viernes dándole vueltas a nuestra última conversación: me sentía fatal por como la había tratado. Por suerte no parecía enfadada y le pareció buena idea quedar para pasar la tarde juntos.

Los nervios me habían acompañado toda la mañana, desde el mismo instante en que su voz contestó al otro lado de la línea. Y cuando horas más tarde la vi aparecer por el paseo, caminando hacia mí con una sonrisa radiante en el rostro, algo se rompió en mi interior. Y comprendí que Sara era la mujer de mi vida. Y que yo era el tío egoísta, gilipollas e inmaduro que no la merecía.
Llegó hasta donde yo estaba y nos abrazamos y besamos como si fuera la primera vez, con ansia. Cuando quiso apartarse para decir algo no la dejé, la mantuve pegada a mí rodeándola con los brazos y me sorprendí llorando como un niño, empapándole el cuello de la camisa.
—¿Tanto me has echado de menos? —dijo sonriendo cuando por fin la solté, y me tendió un kleenex —Ni que me hubiera ido de Erasmus.
—Sí —contesté, y la miré para añadir algo más, pero no pude.
Ella me observaba entre divertida y sorprendida. Nunca me había visto así. Supongo que se preguntaba donde estaba el tipo duro que había conocido, aquel que no había querido ver nunca “Los Puentes de Madison” para no ver a su ídolo llorar.
—¿Por qué te has puesto así? —preguntó cogiéndome de la mano y empezando a caminar paseo abajo.
—Supongo que es un poco por todo —dije sin convencimiento, mientras intentaba dar con alguna excusa para cambiar de tema —. Demasiadas cosas en la cabeza, el cansancio acumulado...
—Claro —me cortó, deteniendo sus pasos y mirándome a los ojos —. Lo que sea con tal de no admitir que me echas de menos, ¿no?
—Joder, Sara. Claro que te he echado de menos, pero me cuesta demostrar lo que siento, decir las cosas... Sabes perfectamente porque me he puesto a llorar.
—Sí, lo sé. O lo supongo. Pero quiero que me lo digas. Necesito que me lo digas —su sonrisa había desaparecido y sus ojos parecía que fueran a incinerarme en cualquier momento.
—Es que no puedo...
—Pues inténtalo —en ese momento recuerdo que me sentí como un niño al que no le salen los deberes por más que lo intente.
—Lo sé, Sara, pero ya sabes como soy...
—Eso no es una excusa. La gente cambia, Dani —me tenía acorralado. Sabía lo que ella quería, lo que necesitaba. Igual que lo había sabido de Susana. ¿Sería capaz de cambiar esta vez? ¿Me importaba Sara lo suficiente?
—Lo puedo intentar —dije finalmente, intentando convencerme a mí mismo más que a ella —. Pero, por favor, no me presiones. Sé que debo aprender a abrirme, a desprenderme de mi coraza mientras esté contigo, pero también sé que me llevará tiempo.
—Me conformo con que lo intentes —dijo, recuperando la sonrisa —. Por ahora.

Pasamos la tarde en el Parque de la Ciudadela sin soltarnos de la mano, alimentando a los patos del estanque y paseando entre los árboles. Durante unas horas no pensé en nada más que en ella, disfrutando de cada minuto.
Esa noche la pasé en Barcelona. Sin pasamontañas.

Arawna

Hoy vengo con una "mala" noticia en lugar de con una nueva entrada de la novela:

Últimos días para descargar GRATIS "Hoy me ha pasado algo muy bestia"

Sí, habéis leído bien.

Después de algo más de tres meses como descarga gratuita en Bubok -llegando a 872 descargas hasta ahora- y un año en total como descarga gratuita desde mi blog -con más de 3.000 descargas-, por sugerencia de mi editorial actual, Marge Books, me veo en la obligación de dejar de ofrecer directamente mi novela, Hoy me ha pasado algo muy bestia, de forma gratuita.

Así que voy a dejar unos días para que el que aún esté interesado en descargarla pueda hacerlo, concretamente hasta el próximo domingo 6 de febrero del presente año 2011.

Intentaré seguir posteando la historia aquí, hasta donde me dejen, pero ya no puedo garantizar que lleguemos al final :(

Un saludo y muchas gracias por leerme.

Arawna

1 respuesta
corono

Que putada! de todas maneras tengo pensado comprarlo :)

Amazon

:( tendré que leermelo por mi cuenta :(