Me encontraba leyendo como de costumbre en el jardín cuando la tarde dio paso al ocaso. Antaño hubiera apurado las horas de penumbra bajo mi lámpara de aceite, pero los tiempos en Insmouth han cambiado y los políticos como yo no tenemos nada que hacer una vez cae la noche, así que decido entrar en casa y cerrar todas las puertas con llave.
Apuro la última copa de brandy antes de acostarme cuando de repente un ruido metálico me altera. Viene de la entrada?
Asustado, cojo mi abrecartas que tenía sobre la mesa y con el corazón en un puño consigo decir, a media voz: - Creo que se equivocan de casa señores - Deseando que algún vecino borracho estuviera confundido.
Sin embargo no podía estar más equivocado. La cerradura cedió y, al cabo de un segundo, se hizo la oscuridad.
Me apreté contra la pared pero el asesino era más rápido, más decidido y estaba mejor armado. Sin tiempo a reaccionar noté un pinchazo en mi estómago y sangre a mi alrededor, manando de una herida que no reconocía como mía. Mis manos, el suelo, mi camisa de lino, todo quedó teñido de un oscuro carmesí iluminado solo por la luna menguante.
El cansancio fue apoderándose de mi... de nuevo, un ruido cerca de la entrada. Venían a rematar la faena? No era necesario... Pero esta vez el intruso no llevaba un arma sino toallas y unos potingues que anaranjados que contrastaban con el rojo de mi sangre...
Creo que perdí el conocimiento para levantar sobre el sofá, malherido pero vivo, con cinco puntos de sutura en mi estómago.
El mal invade insmouth pero todavía no estamos perdidos...