El fabricante inicia su nacionalización tras ser el mejor ejemplo del modelo capitalista de Estados Unidos con unas deudas de 122.500 millones
El grupo automovilístico General Motors ha presentado hoy ante un tribunal de Nueva York tal y como se esperaba la solicitud para acogerse al capítulo 11 de la Ley de Quiebras de Estados Unidos, en lo que supone la mayor suspensión de pagos de una empresa industrial en la historia, con un pasivo de 172.810 millones de dólares (122.500 millones de euros al cambio actual). La decisión del gigante de Detroit, la empresa que con su desarrollo hizo posible que millones de estadounidenses abrazasen la clase media y la compañía que mejor ejemplifica el sueño americano de los años 50, indica el final de una época.
Tras cuatro meses de contactos entre el fabricante de Detroit y Washington, General Motors, que cuenta con 230.000 empleados en todo el mundo y fabrica más de 20.000 coches cada día, no ha podido hacer nada más que declararse en suspensión de pagos para sobrevivir en un mercado muy diferente al que ha dominado durante 77 años y en el que ya no hay sitio para unos coches que han pasado a la historia por consumir ingentes cantidades de gasolina.
General Motors, que cedió a Toyota el liderazgo del mercado mundial de ventas un año antes de cumplir su centenario en 2008, basó su expansión inicial en la compra de sus principales rivales como Cadillac, Buick u Oldsmobile. No obstante, tras sentar las bases de su éxito bajo el mandato de Alfred Sloan en 1923, no fue hasta después de la II Guerra Mundial, coincidiendo con los felices cincuenta y el triunfo del modelo de Estados Unidos en la esfera internacional, cuando la compañía alcanzó su máximo esplendor de la mano de Charles E. Wilson. En un claro ejemplo de la estrecha relación que existía entre el fabricante de Detroit y el desarrollo de la primera potencia mundial, Wilson llegó a ser nombrado Secretario de Defensa por el entonces presidente, Dwight Eisenhower.
Una vez confirme su bancarrota, la cuarta más importante en la historia de Estados Unidos y la primera en el sector de las manufacturas, el futuro de General Motors pasará por el traspaso de sus activos de calidad a una nueva empresa en la que el Estado será el principal accionista con más de un 60% del capital junto con los sindicatos y acreedores, que recibirán a cambio de los 27.200 millones que les adeuda la empresa entre un 15 y un 25% de la nueva compañía.
Una apuesta arriesgada de Obama
Para ello, la Administración de Barack Obama pondrá sobre la mesa 30.100 millones de dólares (21.200 millones de euros) adicionales y ha avisado de que "no espera proveer ayuda adicional". La apuesta de Obama, que los analistas califican de arriesgada por la incógnita de si se podrá recuperar todo este dinero, supone la nacionalización del otrora mejor ejemplo del desarrollo del modelo capitalista americano pero que ha acabado sumido en las deudas víctima de una inadecuada gestión. Hasta la fecha, el Tesoro ha inyectado en el fabricante 19.400 millones de dólares (13.770 millones de euros) provenientes del dinero de los contribuyentes y cuyo reembolso es más que dudoso.
Con vistas al futuro, según informan fuentes cercanas al presidente Obama citadas por el New York Times, el Gobierno confía en poder dejar prontos las riendas de la dirección, una vez estabilizadas sus cuentas y superar el proceso de suspensión de pagos en un periodo entre los seis y 18 meses. Los cálculos de la Casa Blanca, apuntan las mismas fuentes, prevén que General Motors, una vez se desprenda de entre 12 y 20 fábricas y recorte un excedente de plantilla que se eleva hasta los 21.000 trabajadores pueda subsistir incluso con su actual cuota de mercado, que no supera el 20%. Un porcentaje mínimo si se tiene en cuenta que llegó a vender uno de cada dos coches que circulaban por las carreteras de Estados Unidos y daba empleo a más de 600.000 personas en el país.
Sin embargo, la falta de visión de sus directivos para cambiar un sistema de producción de automóviles anquilosados en el pasado y la pujante competencia de los fabricantes asiáticos han acabado por tumbar a un gigante que, aunque parecía demasiado grande para caer, ha entrado en el siglo XXI con los pies de barro.
Fuente: elpais.com
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