“Si hubiésemos perdido la guerra, habríamos sido nosotros los que nos sentaríamos en un tribunal por crímenes contra la Humanidad”
-Curtis E. LeMay, general de la USAF
Esta frase dicha al secretario de defensa norteamericano Robert McNamara por el general Curtis LeMay, quien dirigió la campaña de bombardeos terroristas contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial, ejemplifica perfectamente esa verdad que muchos conocemos: Son los vencedores los que deciden que es un crimen de guerra y que no lo es, pues la Historia la escriben los vencedores.
Stalin, Churchill y Roosevelt, tres de los mayores criminales de la Historia, hoy en día amados por todo el mundo como los “libertadores” que derrotaron al fascismo. La cuenta de cadáveres que estos individuos dejaron tras de sí, supera ampliamente a las muertes atribuidas al fascismo.
El propio general LeMay es un claro ejemplo de esta terrible lógica: cuando este hijo de herrero natural de Ohio volvió a casa tras la guerra, fue honrado como Héroe Nacional, y recibió infinidad de doctorados honoris causa de universidades por todo el país. ¿Qué hizo este individuo para ser merecedor de tal mérito? Pues ni más ni menos que ser el responsable de la muerte de más de 300.000 japoneses, mayoritariamente civiles, y de haber dejado a más de cinco millones sin hogar, en la campaña de ataques aéreos orquestada sobre Japón entre marzo de 1945 y la rendición del emperador en agosto de ese mismo año. Algunos de esos bombardeos fueron de una crueldad hasta entonces nunca vista, como el bombardeo de Tokio de la noche del 10 de marzo, donde 100.000 personas fueron brutalmente incineradas.
La traca final de esta campaña de ataques criminales tuvo lugar el 9 de agosto de 1945, cuando el bombardero Enola Gay arrojó sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica de la Historia, apodada “Fat boy”. Tres días más tarde, se repitió la operación en la ciudad portuaria de Nagasaki. Ambos bombardeos provocaron casi un cuarto de millón de víctimas (muchas de las cuales murieron días, semanas o meses después de los bombardeos, a causa del envenenamiento radioactivo) y han pasado a la Historia por ser los únicos bombardeos nucleares jamás realizados.
Estas dos ciudades, al igual que tantas otras localidades víctimas de la furia “antifascista” como Dresde, estaban desmilitarizadas en el momento de los ataques, lo que incluye mayor crueldad a los mismos. La excusa con la que obscenamente se trató de justificar esa carnicería es que, de no haberse producido los ataques, Japón jamás se habría rendido y hubiera muerto mucha más gente de forma innecesaria. Una “verdad” indiscutible que no dejan de repetir incesantemente los libros de Historia y las películas de Hollywood sobre el tema. Otra versión más creíble es que la nueva superpotencia mundial necesitaba demostrar su poder al mundo, no fuera que alguien aún no se enterase de cuál es su sitio.
Hoy se cumplen 65 años de ese genocidio, pero como de costumbre, apenas se menciona esto en la prensa. Si hoy fuera el día de conmemoración del “Holocausto”, por el contrario, ya estarían dándonos el coñazo las 24 horas, por todos los canales, con interminables “documentales” sobre lo malos que eran los nazis. Pero como siempre, hay víctimas de primera y de segunda, y no son lo mismo los hijos del Pueblo Elegido que los japoneses, alemanes, ucranianos, armenios o serbios. Es por ello que Hollywood nunca hará ninguna superproducción sobre los crímenes de los “Buenos”, pero sí que repetirá constantemente las imágenes de judíos en pijama de rayas para que todos veamos la “necesidad” que había de derrotar a los malvados fascistas, aunque para ello hubiera que masacrar a millones de inocentes. Porque esos “buenos” son los que siguen dirigiendo el mundo, no os engañéis, y los culpables de que hoy en día las cosas vayan como van. Por eso a los acomodados no les conviene que se sepa los crímenes que cometieron, pues tienen miedo a perder su posición.
65 años después del único ataque nuclear que ha habido en la Historia, el país que lo llevó a cabo sigue creyéndose con el derecho de dar lecciones de moral, decidiendo que países pueden tener armamento nuclear y cuáles no: si Irán quiere abrir centrales nucleares, es una amenaza y hay que acabar con ellos, pero Israel puede tener perfectamente 200 cabezas atómicas ocultas que no han sido ni revisadas por los inspectores de la ONU, pues para algo tienen derecho a defenderse.
65 años después de ese auténtico crimen contra la Humanidad, nadie ha sido juzgado por ello (del mismo modo que nunca se juzgará a nadie por Dresde, el Holodomor o los gulags), y el piloto que lanzó la bomba murió cómodamente en la cama sin haberse arrepentido de nada. Así pues, volvemos al inicio de nuestro texto: “son los vencedores los que deciden que es un crimen de guerra, y que no lo es”
Pero por desgracia para los mundialistas, todavía queda gente que no olvida sus crímenes. Recordad Hiroshima!