#126 Es que el fanatismo, por su propia naturaleza, nunca dará acogida al diálogo. Adscribir a todos los musulmanes al fanatismo es romper la posibilidad de diálogo.
Me supongo que apenas nadie se habrá tomado la molestia de leer el discurso que puse de Salman Rushdie, un extracto:
Recuerdo que viví en una India en la que la generación de mis padres conocía tremendamente bien la cultura del islam, el hinduismo y otras religiones, pero se sentaban por la noche y contaban chistes, satirizaban, se burlaban y refutaban algunos aspectos de la religión, y no existía la sensación de que se estuviera haciendo algo escandaloso o malvado. Era una conversación normal, cotidiana.
Cuando era joven en la India y Pakistán (porque mi familia estaba dividida a partes iguales entre la India y Pakistán), oí por la noche en muchos jardines a gente que se sentaba y se divertía con las ideas de sus culturas y su fe. Y eso no se consideraba un delito.
La idea de que eso está mal ha llegado recientemente y nos hace un flaco favor a todos. ¿Cuáles son las armas que imponen esta idea de lo que está mal? Por supuesto, las viejas armas de la blasfemia y la herejía siguen ahí. Pero hay dos nuevas armas, que son las ideas de “respeto” y “ofensa”. Cuando uso la palabra respeto, significa que me tomo a la gente en serio. Me relaciono con ellos seriamente. No significa que esté de acuerdo con todo lo que dicen. Pero ahora el término “respeto” se usa para exigir un asentimiento. “Si no estás de acuerdo conmigo, me estás faltando al respeto. Y me enfadaré mucho y puede que hasta empuñe un arma; porque eso es lo que hago cuando me faltan al respeto.”
Se está extendiendo una cultura de la “ofensa”, también en otros lugares, pero sobre todo en este país: una cultura en la que tu condición de “ofendido” te define. Quiero decir, ¿quién eres si nada te ofende? Probablemente un “liberal”. ¿Y quién querría ser eso?
En una sociedad abierta, es un hecho que la gente dirá constantemente cosas que no le gustan a otra gente. Es totalmente normal que eso ocurra, y en cualquier sociedad libre y confiada le quitas importancia y sigues. No hay forma de crear una sociedad libre donde nadie diga cosas que no le gusten a otra gente. Si la ofensa es el lugar en el que debes limitar el pensamiento, no se puede decir nada.
Tras esas ideas sobre la “ofensa” y el “respeto”, siempre está la amenaza de violencia. Siempre, la amenaza es que, si haces lo que me ofende o falta al respeto, yo usaré la violencia contra ti. Así que el verdadero asunto no es la religión, sino la violencia, y cómo deberíamos afrontar la amenaza de la violencia.
Repito: el asunto no es el desacuerdo. El asunto es la violencia, y su amenaza, que impide que las voces disidentes hablen. Eso es lo que está ocurriendo y la gente está dormida, me parece. Mayoritariamente dormida ante lo que está sucediendo, y tenéis que despertaros.
En mi novela Shalimar el payaso, un personaje le dice a otro: “La libertad no es un té de las cinco. La libertad es una guerra.”
Conservas las libertades por las que luchas; pierdes las libertades que descuidas. La libertad es algo que alguien siempre te está intentando quitar. Y, si no la defiendes, la pierdes.
Tengo la teoría de que el electorado indio es más inteligente que los políticos y conoce sus intenciones. Sí, a veces se puede incitar a la gente, como hicieron los extremistas religiosos de Jaipur. Pero ¿cuánta gente? ¿Cómo de grandes son esas turbas? ¿En qué medida son representativas? Me parece que el 95% de los musulmanes de la India no está interesado en la violencia que se comete en su nombre. Y eso también valdría para la comunidad hindú.