La autodestrucción del poderoso Califato de Córdoba.
Ciertamente las autodestrucciones son habituales en la historia de la humanidad, el ejemplo más claro siempre ha sido el Imperio Romano. Pero el caso que nos atañe hoy es si cabe más singular, del todo al nada, en cuestión de menos de un siglo. Esto fue lo que tardó el todopoderoso Califato de Córdoba en dejar a los andalusís de la Península Ibérica a espesas de los reinos cristianos, y abocados a un imprevisible Reino de Taifas. Hoy en Caminando por la Historia pretendemos acércanos a los últimos años de Califato Cordobés, para intentar comprender un poco mejor los sucesos que provocaron tan espectacular vuelco en la historia de al-Ándalus.
La muerte de Almanzor.
Era la primavera del año 1002 cuando Almanzor, que ya no era un chaval, se volvió a subir a su caballo con dirección al norte de la Península. Su cometido atacar las posiciones de uno de los rivales más cualificados entre los reinos cristianos, el de Pamplona. La capital de esta último, Nájera, volvió a ser humillada por las tropas de Almanzor, que de vuelta decidieron saquear el Monasterio de San Millán de la Cogolla. Sería en ese momento cuando el cuerpo del Chambelán del califa Hisham II dijo basta, el súbito agotamiento de Almanzor ocasionó un cambio de planes. La vuelta a Córdoba debía hacerse con el mayor apremio posible, pero no hubo tiempo material.
Almanzor
Tras la agotadora marcha, la parada en Medinaceli capital de la marca Media, se hizo imprescindible. Allí mismo reunió a sus dos únicos hijos, a Sanchuelo le encargó la dirección de los ejércitos califales, a su hijo mayor al-Malik la tarea más difícil. Ya que, sin olvidarse de controlar a su desastroso hermano, debía volver con la mayor presura a Córdoba, el peligro de que cualquier impostor le usurpara el puesto estaba muy presente. A su llegada a Córdoba debía dirigirse directamente al califa Hisham II, ofrecerle sus servicios como había hecho su padre y coger las riendas del Califato.
Tras las precisas órdenes a sus hijos se hizo el silencio y posiblemente en sus últimos suspiros, Almanzor se puso analizar los errores cometidos, a sabiendas que ya nada volvería a ser igual. Su vida se apagaba a la misma vez que dejaba al Califato Cordobés tocado de muerte.
Anular por completo al Califa no había sido una sabia decisión. El príncipe de los creyentes, el mismísimo sucesor de Mahoma en la tierra, había sido reducido a un mero comparsa del juego político y religioso del Califato de Córdoba. Seguro que Almanzor imaginó que ni cordobeses y resto de andalusís le perdonarían tal afrenta, en definitiva, a sus oídos le seguía llegando el gran cariño que el pueblo de Córdoba atesoraba al Califa Hisham II.
Tampoco fue buena idea cambiar el signo de la rica aristocracia cordobesa. Esta, con los antecesores de Hisham II estuvo compuesta por los descendientes de los omeyas, ricos comerciantes, que dedicaron parte de sus grandes recursos a cultivar la literatura o las ciencias, y que durante el mandato de Almanzor fueron apartados de los puestos relevantes del Califato, a ello debemos sumar, que muchos fueron arruinados llevando la pobreza a las calles de las ciudades de al-Ándalus. Los nuevos dirigentes del Califato eran los generales del ejercito de Almanzor, llegados del norte de África o del este de Europa, hombres sin escrúpulos acostumbrados a batirse con abasíes, bizantinos o fatimíes. Gente enriquecida por el dictador amirí, pero que no contaba con el más mínimo asomo de aprecio por parte de los cordobeses.
El califato de Córdoba bajo los designios de al-Malik.
El 9 de agosto de dicho año 1002 la muerte sobrevino a Almanzor. Tras enterrar a su padre, al-Malik partió de inmediato hacia la ciudad del Guadalquivir. Al llegar la revuelta predicha por Almanzor ya había comenzado, el pueblo había tomado la calle y Córdoba estaba sumida en el más completo caos. Por suerte para las generaciones posteriores dos jovencísimos hijos de sendos funcionarios del propio Almanzor estaban allí para contarlo, de tal forma, que Ibn Hayyan e Ibn Hazm se convertirán en los cronistas de los turbulentos años que siguieron a la muerte de Almanzor.
Recreación de la ciudad de Córdoba durante el califato, en primer termino el Puente Romano
Podemos pensar, que uno de los aspectos que más llamó la atención de dichos cronistas fue la actitud del Califa Hisham: en plena revuelta y con todo Córdoba pidiendo el fin de la Dinastía Amirí para dejar el Califato en manos de su verdadero Califa, este recibió la visita de al-Malik que seguidamente lo ratificó su cargo. De tal forma que las revueltas comenzaron a perder intensidad, parecía estar claro que Hisham II no era la solución que el pueblo de Córdoba necesitaba, sin duda estaba haciendo números para pasar a la historia como un conformista e incluso gandul.
El mandato de al-Malik siguió las líneas generales marcadas por su padre. Los cronistas no lo consideran un mal gobernante, aunque nunca contara con la determinación de su padre. Durante el mismo no faltaron las tradicionales razias contra los cristianos, pero sin la contundencia de las protagonizadas por Almanzor. Qué lejos quedaron las grandes victorias de este arrasando Santiago de Compostela, Barcelona o Pamplona. Los motivos parecen ser la falta de salud del nuevo Chambelán, algo que le persiguió el resto de sus días, murió con solo 33 años mientras preparaba una nueva aceifa en el otoño del año 1008. Dicha muerte ha sido motivo de controversia entre los historiadores, con un debate que gira en torno a la falta de salud, o bien un envenenamiento de sus colaboradores más cercanos.
Abderramán Sanchuelo, un nieto de cristianos al frente del Califato.
El segundo de los hijos de Almanzor era nieto de los reyes de Pamplona, Sancho Garcés II y Urraca Fernández. Si al-Malik era un enfermo, su hermano menor por parte de padre fue retratado por los cronistas andalusís como un borracho, promiscuo y lacerantemente ateo, por lo que, según las peores lenguas tenía incluso más cosas en común con el Califa que su antecesor en el cargo de Chambelán. Con dicho panorama no es de extrañar los sucesos que vinieron a continuación; Sanchuelo se dirigió al Califa para pedirle que le nombrara su sucesor, tal osadía ni siquiera se le había pasado por la cabeza a su padre Almanzor. Pues bien, Hisham II accede a sus peticiones, por lo que al-Ándalus estaba presta a quedar en manos de este personaje de forma definitiva, el príncipe de los creyentes y sucesor de Mahoma sería en un futuro cercano un miserable ateo.
Recreación del harén de Almanzor.
Sanchuelo, antes incluso de que llegará la primavera de 1009, y con la designación como futuro califa bajo el brazo, parte a una de las tradicionales aceifas contra los cristianos. Nada más partir, el complot contra él se puso en marcha. Tres personajes serán los encargados de llevarlo a cabo: el ideólogo del mismo fue el alfaquí Ibn Yahya, cabe recordar que los alfaquís eran los encargados de mantener la tradición musulmana. En segundo término, la operación contó con el patrocinio económico de la madre de al-Malik, que seguía culpando a Sanchuelo de la muerte de su hijo. Destacar por último que el beneficiado sería un biznieto de Abderramán III, su nombre al-Chabbar, que pasaría a convertirse en califa bajo el nombre de al-Madhi.
Al-Madhi contó con los 30 mejores soldados disponibles para el asalto al Califa, 400 más estarían en la retaguardia para la protección de los primeros, no parece que hiciera falta. El pueblo de Córdoba se echó de nuevo a la calle, locos por quitarse del medio al Califa y a todo resto de la familia de Almanzor. En primer lugar, se dirigieron al Alcázar donde Hisham II no opuso ninguna resistencia, una muestra más de su conformismo o cobardía. Podemos pensar que en un abrir y cerrar de ojos, los papales que convertían en Califa a al-Madhi estaban preparados y firmados.
Acto seguido la turba se dirigió al Palacio Palatino que construyó Almanzor. Medina Alzahira guardaba los últimos reductos afines a Sanchuelo, aunque poco pudieron hacer ante lo que se les venía encima. Los cordobeses cegados por la venganza o bien para llevarse a casa los preciados tesoros de la Dinastía Amirí, arrancaron de las pareces hasta la última onza de oro. Luego derribaron los muros y prendieron fuego al Palacio, hoy día 1.000 años después se sigue buscado su ubicación, con gran probabilidad al este de Córdoba y cerca del Guadalquivir.
Las noticias sobre los sucesos en Córdoba llegaron rápidamente a donde se hallaba Sanchuelo, que veía como uno tras otro sus hombres se montaban a caballo para huir en cualquier dirección. Solo el conde castellano Gómez permaneció a su lado, con la firme convicción de poderle salvarle la vida dentro de su fortaleza. Pero Sanchuelo demostró a partes iguales tozudez y valentía, pensaba que sus hombres fieles en la capital califal no le iban a fallar, así que partió con la escasa compañía del Conde Gómez, más su fiel cuerpo de guardia y su harén particular rumbo a Córdoba. De llegar, llegó, además en dos caballos en uno su cuerpo y en el otro su cabeza.
Hasta 10 califas en 23 años, la agonía del Califato.
El día siguiente de ver muerto al último descendiente de Almanzor los cordobeses se levantaron con la ilusión renovada, aunque posiblemente fue su último suspiro de alegría. El pueblo pronto se dio cuenta del error cometido, había expulsado a un vago, para poner a un borracho y estúpido al frente del gran Califato de Córdoba.
A los dos meses de convertirse en Califa ya había dado muestras de ambos adjetivos, debido a que uno de sus primeros errores fue despedir a cerca de 7.000 hombres afines al motín, bajo la excusa de la bancarrota califal. Todo ello mientras la música salía del Alcázar, día sí, día también, como muestra inequívoca de las suntuosas fiestas que el nuevo Califa celebraba para su reconocimiento personal. Pero peor fue la decisión que tomó sobre el futuro de los colectivos más afines a la Dinastía Amirí; apartó a los eslavos de todos los puestos relevantes de la administración y del ejército, mientras a los bereberes les prohibía desde montar a caballo, el uso de armas, o incluso la entrada en el Alcázar.
El pueblo de Córdoba comenzó a reclamar la vuelta de Hisham II, pero en otro acto de estupidez del nuevo Califa, hizo correr la voz de que estaba muerto, a pesar de tenerlo retenido en uno de las mazmorras de su residencia oficial. Todos estos actos enardecieron al pueblo de Córdoba, que encima tuvo que sufrir varios asedios a la capital califal por las tropas bereberes dispuestas a recuperar sus derechos en el Califato. En uno de los actos más sonados de la historia, rodearon durante tres días Medina Azahara, la célebre residencia palatina construida unas décadas antes por Abderramán III. Finalmente corrió, a manos de los bereberes, la misma suerte que unos meses antes la ciudad Palatina de Almanzor.
Medina Azahara
La gran capital califal se quedaba sin sus dos grandes emblemas del poder y sumida en una anarquía total, hasta 23 califas incluyendo al propio al-Madhi, o la vuelta de Hisham II. Todos ellos durante el periodo que la historiografía asigna a la agonía del Califato de Córdoba hasta 1031. Tras esa fecha la gran Córdoba creada por los omeyas se convertirá en la capital de la Taifa del mismo nombre, su virtud como potencia militar y económica acabará por los suelos, conquistada por Sevilla, Toledo y finalmente los almorávides del norte de África. Afortunadamente los mimbres sociales y culturales que penetraron durante los mandatos de Abderramán III o su hijo Al-Hakam II, dieron su fruto en algunos de los más destacados eruditos del mundo islámico, como Averroes y Maimónides.
Más info:
Los Califas de Córdoba, Francisco Bueno García, Ed. Arguval, 2015.
https://caminandoporlahistoria.com/autodestruccion-del-poderoso-califato-de-cordoba/
El 30 de Noviembre del 1031 muere Hisham III, el último descendiente de los califas omeyas de Córdoba, desapareciendo de iure (pues de facto hacía tiempo) el Califato de Córdoba y el más importante reino musulmán de la historia de España. Curiosa la forma en la que implosionó sin necesidad de ataques exteriores, solo mediante política, autoritarismo y lucha de poder. Tras su caída y la llegada de los Reinos de Taifa, la mayor amenaza para los reinos cristianos del norte desaparece dejándoles vía libre para continuar con el proceso de expansión hacia el Sur.