Los refugiados sólo son un medio más para atentar. Muchos de los que han atentado nacieron en Europa. Esto es un problema de adaptación, de choque cultural. El remedio que se ha dado en Europa a estos inadaptados ha sido el darles dinero para que se callaran y no protestaran. Esto sólo ha servido para que se encerraran en sus guetos y se radicalizaran, y ahora pagamos las consecuencias.
Cuando aportaban ese aire exótico con sus barbas y atuendos típicos nadie se quejaba, eran cuatro y el de la guitarra. Ahora son bastantes más y es mucho más fácil que se radicalicen a través de internet. Es normal que la gente acuda a la religión en tiempos de crisis y los musulmanes aparentemente laicos se han dado a ella. Nuestra sociedad de consumo los ha dejado tan vacíos como nosotros, pero ellos tienen algo más violento que nosotros a lo que recurrir. (Y sí, hablo en términos de ellos y nosotros, porque le duela a quien le duela es así. Los valores occidentales no vienen con el DNI o el título de la ESO).
Toca empezar a pensar qué tipo de Europa queremos tener. La Europa de los progres de salón que creen que echando unas dádivas van a calmar a las minorías y a integrarlas mejor; o la Europa de los xenófobos que en nombre la seguridad saltan por los aires la convivencia. A esto se ha reducido la política continental gracias a la polarización en la que vivimos. Cualquier líder que quiera aplicar mano dura será visto como un nazi por los de un bando y un blando por los del otro.
Se avecina un año movido con las elecciones en Alemania y Francia y habrá que ver si los partidos del centro del espectro político deciden optar por que les tachen de fascistas o de progres cómplices de los terroristas.