Hace bastantes años vimos como un policía local, de uniforme, le vendía chocolate a unos chiquillos de 10-12 años.
Nosotros (17-19), que andabamos fumaillos y nos creíamos hombres, nos fuimos para el policía y lo corrimos del barrio a cogotazos. Obviamente, el muy pringao, además de goldo, no se atrevió a decir esta boca es mía. Eramos seis.
Ni soy ni fui maloteh, pero ni ese y ni un par de pederastillas de poca monta se atrevieron a volver al parque donde parábamos.