Viernes noche. Tú y tus amigos en un pub, tomando algo, charlando. Lo normal. Tu novia llega tarde. ¿Dónde estará?, te preguntas. Pasa un rato. Y ahí entra ella. Preciosa, como siempre. Pero algo le pasa. ¿Qué te pasa, nena?, le pregunto. Me dice que nada, pero se nota que está rara. Se va al servicio sin decir nada y nos quedamos todos mirándola. Vuelve, se sienta y entonces explota. Está llorando. ¿Qué cojones te pasa, chica? Me cuenta que viniendo para el pub un grupo de ocho tíos la han arrinconado y han empezado a decirle cosas. Ella usa gafas. Los atacantes, en todo un alarde de originalidad, le han dicho gafotas. Ella no recuerda mucho, pues el miedo en ese momento es más fuerte. Un miedo a que ocho pavos puedan hacer algo que no debían. Se meten con ella, con los insultos propios de un crío de guardería y al final la dejan marchar. “Si no tuvieras gafas te entraba”. A lo que ella contesta: “y si tú tuvieras cerebro…”.
Llora por la impotencia de un grupo grande y el ver que poco podía hacer físicamente ante tíos hechos y derechos, y a mí se me encoge el corazón. Si hubiera estado a su lado no se habrían atrevido a decirle ni mu. Los muy hijos de puta. Le digo que si los vemos por la calle me lo diga. No soy una persona violenta, para nada. Sólo me he peleado una vez en mi vida y cuando tenía unos doce años. Desde entonces no ha vuelto a haber ocasión de pelea. Ni ganas. Soy una persona que usa la lengua y el diálogo como arma.
Salimos del local y veo a un grupo considerable de tíos. La miro a ella y noto que se hace la loca. Le pregunto si son ellos. Mira esquiva a otro lado. ¿Son ellos? Me dice que sí, que un pavo con cazadora es el que más cosas le ha dicho, pero que nos vayamos, que no me meta. Y unos cojones. Hay que tener algo de sangre en las venas de vez en cuando. Me doy la vuelta y educadamente le pregunto que si le ha dicho algo a ella. Me mira el tío y rápidamente noto como la reconoce, mira para abajo y me dice que no. Mi chica, que tampoco se calla, le dice que sí, que has sido tú. El chaval vuelve a negar que él no ha hecho nada. Y no es un chaval. El grupo rozará los 25 años por barba. Maduros ya. Le pregunto, ahora más cabreado, que si es ahora cuando no ha dicho nada. Que me diga algo a mí, que también tengo gafas. Se calla y me dice que ella se habrá confundido. Mi novia no se ha confundido. Los muy cobardes se han callado como putas al verme. Quizás sea porque le sacaba dos espaldas. Los cobardes me miran y siguen negándolo. Uno de ellos me dice que me vaya ya. El pavo sigue mirando a otro lado sin narices, por lo menos, a reconocer delante de mí que se ha metido con mi novia. Le digo que lo gracioso es que cuando ella estaba sola sí que le ha dicho algo, pero que conmigo delante no. Me río. Mis amigos me dicen que lo deje ya. Me doy la vuelta y todas las putas calladas empiezan a murmurar. Cojones tienen cuando el tío de metro 85 se va. Valientes cobardes.
Esto, señores, es lo que los chulos de gimnasio, lo que la fuerza unida de un grupo de cobardes demuestra. ¿Hombres? ¿Estos son hombres? ¿En qué mierda de sociedad vivimos?
Tenía que contarlo, porque estoy harto de ver situaciones similares. Si hubieran sido críos, pues mira, qué le vamos a hacer. Pero eran tíos ya crecidos.
Abusones… cambiad el chip.
Y no he venido a contarlo ni para decir que tengo novia, ni para demostrar que hice nada. Sólo para destacar la cobardía de gente que con el débil muerde, pero que con el que le echa algo de cojones se achantan.
¿Habéis tenido alguna experiencia similar?