Vaya timo. El mar negro es azul, eso sí, oscurecido por el verde que añade la gran cantidad de fitoplancton que hay en él. El Chornomorsky surcaba el mar AZUL a eso de las 23:00 GMT, y había partido hacía 2 horas del puerto de Chersonesos, en dirección a Georgia. El barco se quedaría allí, pero el destino de la mercancía era cruzar la frontera con Chechenia. Era mercancía delicada, pero al menos ya no caería en manos de Basayev.
Éramos un ruso, un ucraniano y un español. Faltaban un inglés y un francés para poder contar un chiste. Nuestra unión data de ciertos acontecimientos en Varsovia y Kiev que no es momento de relatar. Todo a su debido tiempo.
Dmitri es el ucraniano, 37 años. Se sentía estafado. Se alistó en el ejército rojo para que poco después lo desmantelaran y, rota la relación gubernamental con Moscú, le dieron la patada en el culo. Además el idiota se siente ruso, y cada vez que tiene que sacar el pasaporte se altera por esa razón, blasfemando en un perfectísimo ruso con cierto acento moscovita, lo que ha estado a punto de traernos problemas en más de una ocasión. Era esa vergüenza de su país y las ganas de bronca reprimidas tras apenas haber pisado el cuartel lo que lo habían llevado a allí, a ese barco.
Pavel, de la cantera de maleantes y pícaros de San Petersburgo, 21 primaveras. Tiene un gran futuro. Delgadito, inteligente, con una tremenda cara de idiota. Si Dmitri es el hombre de acción y yo el cerebro, Pavel es el típico timador caradura que saca de ti lo que quiere mientras tú te crees que te ríes de él. Es capaz de convencer a un águila de que no necesita sus plumas, de convertir un choque fortuito en una sustracción de documentos, y sobre todo, de parecer completamente estúpido cuando es cazado y aprovechar el falso patetismo para cambiar las tornas de la situación.
Como os podéis imaginar, las noches sin luna en medio del mar negro son ciertamente oscuras, y estar en medio de ninguna parte es bastante solitario. Entre que la escasa tripulación era ucraniana y chapurreaba torpemente el ruso, y las reticencias lingüísticas de Dmitri respecto al ucraniano, estábamos obligados a pasar el tiempo usando el omnipresente inglés entre nosotros 3. No era la lengua que más dominara ninguno de nosotros, pero sí la única en la que nos podíamos comunicar a la vez.
Digo que hablábamos en inglés, pero eso se limitaba a decir straight, bet, call... mientras nos tirábamos cartas de una baraja francesa que parecía haber visto nacer a Churchill, situados en una pequeña mesa, entre los tanques de Kolokol-1 y los de Novichok, y bajo la luz de una bombilla filtrada por desproporcionadas cantidades de cinta para moscas.
Por eso, entre tanto bidón de agente nervioso, surgió la conversación.
D: ¿En vuestra casa cómo llaman a los botes de insecticida?
P: Pues, en la mía... флусфлус.
A: Qué curioso, en la mía flis.
Por eso os pregunto, ¿cómo llamáis al insecticida en vuestras casas?