Era una mañana como otra cualquiera dedicada al trabajo fin de carrera. Mientras trabajaba recordé que me encontré con un colega la noche anterior, así que fui a contárselo al amigo que tenemos en común (llamémoslo Fran a partir de ahora). Tras mandarle el mensaje me quedé viendo su foto de perfil. Era una de estas imágenes místicas con patrones de colores que dejaban ver la conexión del ser humano –o más bien de la mente- con el mundo. Nada más verla le dije algo así como “hey tío qué psicodélico has probado jaja”, a lo que me responde “jajaja que rápido te has dado cuenta del psicodélico. He probado el más fuerte que existe, El DMT. Una LOCURA”. Le pedí que me contara la experiencia y solo me dijo “Te puedo llamar?”. Después de un rato de conversación, y visto que no podría avanzar mucho más en el trabajo como me siguiera contando, le dije de quedar a tomar una cerveza por la zona.
Y así fue. Por la tarde fuimos a un bar y nos pusimos un poco al día: la familia, la novia, la carrera… lo típico. Hasta que me dijo algo así como bueno, vamos a ponernos serios, y empezó a contarme sus experiencias con la molécula. Hacía ya unos 3 meses que la había probado junto a un chamán de la provincia, tiempo durante el que había estado tomándola esporádicamente ya por su cuenta. A menudo, mientras trataba de retratarme cómo era esta experiencia, acababa atascado entre palabras para soltar un derrotado “pfff”. No podía ser explicado en lenguaje común, tenía que ser vivido. Me negué rotundamente cuando me invitó al piso de su amigo para tomarla, pues no estaba mentalmente preparado. Y sin embargo, conforme la conversación llegaba a un nivel más y más profundo, me di cuenta de que lamentaría si esa sustancia que había llegado hasta mí sin casi llamarla se iba sin contarme lo que sea que tuviera que decirme.
Total, que cogimos y nos fuimos al piso del colega que estaba relativamente cerca y nos lo encontramos en el salón. Mi amigo le contó el plan y se apuntó a un quitamiedo, que es algo así como una dosis baja para relajarte. Al parecer nada serio. Dicho esto comenzaron a decorar el salón. Estaba todo bastante preparado, de otras veces supuse, pues incluso en el techo ya estaba enroscada una bombilla de luz ultravioleta. “Conoces esto?” me dijo mostrándome un cuenco tibetano de estos de metal que das un golpe con una pequeña maza y tienes que girar alrededor hasta conseguir una frecuencia vibrante. Tenía un sonido.. cuanto menos extraño, como si prestases atención a una sola frecuencia. Tras colgar una sábana blanca y un par de posters de signos budistas nos pusimos a ello.
El primero sería el anfitrión. Apagamos las luces para dejar ese ultravioleta que resaltaba todo blanco que hubiera en la habitación y empezó a sonar del portátil una música ambiente de estas para entrar en trance. El chico cogió el bong, fumó, lo dejó en la mesa y Fran lo cogió para darle otra calada. Yo, que no me enteré muy bien, cogí el bong para darle mi calada. Sabía que algo debía fallar porque no sentía nada, si acaso una pequeña vibración visual, pero nada que no pudiera haber sido ocasionado por la sugestión. Después me enteré de que las dosis son individuales, solo que Fran la cogió porque a veces se quedan rastros. Mi turno era el siguiente.
12mg. Esa era mi primera dosis. Fran trató de tranquilizarme haciendo que me sintiera lo más cómodo posible, explicándome cómo debía fumar y qué debía hacer en caso de que lo estuviera pasando no demasiado bien. Total, que me decido y le doy una profunda calada. Instantáneamente después dejar el bong me doy cuenta de que la luz ha cambiado, o más bien toda la habitación. Miro la embriagadora lámpara violeta y quedo prendado. Entonces recordé cómo Fran me había estado contando antes que él prefería tener los ojos cerrados para tener pensamientos profundos, así que me digo “venga, vamos a probarlo”. Es entonces cuando se vuelve todo más intenso: un sinfín de patrones de colores se van creando y deconstruyendo a medida que avanzo por un túnel sin fin. A veces hacia adelante, a veces hacia la derecha, pero el caso es que era todo muy frenético, sin pausa ninguna. A medida que iba avanzando me doy cuenta de que todas estas formas que estoy viendo tienen significado. Son símbolos, me digo a mí mismo. Y no solo eran símbolos, sino que eran mis símbolos. De alguna manera, después de percatarme de que sabía todas las respuestas para avanzar casi instantáneamente, sentí que estaba jugando al rompecabezas de mi propio Yo. Es entonces cuando estos patrones comienzan a reírse, literalmente, de mí. Percibo así que, estas reglas del juego que parecían tener cierta lógica interna, tienen también inteligencia: son un solo ser.
Yo sigo jugando y jugando a la vez que me comunico con esta entidad, y me doy cuenta de que cuando se ríe de mí o se pone agresivo por no ser lo suficientemente fuerte como para avanzar es precisamente para incitarme a dar más de mí mismo. Sí, me incitaba a seguir, y estaba surtiendo efecto. Me mantengo un poco en esta incesante lluvia de imágenes que pasan irrefrenablemente por mi mente y abro los ojos. El viaje había acabado, pero la habitación seguía sin ser la de antes. Ni volverá a serlo.
Una vez abro los ojos hablamos un poco sobre la experiencia, aunque me cuesta arrancar porque no encuentro palabras. El DMT es bien conocido por no dejar un rastro claro en la memoria, así que van aflorando imágenes conforme hablamos y nos hacemos preguntas. Fran y su amigo me dicen que todavía podía llegar mucho más lejos (yo también lo había sentido) así que voy a por mi segunda dosis: 17mg.
Fumo esta segunda vez, pero mi inexperiencia con los bong hace que no lo haga correctamente, por lo que consigo un viaje incluso inferior al anterior, aunque profundo a su manera. “Pero has sentido cómo estabas en esta habitación y en otra parte a la vez?” me dice el amigo de Fran. Tenía que ir a por la tercera para cruzar la barrera.
22mg. Esta vez sí, sabía cómo fumar y sabía a lo que me enfrentaba, aunque después poco tuviera que ver con las experiencias anteriores. Tan pronto como inhalo el humo de la pipa miro hacia los posters que tengo en frente y todo comienza a agitarse estrepitosamente, como si estuviese a punto de ser lanzado en un cohete espacial. Los colores se intensifican y veo el reflejo de Fran descompuesto en canales de energía de 3 colores distintos. Mi visión se divide en rojo, verde y amarillo, y el poster que había estado mirando hace un segundo se descompone en líneas, como si cogiese los píxeles verticales de una imagen, transformándose en una cara de líneas rojas que me mira directamente a los ojos. Es entonces cuando miro de nuevo a la luz violeta, y cierro los ojos. La sensación era muy parecida a la de la primera dosis, aunque intensificado de tal manera que el simple hecho de pensar en resistirme al viaje hacía que la entidad me empujara con tanta fuerza que resultara imposible, o al menos tremendamente incómodo. Lo mejor era dejarse llevar, y así hice. Jugué de nuevo al juego de las puertas contra este ser que me dejaba pasar tan lejos como demostrase que lo merecía. Durante el camino pensé en cuántas veces había fumado ya “una, tres... ¿dos?”. Estaba totalmente desorientado. Mi relación con la realidad de la habitación se estaba esfumando por momentos, y Fran parecía estar al otro lado de una pared totalmente transparente e inquebrantable. Tan cerca y a la vez tan lejos.
Pensé también en los psicodélicos (solo tengo experiencia con las trufas) y las vi como si fueran herramientas para expandir nuestra percepción del mundo, visualmente representado en mi mente como una bola transparente alrededor del cuerpo. Pero esto no era nada parecido a las trufas. Si las trufas eran para jugar al juego, el DMT era la contraseña para acceder al sistema del juego, al código, para salir de la ilusión de lo que llamamos realidad. Percibí entonces a esta entidad como el antivirus de este sistema, como si controlase por dónde iba o dejaba de ir.
Millones de pensamientos alcanzan mi mente, pero uno se hace un hueco considerable. Se me muestra el mundo como la nada y el todo a la vez, como si donde acabase el uno comenzase el otro. Yo era el mundo entero y a la vez estaba dentro de él. Supongo que de aquí viene el símbolo del Ying y el Yang. El blanco que existe porque hay negro, el interior que no es nada sin el exterior, la nada y el todo, el infinito... Me hago preguntas como “todo esto es real? Me estarán tomando el pelo?” a lo que la entidad me responde con enfado, como si estas suposiciones le ofendieran, y me castiga. No tengo más remedio que ver. Me sigo haciendo preguntas a las que sigue enfadándose hasta que pienso “estaré desconfiando?”. La entidad me premia entre risas como si acabara de ganar el premio gordo de la máquina tragaperras. Entonces lo veo claro: mis incesantes preguntas sobre cómo, cuánto y cuándo se toma el DMT me hacen ver que no estaba dejándome llevar tanto como pensaba. Ya me dijo Fran al principio “Solo tienes que confiar en mí”, y eso era lo que debía hacer. En algún momento me viene a la mente mi novia, su cuerpo, y con ella el pensamiento sobre la sexualidad. Pero no como cuerpo o forma, sino como concepto. Entro en una especie de éxtasis que poco se parece a cualquier otra cosa que haya experimentado (ni si quiera me parece algo placentero, sino más bien lascivo), y comienzo a jadear fuertemente. Es entonces cuando Fran me toca la pierna, devolviendo a mi mente el recuerdo de que todavía estoy en la habitación, lo cual me tranquiliza y me inquieta a partes iguales. Poco a poco voy asimilando que estoy en dos lugares a la vez, hasta que el viaje comienza a bajar y consigo abrir los ojos. Tal como me preguntan respondo que todo bien, aunque realmente no sé qué mierda acaba de pasar. “Cuánto he estado fuera? ¡¿14minutos?!”
Sí, toda esta paja mental en menos de un cuarto de hora. De hecho no me sorprendió demasiado, pues perdí el contacto con esta realidad hasta tal punto que ni recordaba seguir en la habitación, viajando por un lugar en el que el tiempo no parece una dimensión física. Cuando despierto les digo que quién ha tocado el instrumento zen ese, y me dicen que nadie, pero que es normal, que todos lo escuchan en sus viajes.
Soy consciente mientras escribo de lo loco que suena todo esto jajajja bastante difícil está siendo asimilar la experiencia, pero no me queda más remedio que aceptar esta realidad, la cual, lejos de responder preguntas latentes, me ha creado más y más preguntas. Desde entonces siento la cabeza más ligera, como si mi percepción se hubiera expandido a mí alrededor más allá de mi piel, notando un ligero cosquilleo agradable y constante en la coronilla. Resulta imposible recordar todo lo que ocurrió durante el viaje. Algunas cosas se me han ido viniendo a la memoria mientras escribía estas palabras, y tantas otras de las que hablamos esa noche ya las he olvidado, aunque parece claro que volverán tan pronto como algo me las recuerde.
Resumiendo, ha sido una experiencia que me ha hecho replantearme qué mierda es esto que llamamos realidad, qué es la conciencia, hasta dónde podemos llegar o qué cojones somos ¿somos energía? ¿podemos comunicarnos sin contacto físico?
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