Como soy estudiante aún, cada vez que llegan las vacaciones de Navidad o de verano, tengo que sobrellevar una adaptación a un mundo completamente distinto: marchar de la ciudad al pueblo.
Mucho tiene el pueblo de bueno (se supone): sobre todo naturaleza y silencio. Sin embargo, también hay cosas malas. Por ejemplo, la imposibilidad de realizar ninguna actividad cultural, ni siquiera poder ir a la biblioteca, porque en mi pueblo hasta eso está cerrado. Lo único que sigue siempre funcionando son las misas. A veces echo de menos volver, pero cuando llevo unos cuantos días aquí siento que esto y un lugar desierto es muy parecido.
Estoy deseando marchar a un lugar mejor.