El Gobierno de EEUU ha decidido derribar el satélite espía 'L-21' que se encuentra fuera de control y podría caer sobre la Tierra tras reentrar en la atmósfera a principios de marzo. Según informó ayer un portavoz del Pentágono, se espera que la operación de derribo se realice desde un buque de la Marina que disparará un misil especialmente diseñado para esta misión. De momento, se desconocen más detalles sobre el momento exacto y el lugar desde el que se realizará la operación.
El Pentágono no ha explicado si el derribo se realizará por motivos de seguridad, para evitar posibles daños debido a la caída del satélite sobre la Tierra, o para impedir que los datos que contiene el aparato -recopiladas en misiones de espionaje- puedan conocerse.
El satélite en cuestión tiene aproximadamente el tamaño de un pequeño autobús, y su potencial impacto si cayera sobre la Tierra sería 10 veces menos del que se podría producir por ejemplo con un transbordador.
Según informaron fuentes gubernamentales cuando se supo que el satélite se encontraba fuera de control el pasado mes de enero, el satélite se utilizaba para captar imágenes de países conflictivos y asentamientos de grupos terroristas, incluyendo arsenales nucleares o campos de entrenamiento militar.
Gordon Johndroe, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, indicó entonces a los periodistas que el satélite se desintegrará y que si los trozos logran resistir el intenso calor del reingreso en la atmósfera, la mayor parte se precipitará en los océanos.
Bryan Whitman recordó también hace un mes que desde hace 50 años han reingresado en la atmósfera terrestre alrededor de 17.000 objetos creados por el hombre y que ninguno ha causado problemas graves.
Ocasionalmente han logrado pasar la atmósfera los restos de naves mucho más grandes, como el tanque de combustible de un cohete Delta II de 255 kilogramos que cayó en 1997 en una granja de Texas en 1997.
El 'L-21' es mucho más pequeño y probablemente se desintegrará totalmente en su colisión molecular con la atmósfera, según los científicos.
Fuentes militares señalaron que el satélite fue puesto en órbita desde la base Vandenberg de la Fuerza Aérea en 2006. La preocupación mayor por la suerte que corran los restos del satélite reside en el hecho de que nunca funcionó y que todavía lleva combustible de cohetes potencialmente tóxicos.
Podría haber algún peligro en el caso de que ese combustible no haga explosión al chocar con la atmósfera, señalaron los científicos.
Los satélites espía se maniobran en el espacio a órbitas bajas para cumplir con las necesidades de la vigilancia militar, y precisan de un combustible altamente tóxico como la hidrazina, de acuerdo con los expertos.
Estados Unidos posee una gruesa red de satélites que observan la Tierra, entre ellos radares y telescopios de gran potencia.