Hace algunos años tuve en brazos a una de las momias extraterrestres de Nasca. Es parte de los privilegios inútiles de este oficio en que no se gana, se goza. Era fría y áspera al tacto, tiesa como un adobe. Pesaba lo que pesa un pollo a la brasa estándar, sin papas.
Acuné como un bebé a aquella demostración palpable de que creer en ovnis es para valientes. Requiere coraje, y sólida autoestima, depositar credulidad en terrenos plagados de embustes e improbabilidades. Aquella momia hecha de yeso y de huesos mamíferos variados, incipientemente moldeados por arte modesto, era notoriamente falsa. Un engaño burdo e infantil, pero intrigante. ¿Quién se toma la molestia de falsear una prueba cósmica? La respuesta estaba en la demanda: se reclamaba una cuota, bastante endeble teniendo en cuenta que se trataba de evidencia de otros mundos, a cambio de la falsa primicia. Algo equivalente a 35 kilos de limones al cambio de hoy. Para algunos, los periodistas tenemos cara de cojudos.
La momia falaz no había llegado sola. Dentro de la mochila que portaba su poseedor venía acompañada de un camposanto de restos artificiales: manos de tres de dedos, cráneos del tamaño de una papaya menor que me recordaron a Frida. El mensajero de este falso mensaje decía llamarse Paul, aunque para efectos de sus indagaciones interplanetarias iba bajo el seudónimo de Krawix. Como el músico Lenny Kravitz, pero como si fuera cereal.
Krawix había llegado al diario buscando a Ricardo León, un periodista serio. Ricardo es un profesional notable que apenas tiene un problema menor, literalmente pasajero: maneja una moto Royal Enfield cuando lo que debería manejar es una Triumph. Salvo ese detalle, León, buen amigo y mejor persona, comparte con el que esto escribe una extraña capacidad para atraer personajes de agendas extracurriculares. Apenas escuchó a este sujeto decir que llevaba cadáveres extraterrestres en su mochila le dijo: ‘usted tiene que hablar con Bedoya’. Siempre listo, cómo negarlo.
Según Paul o Krawix, nombres tan falsos como las momias, médicos anónimos de la Morgue General de Lima le habían asegurado que esa momia “alguna vez latió, comió y defecó”, confirmando la sospecha que había cráneo de perro detrás de ese despojo de Ganímedes. Mi querida frenchie Frida cumple con esa trilogía a la vez que duerme 14 horas al día. El buen Paul o Krawix se retiró de la redacción con sus momias artesanales amontonadas en la mochila. Es el contenido normal de la gente que pasea con mochilas por Lima.
La trama se complicó. Al mes y medio de esta visita se apareció por la redacción un colega portando un USB prometedor: en él decía contener las evidencias de la legitimidad de las momias extraterrestres de Nasca. La historia era la misma de Paul, alias Krawix: un huaquero las había desenterrado cual tesoro. Con un agregado extranjero: un francés especulador había pagado US$30,000 por los cadáveres del espacio. La primicia del hallazgo ya estaba comprometida con el portal esotérico Gaia, miel para reencarnados y afines que ven auras hasta en los muebles. Las momias tenían dueño extranjero. Pero, claro, se podría arreglar algo para la prensa local. El emprendedurismo peruano nunca descansa.
Hasta que habló la ciencia. Un investigador de la División de Antropología del American Museum of National History desmanteló el armatoste: las manos extraterrestres provenían de una momia a la que le habían roto dedos de los pies y de las manos para configurar restos fantásticos. Los cráneos eran de mamíferos modernos. El esqueleto de la pequeña momia estaba construido con huesos varios, sin articulaciones ni médula. Eran proyectos escolares en tono necrofílico.
Paul, ahora militantemente como Krawix, procedió a denunciar el fraude en su canal de YouTube, señalando al oportunista francés como el incitador de esta bola de nieve que parecía derretirse.
Y ahí quedó todo entonces.
Hasta que cinco años después, septiembre de 2023, el caricaturesco ufólogo Jaime Maussan – personaje que reúne las virtudes morales de Sixto Paz y Richard Swing en una sola corporeidad – vuelve a presentar las mismas momias, pero ahora en el Congreso de la República de México. Estaban en unos pequeños ataúdes de lo más tiernos, como para enterrar Kasimeritos.
Tremendo viaje por el mundo han hecho esos maltratados huesos de antiguos peruanos que vivieron mejores tiempos en la paz del desierto. Lo cual nos lleva a la receta prometida en el título de estas líneas: Cómo hacer una momia extraterrestre.
Tómese una mano de momia real, un cráneo de perro fiel, pegamento. Húrguese en el imaginario marciano, tallando la cabeza del finado can bajo la impronta de Spielberg. Luego, el ingrediente decisivo: cuente con un gobierno como el de Manuel López Obrador, amigo de todo lo dudoso, lo farsesco, lo payaso, y móntese un circo que distraiga e idiotice por igual. Entrada gratis, salida ya vemos.
Es difícil hacer una momia extraterrestre, pero se aprende.