Durante mucho tiempo, nuestra querida prensa occidental, ha publicado amplios reportajes sobre el accidente nuclear de Chernóbil, sus causas y consecuencias, y también ha criticado a la Unión Soviética por intentar esconder la catástrofe durante los primeros días. Gracias a las diversas investigaciones que se han realizado sobre el incidente, a día de hoy podemos conocer hasta el más ínfimo detalle de Chernóbil.
Pero no estoy escribiendo esto para hablar de Chernóbil. Los otros protagonistas del siglo XX y actual potencia mundial hegemónica también tienen algo que decir. Os adjunto un documento del suplemento "El Semanal" número 839, del año 2003. Expondré mi conclusión al final del mismo.
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Los que vieron estas imágenes están condenados a muerte.
Un informe secreto lo cuenta todo. 15.000 muertos, dos millones de afectados... Las 1.030 pruebas nucleares realizadas en EE.UU. desde hace 50 años han convertido Arizona, Nuevo México y Nevada en territorios malditos. Ahora, miles de enfermos rompen con sus reclamaciones el silencio mortal del Gobierno norteamericano.
"Esta es la mayor tragedia que han sufrido los ciudadanos norteamericanos desde la guerra civil", asegura un abogado de los afectados.
John Wayne se adentraba en una tormenta de arena vestido de mongol. Unos ventiladores gigantes simulaban la tormenta y el actor fingía ser Genghis Kahn. Corría el año 1954 y en Snow Canyon, Utah, se rodaba El conquistador de Mongolia. Unas 60 toneladas de tierra se removieron para recrear el paisaje asiático, en una tierra ubicada a 150 kilómetros del desierto de Nevada donde se llevó a cabo el mayor número de experimentos nucleares en los años 50. John Wayne murió de cáncer en 1979, También murieron de lo mismo el director, Dick Powell, y la protagonista, Susan Hayward. En 1980 se contabilizó que 81 de las 220 personas que participaron en la película habían muerto de cáncer. Un científico declaraba a la revista The Defense Nuclear Agency People: «Por favor, Dios, no permitas que hayamos matado a John Wayne».
15.000 personas, según el informe del Instituto Nacional del Cáncer (IEER) y el Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades, murieron como consecuencia de los 1.030 tests nucleares realizados en territorio norteamericano entre 1945 y!992. Según ese mismo informe, mantenido en secreto por el Gobierno hasta que en 2001 cayó en manos del senador demócrata de Iowa Tom Harkin, asegura que unas 80.000 personas que vivieron o nacieron en los Estados de Nevada, Arizona, Nuevo Méxio y Utah en los últimos 50 años han contraído o contraerán alguna forma de cáncer. El presidente del IEER, Arjun Makhijani, añadió: «Cualquier persona que haya vivido desde 1951 en los Estados contiguos a donde se llevaron a cabo las pruebas nucleares, ha estado expuesta a la radiactividad».
¿Cómo es posible que unos datos tan alarmantes no se hayan convertido en una denuncia pública y un pleito mayor que el de las tabacaleras? Posiblemente, por lo mismo que Howard Hughes, el productor de El conquistador de Mongolia, negó siempre la relación del cáncer de John Wayne y los otros actores con los ensayos atómicos. Era una cuestión de interés nacional. «Ningún país sin una bomba atómica podrá considerarse a sí mismo independiente», decía Charles de Gaulle en 1968. Entre la crisis de los misiles y la guerra fría, el mundo creyó que lo nuclear no sólo era necesario sino inevitable.
Menos de un mes antes de la explosión de la bomba de Hiroshima, en la madrugada del 16 de julio de 1945, una zona desértica de Nuevo México recibió el estallido bautismal de la primera prueba nuclear sobre suelo estadounidense. Más de 600 personas, entre civiles y personal militar, miraron en dirección al hongo atómico en lo que se llamó operación Trinity. La bomba había sido construida en Los Álamos por el físico Robert Oppenheimer. Horas después, el coronel Stafford L. Warren. director de seguridad radiológica, escribía un memorando al general Graves, director general del secretísimo proyecto Manhattan: «La explosión se produjo a las 5.30 del día 16 de julio de 1945; La energía [atómica] fue mucho mayor que la esperada por el grupo de científicos». Entre los daños inmediatos reconocía ceguera parcial en los observadores cercanos, daños materiales, animales muertos, etc. El texto lleva el sello de Top Secret y se desclasificó en 1974. Para entonces, miles de personas sabían que algo no había salido bien: leucemia, cáncer de tiroides, tumores. Todo parecía indicar que del mismo modo que los científicos no midieron la cantidad exacta de energía atómica que se desprendería del invento de Oppenheimer, mucho menos midieron las consecuencias que la lluvia radiactiva causaría sobre Nuevo México.
Fueron los propios ciudadanos los que se dieron cuenta de lo que sucedía y se organizaron para reclamar indemnizaciones. El juicio más recordado es el de 1.192 habitantes de Utah que en 1982 demandaron al Gobierno por 250 millones de dólares por haber sido víctimas del derrame radiactivo de las pruebas en Nevada. Al finalizar la primera instancia, uno de los abogados del caso, Dale Haralson, decía que se trataba de «la mayor tragedia que han experimentado los ciudadanos desde la guerra civil». Para los abogados del Gobierno la conexión entre las pruebas atómicas y el cáncer existía sólo «en las tendenciosas mentes de los investigadores». La justicia consideró que el Gobierno era responsable, pero la Corte de Apelaciones revocó la sentencia amparándose en una ley federal de los 50 donde se explicitaba que usar bombas era parte del «poder discrecional de los oficiales del Alto Mando del Gobierno», y ese poder no podía ser cuestionado en un juicio.
¿Cuántas personas fueron expuestas a los efectos de la radiación en EE.UU.? Con participación consciente, se contabilizan unos 380.000 militares. Luego están los trabajadores, como mineros de uranio y empleados de las plantas nucleares, y finalmente los habitantes de las zonas de influencia. Según estimaciones de algunos abogados, podrían llegar a ser dos millones de personas.
Para los militares y los trabajadores nucleares existen dos fondos de compensación, administrados por el Fondo de Veteranos y el Ministerio de Trabajo, respectivamente. Para los habitantes de las 'áreas de influencia', el Gobierno de George Bush creó en 1990 el RECA o Ley de Compensación a la Exposición Radiactiva. Para beneficiarse, las personas debían padecer ciertos tipos de cánceres. Por ejemplo, no contabilizaban los cánceres de pulmón, cerebro, ovarios o colon. Las restricciones han sido tantas y tan complejas que, de momento, sólo hay unos 18.000 demandantes. «La mayoría de las víctimas de la radiactividad vive fuera de las áreas compensables, tiene el tipo de cáncer 'equivocado' o no tiene toda la documentación necesaria. El
proceso es largo y muchos de los damnificados, que ya están enfermos, lo evitan para no sumar más estrés en sus vidas», explica Denise Nelson, directora del SERV,
un servicio de ayuda para las víctimas de radiactividad. Las compensaciones del RECA oscilan entre 50.000 y 150.000 dólares, y desde su creación se han pagado
unos 600 millones de dólares. El Congreso estima que en los próximos 20 años ese fondo habrá entregado al menos mil millones de dólares.
"Mi hija murió de cáncer y yo también lo padezco, pero no puedo reclamar. Un error ortográfico le basta al Gobierno para negarme la indemnización"
Al comenzar este reportaje, Roy Steele estaba vivo. Pocos días después, a los 66 años, murió en la misma ciudad donde había vivido siempre: Kingman, a unos 300 kilómetros de la zona de pruebas de Nevada. Él y su esposa Dorothy, con quien estuvo casado 49 años, buscaron durante décadas la compensación del Gobierno por la influencia radiactiva. Roy Steeie y su familia comenzaron a estar al tanto de la conexión entre los cánceres y la radiactividad cuando la Ley RECA (de compensación para habitantes de zonas afectadas) entró en vigor en 1990. Trabajaba administrando ranchos y se dedicaba también a trabajos de construcción. La zona en la que vivía no se incluyó en el programa de compensación por estar escrita de modo diferente: Mohave y Mojave no eran, para los escritos oficiales, el mismo lugar. Desde entonces se unió al grupo de reclamantes. Murió sin haber logrado su objetivo. [Siete de sus familiares también murieron de cancer]
“Nuestro sacrificio es parte de una misión honorable. El precio que pagamos muchas de las personas expuestas no es algo para arrepentirse"
Jim Holland describe sus problemas de salud como otitis crónica, problemas intestinales y ciertas 'manchas' cerebrales que aparecieron cuando buscó explicación a sus continuos temblores corporales. Sin embargo, quien se lleva la peor parte es su hija, Lee Ann. Durante un tiempo tuvo toda la parte izquierda de su rostro paralizada. Los médicos concluyeron que su tumor, muy poco común, estaba relacionado con una afección radiactiva. Jim Holland está haciendo los trámites para demandar la compensación del Gobierno, pero asegura: "Estoy convencido de que se nos compensará». Cree que nada de lo que hizo su Gobierno está mal y no se arrepiente de haber ayudado a contribuir con su país. «Amo a Estados Unidos, mi vocación de servicio viene de familia y creo que nuestro país ha tenido que hacer muchos sacrificios para ayudar a que el mundo sea un lugar más seguro para todos."
La segunda de las fotos reproducidas a continuación fue tomada utilizando como flash la luz de la explosión atómica. En el artículo se citan detonaciones a cuatro kilómetros de los soldados que actuaron como cobayas humanos, en otros textos se habla de distancias bastante inferiores, de mil metros (cito de memoria, que conste), sin otra protección que la trinchera:
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La propaganda occidental ha tapado esto durante años, nuestra prensa libre ha ignorado las catástrofes nucleares de EEUU. Los afectados por el accidente de Chernóbil fueron menos que en esta serie de sucesos, y ése accidente mucho menos fue deliberado, no como las pruebas nucleares de EEUU. La URSS, sin contar con una "prensa libre" a la cual vanagloriamos en occidente, no escondió durante décadas lo que sí han escondido los guardianes de la libertad, los Estados Unidos de América.
Un saludo.