Así se muestra el título de un sugerente artículo que he recogido de una revista Más Allá de 2002 que he encontrado en un armarito y que me ha parecido suficientemente interesante como para compartirlo con vosotros.
El artículo en sí es algo largo, así que copiaré las partes de mayor interés:
Cabecera:
El hombre actual es el fruto de un proceso evolutivo que ha durado miles de años. Sin embargo, en un futuro próximo nuestra especie podría mutar espectacularmente en mucho menos tiempo. Avances científicos en materias como la conquista espacial o la genética podrían dar lugar, mucho antes de lo que imaginamos, al hombre del cuarto milenio.
El Rey cabezón:
...Los dinosaurios que fueron los seres dominantes de la Tierra durante millones de años perecieron y unos pequeños bichejos que merodeaban entre sus patas se apresuraron a tomar el testigo y prosiguieron su carrera hasta el destino final.
Tampoco les resultó fácil ni rápido. Los humanos tienen tras de sí una historia de más o menos 6 millones de años. Pero incluso durante la mayor parte de ese tiempo, su progreso intelectual casi se mantuvo estancado. Hace unos dos millones y medio de años, el encéfalo de nuestros anetpasados experimenta un ligero crecimiento y ellos comienzan a tallar piedras. Aún su cerebro es, comparativamente, apenas el doble que el de un primate avanzado. Pero ya pertenece al género Homo, que durante el último año aprieta el acelerador y llega a duplicar de nuevo esa capacidad cerebral hasta nuestros días. Otros perdedores neandertales, que en principio parecían incluso mejor dotados, se quedan por el camino hace más o menos 30.000 años.
¿Y ahora qué? Pues que la especie humana parece seguir evolucionando rápidamente, ¿no? Comparando cualquier dato antropométrico con los de nuestros ancestros de hace cien, quinientos o mil años, sin duda hemos cambiado a mejor. Somos más altos que los pequeñajos que crearon las primeras civilizaciones en Mesopotamia, que aquellos españolitos que invadieron el continente americano tras las huellas de Colón y, hasta sin exagerar, que los muchachos que desembarcaron en las playas de Normandía. ¡Y vaya estirón hemos dado en el medio último siglo! Además de que somos más longevos y estamos incomparablemente más sanos.
¿Pero somos también más inteligentes? Al parecer hay muchas dudas respecto a este punto. En apenas un par de siglos hemos pasado de la hoguera al microondas; de la carreta de caballos al transbordados espacial; de los juglares a la televisión; de las bibliotecas impresas sobre papiros al inmenso aula virtual de Internet.
Pero por más que nuestros hijos sean más inteligentes que nosotros, el cerebro humano no parece haber experimentado grandes mutaciones. Ni las va a sufrir debido a la enorme cantidad de estímulos inteléctuales o emocionales que abundan en nuestra civilización.
¿Por qué no? Porque las características adquiridas en vida de una especie no se transmiten a sus descendientes. Lo cual quiere decir que nuestros hijos no heredarán ese rápido, ágil y fuerte pulgar que nos permite rápidas marcaciones en el teléfono móvil, por ejemplo. Por la sencilla razón de que esa capacidad no aumenta en nada nuestras posbilidades de supervivencia. Es más, la característica más destacada de nuestra civilización es que tiene a igualar las posibilidades de sobrevivir y reproducirse de todos, fuertes o débiles.
¿La era del cambio?:
"Todavía no se entiende bien cómo se produce habitualmente una nueva especie a partir de una población de la especie antecesora", dicen los investigadores Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez en su libro Amalur: del átomo a la mente. "Hay para ello varias posibilidades y se duda de cuál es la más frecuente. Esa duda es comprensible porque los científicos todavía no hemos tenido tiempo de presenciar en directo cómo nace una especie". Pero apuntan una posibilidad: "Para ello se sabe que tiene que aparecer el aislamiento genético. Es decir, la imposibilidad de que los miembros de esa población puedan cruzarse con los de las demás poblaciones (...) aunque desde luego, ese aislamiento geográfico no sería la causa, sino una condición necesaria".
Y si evidentemente en nuestro interconectado mundo de hoy no existe ya apenas la posibilidad de que algunos seres humanos vayan a quedar aislados geográficamente, ¿dónde nacerá el hombre del futuro que pueda desarrollarse separado del resto?
En el espacio, asegura Javier de Felipe, director del proyecto de investigación Neurolab, de la NASA. Científicos comprobaron que el cerebro de las ratas jóvenes desarrolladas en situaciones de ingravidez espacial mostraban alteraciones neuronales. Hoy día pocos son los humanos que viven en el espacio (y no constantemente, refiriéndonos a los de las estaciones espaciales), pero presumiblemente en un futuro se formarán colonias de ciudades humanas en el espacio, que albergarán a miles y miles de personas. Posiblemente, en ellas nacerán y se reproducirán varias generaciones que jamás lleguen a poner sus pies sobre la tierra. Y menos aún los futuros colonizadores de la Luna o Marte.
Si, como es previsible, sucede lo mismo con los seres humanos que con las ratas, el desarrollo cerebral de cualquier niño que nazca y pase su infancia en el espacio le impedirá adaptarse a la gravedad terrestre. Es probable que tuviera enormes dificultades al andar, orientarse o realizar cualquier otra actividad, como coger peso. (...) Finalmente los extraterrestres seríamos nosotros, acaba diciendo De Felipte. En tal caso, triste destino el de estos "hijos de las estrellas".
Un empujoncito al azar...
Pero no es la escasa o nula gravedad el único factor de provocar mutaciones de especies. En realidad, quizá ni siquiera sea el más importante. En el largo camino evolutivo de la vida sobre nuestro planeta, ese parámetro apenas cambió. ¿Qué otras causas influeron?
En 1945, un científico llamado Hermann J. Muller recibió el Premio Nóbel por un descubrimiento sensacional. Él sólo pretendía saber ué hace mutar a los genes de una especie viva hasta lograr convertirla en otra. Para ello tomó una serie de animales y ejerció sobre ellos todo tipo de presiones externas. Bárbaras presiones, todo sea por la ciencia. "Los animales han sido drogados, envenedados, embriagados, iluminados, volteados, confinados en la oscuridad, semisofocados, pintados por dentro y por fuera, sacudidos con violencia, vacunados, mutilados, adiestrados y, en fin, tratados de todos modos excepto con cariño, generación viene generación va". Pero sus genes no se alteraron; sus descendientes mostraban exactamente las mismas características que sus pobres progenitores. Sin embargo, más tarde ideó otra solución: Bombardeó moscas del vinagre con haces de rayos X y examinó a sus descendientes. Los resultados fueron escalofriantes. Hubo moscas de ojos planos, saltones o dentados, purpúreos, amarillos o castaños; incluso sin ojos. Hubo moscas de pelo rizado, revuelto o partido, fino o grueso, incluso lampiñas. Las hubo sin antenas, de alas anchas, de alas caídas, extendidas, truncadas o sin alas. Hubo moscas grandes ypequeñas, activas y tardas. Unas fueron longevas y otras efímeras. Algunas prefirieron despalazarse por el suelo, otras evitaron la luz, y algunas mostraron mezcla de rasgos sexuales....
Bueno, pues si algo abunda en el espacio interestelar son los rayos X de alta densidad. Los emite el Sol, y también las estrellas que estallan abruptamente convirtiéndose en supernovas. Algunos creen incluso que una de esas gigantescas explosiones fue la que pudo acabar con los dinosaurios. Todo ello puede alterar y romper las cadenas de ADN, y crear mutaciones (sí, también en humanos como pasó con las moscas). No obstante, algunas de esas mutaciones pueden ser favorables, pero quedan dentro de la duda. Y en los futuros navíos espaciales, por mucha protección anti-radiación que lleven, nacerán criaturas apenas inimaginables hoy... (la atmósfera aisla que esos rayos entren en la Tierra casi en su totalidad, por lo que el riesgo a que estas extrañas mutaciones se produzcan en suelo terrestre son casi nulas, aunque ha habido casos).
Lo único seguro es que la especie humana evolucionará.