Como siempre, muy lúcido:
La cultura de la cancelación se desarrolla, usualmente, a través de las redes sociales y cuenta con dos elementos: una figura que emite un comentario considerado injurioso y unos guardianes que ponen sobre aviso a una comunidad del quebrantamiento de las normas. Una normas que a diferencia de la censura no suelen estar escritas ni legisladas formalmente, sino que pertenecen a un consenso grupal tan efímero como cambiante y de escasa tradición. La función declarada es la protección de algún colectivo que se considere oprimido, pero el objetivo real es que el poder de presión sea lo suficientemente grande como para concitar la atención de los medios y lograr un punto de inflexión donde el señalado sea perjudicado –cancelado en una mala traducción–, es decir, despedido de su trabajo, acosado socialmente e impedido para seguir ejerciendo su labor.
la vuelta del escarnio público llevada a cabo por parte de una comunidad fanatizada que cree perseguir un bien superior. Mientras que cualquiera de los "social-justice-warriors" reniega de la censura estatal, aceptan de buen grado las acciones disciplinarias de una compañía hacia sus empleados porque consideran que una empresa privada debe proteger su producto. Una aterrante mezcla de lapidación y neoliberalismo, algo que tiene que ver mucho con todo esto. La cultura de la cancelación es un arma masiva equivalente al comentario que el usuario de una app de plataforma pone al repartidor que llega tarde, salvo que con una coartada moral. No somos ciudadanos, somos consumidores de servicios, ofensas y venganzas.