El otro día entré en un bar a tomar un café y me pasó una cosa inexplicable. Según me iba, una anciana me sujetó del brazo y me dijo que me sentara un momento con ella. Por simple respeto le hice caso.
-Bueno, ¿qué es lo que quiere?
-Verá, es que... mire... me ha recordado usted mucho a alguien.
Ella parecía muy emocionada.
-¿A su hijo? ¿A su marido?
-No, no... a mi perro.
-Oh, espero que se haya divertido, señora.
Iba a levantarme, pero me aseguró que no era una broma, que nunca pensaría en tomarme el pelo con algo así. Que lo sentía mucho, que no tenía la costumbre de entablar conversación de esa manera con extraños, pero que realmente le recordaba muchísimo a su perro. Parecía desesperada, así que acepté quedarme para que me contara la historia.
Al parecer, su perro murió en un accidente de tráfico, en 1980. Le dije que yo nací en 1980, pero no me creyó y pareció ofenderse. Continuó.
-Fue atropellado por una ambulancia, al ir a cruzar la calle, en un 11 de noviembre.
El 11 de noviembre es mi cumpleaños. Imposible. Entonces fue a los detalles: la ambulancia lo golpeó en el cuello, le produjo una gran herida por la que murió instantes después.
Esto ya no os lo vais a creer: ¡tengo una marca de nacimiento en el cuello!
Turbado, me fui corriendo, y la anciana me gritaba diciendo que no había terminado. Pero yo no quería saber más.
Cuando llegué a casa se lo comenté a mi madre. Pareció afectada, y en ningún momento creyó que estuviera bromeando. Cuando terminé, lo confesó. Era ella la que iba en la ambulancia.