Bien amigos, abro este hilo en OT porque es un tema serio.
Este verano ocurrió algo que cualquiera hubiese preferido no vivir: tu momento más traumático. En mi vida he tenido bastante suerte, no tengo apenas familiares muertos (solo hermanos de abuelos etc..) conservo a mis 4 abuelos, ningún amigo, he tenido peleas pero las más graves han sido bajo los efectos del alcohol y lo típico: heridas leves, etc... en definitiva no conocía el dolor que se puede sentir cuando ocurren cosas que te marcan.
Era un domingo soleado, por la mañana, teníamos comida en mi chalet con unos amigos que todavía no habían llegado. Una mañana perfecta, bañándome en mi piscina cerveza en mano hasta que ocurrió lo siguiente: el bull terrier de mi hermano agrede a matar a mi perro familiar, un yorkshire terrier. Teníamos antecedentes de años pasados como ataques, pero eran inofensivos porque interveníamos rapido, aquí la situación fue distinta: la bull terrier es tranquila, es buenísima con todos los perros y personas exceptuando a mi yorkshire, que se la tiene jurada. Ocurrió lo siguiente, lo que ahora daría lo que fuese por no haberlo vivido ya que habían estado horas y horas juntos y no había ocurrido nada malo. La perra (Lola) cogió con la boca una chancla de mi madre (que estaba en la piscina conmigo) mi padre fue rápidamente a quitársela ya que sino la deja hecha un hilo, total se la quita y por X razón por la cabeza de este ser le pasa la idea de pagar la rabia de que le hayan quitado su juguete y ¿qué mejor manera de hacerlo que con algo que no se puede defender porque le triplicas en peso y tu boca puede partir su cráneo como si masticases un KitKat?, de ello se aprovechó, el ataque duró, si pudo, 6 segundos, los que tarde en salir y, tras un fallido intento de intentar evitar la presa de su mandíbula, aplicar algo que a día de hoy os recomiendo a los dueños de perros de presa: agua. La perra reaccionó frente al agua y salió corriendo dejando el cuerpo de la víctima inmóvil y coagulando sangre por la zona occipital y por la oreja, convulsionando como una presa abatida sin posibilidad de supervivencia. Por un momento en mi cabeza pasó, tras ver esa escena, el ojo por ojo y diente por diente y hacer lo mismo con esa perra. Gracias a lo que fuese, ese impulso asesino acabó convirtiéndose en impotencia con ganas de gritar, como si el tiempo estuviese congelado, sabiendo que si tuvieses la opción de poder cambiar el destino escribiendo en un diario -como en la famosa película "El efecto mariposa"- lo harías.
Cogimos al perro, lo cubrimos de periódico para que se secara antes y, para que mentir, porque lo dábamos por muerto. Bien, llegó mi hermano de la playa y a sabiendas que el perro no estaba muerto no sabíamos reaccionar, estábamos tan conmocionados que, de verdad, no podíamos ni movernos. Él, bajo sollozos, agarró al perro y lo metió en una caja con la superficie abierta, la típica caja con la que se recogen limones y naranjas. Yo dije que iba con ellos, el viaje era de 40 minutos ya que al ser domingo las clínicas veterinarias estaban cerradas y solo estaban abiertas los hospitales veterinarios de emergencias.
Y así comenzó el viaje: siendo la novia de mi hermano quien conducía y él en el asiento de copiloto llorando como si no hubiese mañana; en los asientos traseros estábamos la pequeña víctima, cubierta de sangre, y yo abrazándolo con mucho cuidado y evitando que en las curvas no se le moviese mucho la cabeza. Cuando faltaban como diez minutos, mi pequeño compañero, como si de su último suspiro se tratara, se levantó y con la mirada perdida oteó el horizonte: las afueras de Murcia. Ese momento, en particular, nunca lo olvidaré.
Llegamos al hospital y bajo mi alivio le hicieron pruebas y parecía, a simple vista, que no era letal pero que podría dejar al perro inválido. Lo dejamos allí y volvimos a casa a las 5 de la tarde, nos esperaba la comida, comida que, cualquiera de vosotros no os habríais comido debido a la situación y en mi caso no fue una excepción.
Estuvo ingresado diez días pero hasta el sexto no reaccionó ni nos reconoció. Esos días estuve llorando más aun que cuando el amor de mi vida me dijo que todo había acabado, por siempre. Jamas lo he pasado tan mal (y en parte me siento afortunado, viendo desgracias ajenas). El perro se recuperó, pero esos diez días, además, dieron para algo muy malo: mi familia y yo discutimos de muy mala forma con mi hermano que, como es normal, defendía a su querida compañera. Opté por una actitud infantil y llegué hasta desearle la muerte a su perra y que no quería volver a verla a menos de un kilómetro de mi perro.
El perro se recuperó, un mes con problemas de equilibrio que fueron, por así decirlo, como una rehabilitación. Y desde entonces con la precaución de que nunca se volviesen a ver los dos. Yo iba muchas veces y la veía a ella, es buena perra y desde aquello ya estoy concienciado que son animales y se guían por sus instintos... Pero se les coge tanto cariño a los cabrones que no puedes evitar llegar a desquiciarte si te pasan cosas como esta.
Pues bien, hoy me entero que la perra se va a morir por una de las cosas que desee que le ocurriesen: un tumor, cáncer. He llamado a mi hermano y casi no puede hablar, está pasando por lo mismo que pasó ese mismo verano, pero en mi piel con SU COMPAÑERA, su fiel amiga.
Estoy realmente jodido, no puedo verle así, apenas podía ni hablar pero hay una parte dentro de mí que se alegra de esa desgracia, no me lo puedo explicar y me atrevería a definirla como una espina clavada, el mismo instinto de dominación que sufría Lola por el pequeño, pero ahora hecho realidad.
Me siento fatal.
Bull terrier, el de mi hermano es en blanco entero, como el de Babalá pero sin la mancha en el ojo, como algunos sabréis es el perro que mas fuerza posee en la mandíbula, por encima del pitbull y dogo argentino, aquí una demostración de su poder:
Mariano, el pequeñín.
¿Veis normal que una parte de mi se alegre de eso? Yo no.
RPV: la perra de mi hermano ataca a mi perro familiar, y ahora uno de mis deseos: que muriese de cáncer se cumple. ¿Karma? Sí, es una pregunta retórica.