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En los primeros días de este mes, los controladores aéreos de Gran Canaria empezaron a observar en sus pantallas un enjambre de trazas de vuelos no identificados en mitad del Atlántico. Ese aeropuerto surgido de la nada apareció a unas 50 millas al norte de la isla de La Palma y se desplazó de oeste a este hasta pasar frente a La Graciosa en dirección a Marruecos. Era el USS Eisenhower, un portaviones nuclear de casi 100.000 toneladas con capacidad para 90 aeronaves.
El buque estaba al frente del grupo de combate Ike, que completaban dos cruceros y cuatro destructores lanzamisiles, con más de 5.000 militares en total. Navegaba por aguas internacionales, por lo que no necesitaba ningún permiso, pero operaba en el área de control de tráfico aéreo de Canarias, cuya seguridad corresponde a España. Lo normal es que la Marina estadounidense hubiera emitido un Notam (acrónimo de “notice to airmen” o “aviso a navegantes”), alertando de la realización de vuelos militares en la zona e indicando el horario y la altura prevista, para no interferir en los vuelos civiles. “No es obligatorio, pero forma parte del due regard [buenas prácticas]”, explica José Luis Feliú, portavoz de la Unión Sindical de Controladores Aéreos (USCA) en Canarias.
No lo hizo, al menos inicialmente, y los controladores se encontraron por sorpresa con estos vuelos no identificados y la incertidumbre sobre su evolución, sin posibilidad de conectar con ellos más que por una frecuencia de emergencia que activaron hasta lograr contactar con un piloto. El portavoz de USCA reconoce que fue una “situación incómoda e inesperada”, pero aclara que “no supuso ningún riesgo para la navegación aérea” y tampoco hubo que alterar ningún vuelo civil; entre otras razones porque, con la covid, se ha reducido drásticamente la frecuencia de vuelos al archipiélago. “Forma parte de nuestro trabajo tener que lidiar con situaciones inesperadas”, concluye.
Según las fuentes consultadas, dos de los aviones llegaron a invadir por error el espacio aéreo español, que abarca 12 millas desde las costas canarias. Pero eso no es lo que preocupó a los controladores aéreos, cuya área de responsabilidad es mucho más amplia. Lo que les preocupaba era la falta de coordinación e información. La segunda la tuvieron al día siguiente, a través de un Notam emitido por Enaire, la entidad pública que gestiona la navegación aérea, una vez que EE UU la facilitó.
El Grupo de Combate Ike participó, entre el 3 y el 5 de marzo, en las maniobras Lightning Handshake (”apretón de manos relámpago”) con la Marina y el Ejército marroquí, que aportaron una fragata, cuatro aviones de combate F-16 y F-5 y un helicóptero, además de su centro de operaciones marítimas y aéreas. Las maniobras tenían como objetivo mejorar la coordinación de los ejércitos estadounidense y marroquí y reforzar las capacidades del segundo en reabastecimiento en vuelo, ataque a suelo (en el polígono de tiro de Tan-Tan, a poco más de 300 kilómetros de Canarias), guerra antisubmarina e interdicción marítima.
La Embajada de EE UU en Rabat aseguró que los ejercicios eran una muestra de la “fuerte y duradera asociación” de los dos países en materia de seguridad. Bajo el mandato de Donald Trump, se produjo un notable acercamiento entre Washington y Rabat (hasta el punto de que se especuló con un traslado al país vecino de las tropas americanas desplegadas en la base española Rota) que culminó con el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental el pasado 10 de diciembre.
Tras los ejercicios, el grupo de combate cruzó el estrecho de Gibraltar rumbo al Mediterráneo. Dos de los destructores, el USS Labbon y el USS Mahan, hicieron escala en la base de Rota. El Pentágono no ha revelado la ruta del portaviones, pero se da por seguro que participará en ejercicios con la OTAN, ya que ha sido certificado para ello, y se especula con que se dirija al golfo Pérsico, donde la anterior Administración mantuvo un grupo de combate permanente desde 2019 para disuadir a Irán.