Cuando hace mucho tiempo () la cultura alternativa transicionó y dio lugar a los gafapastas y a los modernos, comenzó una generación (o tribu, o movimiento) que posiblemente fuera la primera no en convivir sin problemas con el capitalismo actual, sino en abrazarlo y basar sus estándares en él.
Y no pasaba nada, porque dentro de nuestro privilegio, podíamos pasarnos los veranos de festival en festival, ir a comprar la ropa con sobreprecio al mercado de Fuencarral en lugar de en cualquier tienda de precios asequibles y pasar las tardes en el Starbucks con el Macbook porque era lo cool. Y fue diver, no teníamos preocupaciones, lo pasamos bien y las fotos salían genial. Y pudo pasar porque nos lo podíamos permitir (unos más que otros, pero hasta una muerta de hambre como yo consiguió vivirlo).
El problema viene cuando la sociedad se empieza a torcer y ya no es todo tan bonito, y ahora esas mismas personas sin preocupaciones pertenecientes a generaciones posteriores, parten de los mismos privilegios pero con la necesidad de hacer algo por la sociedad. Necesitamos ser más veganos, más feministas, más tolerantes, más ecologistas, más rojos... pero sin renunciar a todo lo que tenemos delante y que nos ha proporcionado ese adorado capitalismo. Y esa gente tiene un iPhone, por qué no, porque se lo puede permitir.
Pero cuando nos convertimos en el niño ese que tiene sueño pero quiere seguir jugando, el resultado es un ser insoportable que llora y no sabe por qué. Y es que queremos seguir con nuestros privilegios procapitalistas a la vez que luchamos contra el capitalismo, y de ahí sale gente tan confundida y tan hostiable como el especimen de #1.