Me das mucho morbo, vamos al baño. Estas fueron sus palabras.
Sábado noche, se terciaba algo interesante, aún en medio de dudas, de si hacer otras cosas o quedar con otras personas, me decidí: después de cuatro años sin ver a aquellos compañeros de Erasmus estos se reunían una vez más en casa de uno de ellos. Me sumé. El plan: estallarnos copas y reencontrarnos.
Risas y alcohol sobrados; a eso de las tres (?) de la mañana decidimos ir a un local, «Yo a un local de regetón no voy, soy muy intransigente con la música» (porque pienso que, si dada ella no se puede hablar por su volumen, y si no se puede disfrutar por un gusto radical y contrario, para qué). «Venga, Yass, nos lo pasaremos bien, si no te lo pasas bien te invito a una cena, te lo prometo», eso dijo ella. Y era una cena gratis, por descontado. «Pero… tú en picardías», le espeté.
Hago inciso aquí y aprovecho para decir que no habría ningún problema por mi parte en que ellos fuesen. Vamos, yo cogía mi parte y mis patas y me buscaría la vida.
En efecto, tomamos unos taxis los ocho y fuimos a un local de mierda. Velvet, se llama. A veces en la transición entre canciones (¿canciones?) ponían algo de electrónica de consumo, potable, pero eran momentos de alivio que duraban segundos. Ya volvían esos rítmicos golpes del atún-con-pan, atún-con-pan, que tanto detesto.
Vista la situación, y agradeciendo a la providencia por los auriculares, Spotify y batería en mi móvil, a sabiendas de que tendría que durar al menos las dos copas que había adquirido con la entrada, me puse algo de lo mío para aislarme de aquello.
Aun dejándome el pelo suelo, cubiertas mis orejas por sus cascadas, posiblemente por estar yo muy conectado con los bpm que se inyectaban en mis oídos, ella se dio cuenta. Algo dijo de que lo que estaba haciendo era trampa. Pero… ¿cómo?, si de este modo me lo estoy pasando mejor que de aquel otro, por lo que aumenta en probabilidad librarte de esa cena.
Da igual, como fuere terminé mi segunda copa y me largué a un local cercano, ya bastante ebrio, en el que transcurría una sesión hasta las seis de la mañana siendo casi las cinco. Bien me merecía la pena huir. Hago notar que yo pensaba que me dirigía a otra sesión ocurrida el día anterior, posiblemente en otro lugar, pero Baco mediante…
Entré, Republik Club, electrónica potente y revitalizadora para un zombie hidroxílico como el que yo era en ese momento. Ahí a mi rollo cuando, repentinamente, se me acerca un chico algo enjuto aunque aceptable: «¿A ti te va más la carne o el pescado?» (no fueron sus palabras textuales, pero… en fin). «A mí me va lo que me echen», contesté recordando aquel máxime de «un par de pollas una noche loca…»; no obstante, me van más las mujeres que el agua a los peces. Claro que una noche loca… Y disfrutar de una mamada…
«Me das mucho morbo, vamos al baño», me dijo en repetidas ocasiones. Según comprendí su novio se encontraba en el local; no obstante no eran relación abierta. «Quiero verte la polla, tocártela». En este momento, en una inspiración divina, me vinieron las palabras «Soy el estándar mediavidero, nada del otro mundo». Porque de los que aquí estamos cumplimos todos, ¿no?
La noche continuó. Llegamos a ir al baño donde pasó nada. Desapareció. En la salida del local me puse de charla con gentes presentes. Fui invitado a un piso con unos chicos y chicas que allá iban, pero antes de subir aquellas escaleras me fijé en mi afectación por lo que, siendo bien pasadas las siete de la mañana, puse rumbo a mi morada.
Me desperté en Valdecarros, que es el final de la línea de metro, más allá de las ocho jajajja