Y es que me siento solo.
Estimados mediavidensis,
voy a traer algo que me ronda la cabeza desde hace mucho tiempo. Recorreré varios puntos. Será un hilo extenso, aunque intentaré no divergir demasiado. De corte intimista, por un lado busco desahogarme y por otro busco saber si somos más en un estado similar. Te invito a hacerte un café y a acompañarme un rato en los siguientes párrafos.
Contexto
Tengo 36 años y he residido por más de un año en once viviendas diferentes; dentro de España, en cuatro comunidades. En total, antes de los estudios superiores, he estado en ocho institutos distintos. Creo que ello ha decantado en una sensación de no-pertenencia. He conocido a muchísima gente, han pasado muchas buenas personas por mi vida, pero al final el tiempo y la distancia degradan casi al completo toda relación. Actualmente resido en Madrid.
No consumo redes sociales. Lo más parecido que uso es, sin duda, Mediavida. La iniciativa de no usar RRSS se debe a varias razones, siendo la principal el que valore mucho mi tiempo, el cual intento invertir en mi crecimiento, gusto o disfrute; otra razón de peso es que detesto la polarización radical que las RRSS propician. Mi resolución de no usarlas entraña lo bueno de no gastar tiempo en ellas ni de dilatarme en conversaciones fútiles, pero por otro lado es más difícil mantener la relación con personas que hayan pasado por mi vida.
Desde que me emancipé, con 19, he estado la mayor parte de mi vida emparejado. Creo que este punto manifiesta que soy una persona con una profunda dependencia emocional. No soy ningún Adonis, aunque de algún modo he tenido suerte al conocer compañeras de viaje. Todas mis exparejas y mi actual pareja son excepcionales personas. Cuando hablo de exparejas me refiero a relaciones con una duración mayor a un año y a partir de mi emancipación. Debo declarar que, cuando digo que me siento solo ello trasciende a mi relación actual. Mi pareja es la luz de mi vida. Con ella me siento completo, me acompaña y hablamos largo, pues nuestra relación se fundamenta fortísimamente en el diálogo y por ende en la confianza. Nuestra vida íntima va bien y nos divertimos mucho juntos.
Pienso que tengo una gran necesidad de diálogo. Disfruto muchísimo conversando, discutiendo. Está claro que no siempre han de ser charlas intensísimas. Hacer el gilipollas, el tonto, también se me da muy bien; quizás demasiado. Aunque puede que me muestre serio o sobrio en MV, en persona creo que tengo bastante buen humor y tiendo a dinamizar bastante los grupos. Mi rol suele ser el de líder aunque yo no lo busque (cfr. §4 aquí). Ante los conflictos suelo mediar y, como propósito, intento ser ecuánime.
Por último, en el ámbito laboral no me puedo quejar y disfruto de una suerte de la que mucha gente de mi entorno carece, cosa que me produce pesar por lo fortuito de las elecciones de cada quién. Mi salario está por encima del percentil 80 español, es posible que mi trabajo se acerque a lo que llaman ikigai, y teletrabajo al 99%. En el ámbito personal, debo decir que tengo un problema patológico de memoria. Esto resulta en mi alto grado de orden y, de forma probable, en que deba ser coherente conmigo mismo y con mis conclusiones, y también con mi disposición moral.
Dimensión común
Me siento solo, no tengo contertulios. Mis contertulios no están conmigo, sino lejos. La mayoría en mi Galicia natal. Por suerte mi chica es mi confidente, en quien vierto la práctica totalidad de mi diarrea mental y me contesta, me comprende o lo intenta. Pero hete aquí que considero muy importante tener una buena higiene de pareja. Desde que comenzáramos hace unos cuatro años hemos tenido el siguiente esquema muy presente:
Fig. 1: Triángulo de la distribución de vida dentro de una relación sana según hda
En la figura 1 se muestra lo que considero necesario para una relación sana: yo tener mi vida, mi parte de privacidad y actividades; ella tener la suya, su parte de privacidad y actividades; y ambos tener la nuestra en su conjunto. Estamos radicalmente en contra de convertirnos en lo que venimos a llamar "pareja bicéfala", aquella pareja de amigos, que todos tenemos, la cual desde que se juntaron solo-y-siempre van juntos. El problema, a mi modo de ver, es que las dinámicas de relación con un amigo son diferentes a las dinámicas de relación con ese amigo y su pareja presente. Diferentes, ni mejores ni peores. Pues bien, nuestra resolución es que si ella queda con un amiga o amigo tendrá un margen de tiempo suficiente como para hablar de sus intimidades sin estar yo presente y luego, esto no excluye, puede que yo me sume a tomar algo con ambas. Lo mismo en viceversa.
Respecto a hacer cosas en pareja: la pandemia ha sido dura para todos. Creo que de algún modo ha cambiado profundamente nuestras dinámicas sociales y en la actualidad vivimos todavía en un estado transitorio hacia la normalidad. Antes del COVID, mi chica y yo íbamos a asociaciones para hacer manualidades y empujar nuestro lado creativo (figuras de cerámica, fundir hierro, bronce, etc). Luego, con y durante la cuarentena, nos encerramos mucho. Ello nos motivó, posteriormente, a empezar con nuevas actividades y es por eso que llevamos algo más de un año introduciéndonos en la ornitología (tengo pendiente hacer hilo). Una actividad en el campo o en el parque, de ritmo sosegado y entretenido, charlando y paseando mientras se intentan identificar especies. Pienso que es una afición que está creando bastante adherencia en nosotros. Sin embargo, no es suficiente con que hagamos cosas juntos, así que también nos propusimos ampliar o continuar con nuestras aficiones por separado. Ella hace escalada y yo llevo ya unos meses en clases de guitarra flamenca. A parte del crecimiento personal que entraña desarrollar cualquiera actividad, uno de los catalizadores principales es el que nos trae a este hilo: conocer gente.
Dimensión singular
Como he dicho ya varias veces: me siento solo. Mis contertulios y confidentes no están conmigo. Durante mis años en la carrera, más allá de las actividades lectivas, puedo decir que fui un chaval bastante activo. Uno de los hitos en los que colaboré, uno de los que más me gustaron, fue el de la constitución de un grupo totalmente interdisciplinar y de debate que duró una temporada. Éramos (estudiantes de) un filósofo, un matemático, un biólogo, un pintor, una filóloga y un físico... nos reuníamos semanalmente y proponíamos lecturas muy diversas para que fueran discutidas.
Más allá de este grupo, tuve la enorme suerte de coincidir con y conocer a gente absolutamente excepcional en aquel periodo. Uno de mis mayores amigos, persona con la que he conectado de forma tan profunda que me es inefable, surgió de aquella época. Además de él, forjé grandísimas amistades con gente a la que aprecio sin parangón. Pero ahora estamos todos dispersos y aunque hablamos de cuando en vez por telegram, ni de lejos es lo mismo que aquellas largas conversaciones de café arreglando el mundo, escribiendo teatro o diciendo tonterías. Algo que echo de menos y me produce a veces una nostalgia rompedora y rotunda. Anoche le escribía a este amigo mío: «A veces la soledad es como un ariete».
Conociendo nueva gente
Tal y como he establecido en el preámbulo, me he mudado muchas veces y he estado en muchos colegios e institutos diferentes. Esto me aleja de aquello de lo que tantas personas disfrutan, el "grupo de amigos de siempre". Un grupo de chavales que se conocen desde pequeños y que han ido experimentando y envejeciendo juntos. No puedo imaginarme de forma completa cómo es esa sensación de pertenencia. Sí que tengo una cierta sensación de que antaño era más fácil conocer gente. Cuando estudiábamos había en nuestra clase varias decenas de personas. Con que hubiese afinidad con algunas de ellas, rápido se podía entablar una relación. Estas relaciones, a su vez, podían derivar en conocer a las amistades de aquellas personas. Y así el entramado de relaciones se expandía de forma orgánica. Hoy, a mi edad, pienso que la analogía podría ser con los compañeros de trabajo. Pero, si bien he tenido buenos colegas de trabajo, a los que aprecio, en todos estos años no ha terminado de cristalizar lo que comento arriba. Son relaciones que se circunscriben al ámbito laboral y rara vez se desarrollan fuera de esos muros. Si existe algo así como un canal que represente la capacidad de conocer gente nueva (cfr. Fig. 2), tengo la sensación de que con cada año, mes y día que se sucede este canal mengua, mengua.
Fig. 2: Plano donde se encuentran las potenciales amistades y canal que han de atravesar para ser conocidas.
La otra vía habitual para conocer gente es la noche. El bar. La fiesta. Por mi circunstancia, en el pasado he salido algunas veces solo, por haber llegado a una ciudad nueva donde no conocía a nadie. Gustándome el futbolín como me gusta, habiendo pasado tantas largas y divertidas noches en sus mandos, una táctica buena para conocer gente, si hay un futbolín mediante, es invitando a los parroquianos a echar unas partidas. En tres semanas haciendo esto en el mismo bar acabas teniendo colegas de parroquia. Comprobado. Sin embargo, en mi última mudanza transitoria, el año pasado a Valencia y de solo seis meses por el trabajo de mi chica, no funcionó. Las medidas COVID estaban todavía presentes. Por suerte para ella, durante su día a día coincidía con sus compañeros de trabajo. En mi caso había días completos en los que no hablaba con nadie o quizás compartía solo unas palabras en el supermercado de enfrente. Aprovechamos mucho el precioso parque lineal de la ciudad para jugar al frisbee, leer, hacer picnics o salir a correr. También nos hicimos parroquianos de un buen bar allá: el Inmortal.
A causa del COVID no se podía estar de pie en el bar, por lo que la táctica del futbolín no servía. Allá estábamos ella y yo sin conocer a nadie. Como era habitual que hubiese cola fuera del bar para agarrar una mesa, pues solo se podía estar en el bar en una mesa, empezamos a invitar a gente de la cola a sentarse con nosotros. Esta práctica la convertimos en algo muy habitual y, de hecho, nunca nadie nos dijo que no. De este modo conocimos muchas personas diferentes, incluyendo personajes que dan para historia, todas de una noche y de mentalidades muy diversas. No fue hasta el último mes en el que introdujimos simultáneamente un par de chavales que estaban solos en el bar. Curiosamente, ambos habían terminado con sendas relaciones de pareja hacía poco. Con estos chicos empezamos a hacer migas, pero cuando por fin empezó a fraguar algo tocó abandonar la ciudad. Ya de vuelta a Madrid, después de hablar en varias ocasiones sobre esta situación, esta carencia de gente que tenemos, tomamos la resolución de salir más, de ir más a bares. No hay semana que no vayamos al menos una vez a alguna terraza de bar, pero sin resultados.
Quiero y necesito conocer gente
Cuando hace seis años llegué a Madrid, solo, tomé la resolución de empezar a organizar quedadas aquí en Mediavida. Encontré amparo y gente gracias a ello. De aquel tiempo conocí a muchos de vosotros a quienes aprecio, con quien me he reído tanto y disfrutado de varias noches o de sesiones de cine. Puedo decir que a día de hoy aquí en Madrid sí tengo amigos y conocidos, pero en estos seis años no ha cristalizado una relación de tertulia y discusión sostenida y, mucho menos, de confidencia. Asimismo, durante estos años pasados aquí en la capital he ido fraguando un pensamiento sobre la ciudad. Me he convencido de que Madrid es un lugar frío, una selva de acero y hormigón, donde la gente va como el conejo de Alicia en el país de las Maravillas, con prisa. Siempre absorta en su móvil. Donde los que aquí habitamos somos simples ciudadanos numerarios, sin alma o presencia; solo autómatas. Esto me ha llevado a sentir un rechazo sobre este lugar. Pero cabe pensar que no sea así en verdad; sino que yo soy yo y mis circunstancias. Y si cuando pienso que en mi tiempo viviendo en Granada fue un cuento mágico, digna ella del poema que le dediqué al marcharme, quizás la impresión que nos dejan los sitios dependa profundamente de cómo nos encontremos en los mismos. Y he de tenerlo en cuenta.
Fig. 3: Conejo de Alicia en el país de las maravillas mirando su reloj.
Anoche, solo en casa, me senti bastante desamparado. Me apetecía salir a la calle, ir a algún bar, discutir con gente, dejar que las horas de la noche se escurriesen arreglando el mundo y contraponiendo ideas. Riendo y materializando argumentos cómplices. Entonces, en un arrebato tomé mi móvil e hice algo que rara vez había hecho antes: repasar mi listín telefónico en busca de algún conocido para despejarme y con quien pudiera escaparme de mí mismo, por un rato aunque fuese. Pero no había nadie. Y aunque sé que no me puedo quejar porque disfruto de salud, dinero y amor... a veces la soledad es como un ariete.
¿Soy el único que se siente solo en este tiempo de tanta red social, en este momento tan supuestamente hipersociable?
Gracias por leerme.