Tal y como se esperaba, el actual vicepresidente cubano ha sido elegido como único candidato a suceder a Raúl Castro. Es el primer líder del país que no pertenece a la 'generación histórica'.
Este jueves 19 de abril, Cuba vivirá un día histórico. Raúl Castro, 86 años, cederá la presidencia y su sucesor será su delfín, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel, de 57 años, nacido después de la revolución de 1959. Una nueva generación sube a la cima del Estado, aunque todavía bajo la figura tutelar del general Castro, que permanece hasta 2021 como primer secretario del Partido Comunista, el órgano máximo de decisión en la isla por disposición constitucional. Es el penúltimo acto del adiós de la “generación histórica”. Tras la muerte de Fidel Castro en 2016, será en los próximos años la retirada de su hermano Raúl del mando del partido, o su fallecimiento, lo que rubrique, definitivamente, el inicio de una nueva era.
La Asamblea Nacional de Cuba se reunió este miércoles en La Habana para votar a los candidatos a ocupar los puestos del Consejo de Estado, elegidos por una Comisión de Candidaturas Nacional controlada por la cúpula del régimen. Díaz-Canel fue propuesto como candidato a la presidencia y votado por los 604 diputados. El resultado, que por descontado será de unánime aprobación, se anuncia este jueves oficialmente. La sesión del miércoles estuvo presidida por Raúl Castro. A su lado estaba el vicepresidente Díaz-Canel, vestido con un sobrio traje gris. Ambos lucían relajados y sonrientes.
Díaz-Canel inicia un mandato de cinco años, renovable por otros cinco pero no más por el límite de dos legislaturas establecido por Raúl Castro para los altos cargos. El relevo presidencial ha estado marcado por la llamada a la “continuidad”, el concepto clave del oficialismo en una coyuntura trascendental que evitan identificar con una transición para no dar espacio a la idea de un posible cambio de régimen.
El nuevo presidente, un ingeniero electrónico que ha subido la escalera del poder con discreción durante tres décadas en la burocracia del partido, se presenta, por lo tanto, como el continuador de la línea revolucionaria y socialista y, más específicamente, del proceso de reformas iniciado por Raúl Castro en la última década. Sus mayores retos serán impulsar el tránsito a un modelo de mercado para revitalizar la economía –con la complejidad de no soliviantar a las facciones tradicionalistas del partido– y convertirse en una figura de autoridad unitaria acatada por las élites burocráticas y del Ejército y, en último término, por la sociedad. Su desafío es garantizar, como lograron los Castro, que la estabilidad del sistema siga descansando en la concentración de mando en la cima de la pirámide. Y, finalmente, deberá afrontar la relación con Estados Unidos, donde Donald Trump ha vuelto a cultivar el antagonismo de antaño.
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Observando el gesto adusto del discreto apparatchik, su carácter, incompatible con los atrevimientos políticos, y una trayectoria ortodoxa en el Partido Comunista (PCC), no es previsible la apostasía.
Atado y bien atado.