Pon tus dedos limpios sobre una placa de petri. Analízalo.
Si encuentras menos de cien clases diferentes de microorganismos capaces de crear una colonia, me casaré contigo.
Y da del todo igual cuánto te laves. La hiperrealidad aséptica de los anuncios no existe.
Quizá, y digo quizá, nunca debí comenzar la carrera de medicina. Ni interesarme si quiera por ella.
Mi sueño era ayudar a la gente.
Mi pesadilla es, ahora, vivir horrorizado por lo que no puedo ver.
Y por eso me abstengo de compartir vaso. No acepto pañuelos. No me ducho en baños compartidos.
Ni con chanclas, coño. Eso de los hongos es una gilipollez. Es sólo para que no te claves nada y puedas pedir una indemnización legalmente.
Si hay hongos, te los pillas, como todos.
Y no puedo dejar de rascarme el brazo. Está rojo.
Si cierro los ojos, veo en mi mente cómo una colonia de estafilococos se abre paso entre las células muertas y residuales de mi epidérmis. Células que, por mucho que lave y exfolie mi piel, siguen ahí.
Y tengo que mantenerme en ese punto neutral y zen en el que mis uñas aún no han alcanzado la capa inferior dejando paso a la colonia bacteriana, pero tampoco permiten que esas pequeñas hijas de puta me coman en vida.
Dejaría de respirar si no fuese de vital importancia, sólo por no esnifar miles de ácaros con cada inspiración.
Hace tiempo que no tengo contacto físico con nadie, aunque mi sistema inmunológico aún me lo permita. Todavía estoy atormentado por la última relación sexual heterosexual y segura que mantuve, hará, exactamente, cuatro años, dos meses y tres días.
Sólo de pensar en la cantidad de virus que pueden intercambiarse y la cantidad de enfermedades que ésto puede provocarte.
Clamidia. Sífilis. Gonorrea. Verrugas genitales. Sida.
Imagínatelos nadando por tu sangre como si fuesen los toboganes de un acquapark.
Y es que el peor tormento de un hipocondríaco, creo yo, es imaginar que el mal viaja por sus venas. Que no deja de entrar y salir y que da igual lo que hagas.
La pureza de tu alma desapareció en el momento en que naciste. La hiperrealidad del mundo perfecto que la publicidad y los sueños de vida te hacen desear no existe.
Eres un foco de parásitos y enfermedades y, una vez mueras, se alimentarán de tí. A menos que tomes la orgullosa decisión de ser incinerado y arrojado a las costas de cualquier playa cubierta de basura y escapes de carburante.
Agradeceré cualquier clase de crítica, siempre y cuando sea constructiva.
Un saludo.
#2 el texto es mío, pero no refleja mi pensamiento.
Sólo es un relato de calentamiento, para ponerme a escribir.
#3 que esté escrito en primera persona no significa que sea mi opinión.